sábado, 22 de mayo de 2010

Perdónanos nuestras deudas…

El concepto de “deuda” es muy familiar en los Estados Unidos de Norteamérica. Aquí, prácticamente TODO se debe. Comenzando por la casa en la que se vive, el automóvil que se maneja, los muebles, la computadora y prácticamente todo lo que la gente compra con la excepción de la comida. En el país en el que nací el concepto de deuda era muy raro, pues no se daban muchos préstamos y la gente no acostumbraba a comprar lo que no podía pagar en el momento de adquirirlo.

Me costó algunos años el poder acostumbrarme a “vivir debiendo”. Hay familias norteamericanas que todavía tratan de comprar las cosas al contado, pero cada día son menos las que lo hacen.

En un país como este, en el que es frecuente que usted pueda comprar cualquier cosa, si tiene un buen crédito, con frecuencia hay gente que no puede dormir por las noches por estar abrumada por las deudas. Con frecuencia se puede ver a la gente trabajando horas extras, y los fines de semana, con el fin de ganar más dinero para poder pagar lo que deben. Trabajar en dos o tres lugares es una de las maneras por medio de las cuales las personas tratan de obtener algún dinero extra para poder pagar lo que deben. Las deudas llegan a abrumar a las personas hasta cuando no se está pensando en ellas. Las deudas son una causa frecuente de estrés y de problemas en los matrimonios, cuando uno de los conyugues gasta desmedidamente llevando el presupuesto familiar a la banca rota.

Déjeme preguntarle: ¿Cuándo fue la última vez que usted perdió el sueño por sus pecados? No porque se sintiera abochornado de usted mismo, sino porque se hubiera dado cuenta de que tiene una deuda con Dios por haber hecho algo que entristeció al Espíritu Santo que mora en usted, o porque usted con sus acciones y hechos hizo algo que no brinda gloria al Santo nombre de Dios.

Déjeme decirle que el pecado es un asunto grave, en realidad es algo muy grave; porque nos separa de nuestro Padre celestial. Mientras tengamos “deudas” con Dios, estaremos separados del Padre, y el tiempo que pasemos separados del Padre, es tiempo que habremos perdido para siempre. No podemos trabajar o buscar el Reino, permaneciendo en el pecado. Estas dos cosas son excluyentes. ESTO NO ES UN CONCEPTO POPULAR O AGRADABLE, pero es la verdad. Dios NO SE RELACIONA con el pecado. ¡Él aborrece el pecado! Permítame darle tres pasajes de la Biblia en los que se puede dar cuenta del efecto que tiene el pecado sobre nuestra relación con Dios.

Deuteronomio 31.18:
“Pero ciertamente yo esconderé mi rostro en aquel día, por todo el mal que ellos habrán hecho, por haberse vuelto a dioses ajenos”.

No se llame a engaños, el Dios del Antiguo Testamento, es el mismo Dios del Nuevo Testamento. Es el mismo ayer, hoy y por los siglos. En Él no hay cambios. Sus atributos son los mismos, Él no ha evolucionado ni cambiado. Igual que aborrecía la idolatría antes, la aborrece hoy. ¡CUALQUIER forma de idolatría! Pueden ser las imágenes, los “santos de madera o yeso”, o el “ídolo” que hacemos de nuestro cónyuge o hijos, de nuestros estudios, de nuestro trabajo o carrera profesional, etcétera.

El concepto de idolatría es cualquier cosa que ocupe un lugar tan importante en nuestra vida, que sin darnos cuenta aparte nuestra atención de Dios, como el centro de nuestra existencia. Permítame decirle algo más grave: pudiera incluso llegar a ser “lo que HACEMOS en la iglesia”. Hay ocasiones en las que la gente se preocupa más por hacer cosas que por profundizar su relación con Dios, llegando de hecho a crear un “falso dios” en lo que hacen, y eso también es una abominación para Dios.

Salmo 66.18:
“Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado”.

¿Qué es iniquidad? El diccionario define esta palabra diciendo que es: “una maldad, o una injusticia grande”. Y que es MALDAD, dice también el diccionario que es: “una acción mala e injusta”. Déjeme profundizar en esto. ¿Cree usted que pudiera en este momento pararse delante de Dios sin que Él encontrara que usted ha hecho algo malo o que ha sido injusto con alguien? ¿Y si no puede, que le hace creer entonces que Dios va a escuchar sus oraciones si antes no arregla su relación con Él?

Isaías 59.2:
“… pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”.

