sábado, 9 de julio de 2011

Insistiendo…

No hace mucho se publicó un artículo en un medio de prensa cristiano y a los pocos minutos de haberse publicado comencé a recibir una lluvia de correos electrónicos y llamadas telefónicas de algunos amigos pastores y líderes laicos, preguntándome cual era mi posición ante cierta declaración que se hacía en el artículo. Los amigos más íntimos me preguntaron que cuál era la posición oficial de la Convención Bautista del Sur ante esa declaración, aunque yo no soy un vocero de la CBS ni tengo por qué conocer esos detalles.

Quiero aclarar que no se trataba de una interpretación bíblica, ni un postulado teológico y mucho menos un asunto doctrinal. Por lo general la gente presta muy poca importancia a estos asuntos, que son en verdad los importantes. Si ese hubiera sido