Dios es SANTO y con pecados, injusticias, “malicia” malos pensamientos o maldad, NO PODEMOS llegar hasta su presencia, ni ASPIRAR a que nos escuche nuestras oraciones. Esta es una de las razones por las cuales muchas veces no recibimos respuesta a nuestras oraciones. Las DEUDAS que tenemos con Dios tienen que ser saldadas. ¿Cómo le hace sentir el hecho de saber que Dios no escucha nuestras oraciones cuando permanecemos en el pecado?

No creo que fuera por casualidad que Jesús colocó, en la “oración modelo”, justo después de la petición por el sustento diario, este importante aspecto. Es muy cierto que Dios quiere que sus hijos no carezcan de alimentos ni de un techo, pero también es cierto que Él demanda que tengamos una CONCIENCIA LIMPIA.

No sé si donde usted vive existe la misma situación, pero en los Estados Unidos, con la crisis económica que estamos enfrentando, el concepto de estar LIBRE de deudas se está convirtiendo casi en una obsesión. Incluso el Gobierno Federal ha lanzado una serie de medidas de estímulo para ayudar a la gente a PAGAR sus deudas.

Nosotros también, para ser instrumentos útiles en las manos de Dios, tenemos que estar LIBRES de deudas. SI TRATAMOS DE ESCONDER nuestros pecados, o si IGNORAMOS su existencia, NO PODEMOS experimentar el gozo inefable que produce recibir el perdón de Dios y los privilegios que recibimos como hijos. Pero escuche bien esto: No se trata de repetir como un loro “perdónanos nuestras faltas y pecados” y seguir como si nada hubiera ocurrido. Para pagar sus cuentas, usted tiene en primer lugar que tener dinero en el banco, y para eso, tiene que haber trabajado, luego tiene que hacer un cheque y enviarlo al acreedor.

Para pagar su deuda con Dios, usted tiene que haber recibido a Cristo como su ÚNICO Señor y Salvador, ese es el depósito que necesita. Tiene que reconocer sus pecados y arrepentirse, lo que implica DEJAR de hacer lo que estaba haciendo, cualquier cosa que sea que le separe de Dios, y clamar a Dios. ¿Fácil, verdad? Lamentablemente, es más fácil decirlo que hacerlo. Usted siempre debe tener presente que cuando usted le CONFIESA sus pecados a Dios, no le está diciendo ALGO que Él NO CONOZCA. Pero debemos venir ante este Padre que nos ama, más allá de lo que podemos comprender como seres humanos, con toda HONESTIDAD.

Confesar nuestro pecados implica, decirle a Dios aquellas cosas que Él conoce que hemos hecho y que nos separan de Él. Pero confesar nuestros pecados no es “pronunciar una disculpa” que nos haga sentir “bien” sin que haya un cambio en nuestro corazón. Debemos cortar profundo con el bisturí y permitir que el Espíritu Santo penetre en lo más hondo de nuestro ser y nos revele aquellas áreas escondidas en las que hay cosas que nos están separando de nuestro Padre. Dios es fiel a su promesa de liberarnos de toda carga, cuando confesamos nuestros pecados. Leemos en 1 Juan 1.8-9:

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

No confesarle a Dios TODOS nuestros pecados, nos limita y no podemos recibir el perdón que necesitamos. No hay cosa que hayamos hecho que Él no conozca. No hay MAL pensamiento que hayamos pensado, que Él no sepa. ¡Nada lo va a sorprender! No hay cosa que confesemos que pueda hacer que Él nos deje de amar o nos vaya a amar menos. Eso no lo podemos entender bien los seres humanos, pero no estamos lidiando con un hombre sino con DIOS, y aunque Él tomó la forma de hombre, no por eso dejó de ser Dios y sus pensamientos no son como nuestros pensamientos. ¡Nada puede limitar su capacidad y deseos de perdonarnos!

¿Cómo podemos mantenernos libres de deudas con Dios? No trate de hacerlo de golpe. Trate de hacerlo poco a poco. Día a día. Trate de vivir por una hora sin contraer una deuda con Dios, y si la contrajere, confiésele su pecado, arrepiéntase de eso, y pídale perdón, y arranque de nuevo. Es como correr una carrera de relevo. Y yo le digo como Pablo: No es que yo lo haya alcanzado ya, pero sé lo que debo hacer y me esfuerzo cada día, teniendo mi vista fija en la meta que estoy tratando de alcanzar.
Permítame ahora entrar en un tema poco conocido o a lo menos, poco practicado. El perdón de Dios no se limita a nuestra persona. Si así fuera, en cierta forma esto implicaría un cierto tipo de egoísmo. Nosotros tenemos la oportunidad de interceder a favor de otros que necesitan el perdón de Dios. Sí, lo sé. Tal vez esté pensando: ¿y este que está diciendo? Déjeme aclarar lo que digo. Los discípulos de Jesús sintieron pena y dolor por el pecado que veían a su alrededor. Nuestro Señor Jesucristo lloró de dolor al ver el pecado de la ciudad de Jerusalén; Lucas 19.41-42 dice: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos”. Moisés fue in intercesor del pueblo de Israel, veamos Éxodo 34.8-9: “Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró. Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad”.
Y en Números 14.19-20: “Perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí. Entonces Jehová dijo: Yo lo he perdonado conforme a tu dicho”.

Uno de los mayores problemas que veo hoy día entre los cristianos es que tratan de dividir a Dios en secciones. El Antiguo Testamento viene a ser irrelevante y parece que solo se tratara de una recopilación de hechos históricos para leer como se puede leer la historia de Roma. Pero Jesús cuando iba a la sinagoga, leía e interpretaba las Escrituras que eran la Ley (Pentateuco) y los profetas. Sí, tenemos que orar por nuestros semejantes, esa es una clara enseñanza bíblica.

Si conocemos de un pecado en un familiar, en algunos líderes de la iglesia, en los miembros de nuestra clase de la Escuela Dominical, en algunos miembros de la iglesia etcétera, en lugar de ponernos a criticar o a chismear, debemos ORAR pidiendo a Dios por el pecado de ellos. Eso es parte de lo que Jesús dijo en la oración modelo cuando luego de ensenar que pidamos ser librados de nuestras deudas con Dios añadió, “...así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”…
Pero no debemos malinterpretar lo que estoy diciendo. Esto NO QUIERE DECIR que para poder recibir el perdón de Dios, TENGAMOS que hacer esto o aquello. La Biblia es clara y categórica en este sentido. NO HAY ALGO QUE PODAMOS HACER PARA GANAR EL PERDÓN DE DIOS. Dice en Romanos 5:6-8: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Y Efesios 2.8-9 añade: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.

La GRACIA de Dios fluye de su naturaleza, es parte de su ser. Dios la puso a nuestra disposición cuando todavía estábamos muertos en nuestros pecados y rebeliones. Perdonar a los que nos han ofendido es algo bien difícil, pero muy necesario para nuestro propio bien. Cuando uno se dispone a perdonar, está mostrando el perdón que ha recibido. Jesús usó el concepto de las deudas para mostrar una vívida imagen del pecado cuando contó la historia del rey que recoge Mateo 18. 21-35:

“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.


La enseñanza principal en esta parábola es que una experiencia en nuestra vida de la gracia de Dios nos hace ser generosos con los que nos ofenden. Cuando nos empeñamos en no perdonar, estamos ignorando la enormidad de nuestra culpa y el enorme precio que Cristo tuvo que pagar por nuestros pecados. Cuando no perdonamos, nos hacemos daño a nosotros mismos, y nos hacemos esclavos de ese sentimiento. Colosenses 3.13 nos da un buen estímulo para perdonar: “…soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”.

No se llame a engaño. Ninguno de nosotros merece el perdón de Dios. Esto es un acto de su gracia, es un regalo de Él. Ninguno de nosotros merece que se le dé una segunda oportunidad, dice la Biblia que LA PAGA DEL PECADO ES MUERTE. Es posible que Dios castigue a aquellos que nos hagan mal o nos ofendan, pero eso es UN NEGOCIO de Dios y no un asunto nuestro. No debemos ni siquiera desear o pensar que la ira de Dios venga sobre alguien. Aunque difícil de hacer, este es el pensamiento que tenemos que tener: DEBEMOS PERDONAR, PORQUE DIOS NOS PERDONÓ A NOSOTROS...

Señor, enséñanos a orar…

4 comentarios:

  1. Oscar
    Otro estudio de aquellos,Muy bueno!!!! Nos haz hecho pensar muy profundo este día. Doy gracias a Dios por haberte acercado a mi vida. Me siento muy feliz por tenerte como amigo y hermano

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  2. Gracias pastor:
    De verdad tenemos que aprender muchas cosas para poder orar con poder.
    Le agradecemos que nos dedique su tiempo para que aprendamos.
    Dios le bendiga y le guarde

    Adrian Vasconcelos Medina

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  3. Gracias, graciaS, GRACIAS!

    Dios le bendiga mucho y le cuide para que pueda seguir ensenandonos cada semana.

    Angelina Buitralgo Diaz

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  4. Amen!

    Gracias y siga adelante.

    Garolina

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Le agradezco mucho su comentario.
Oscar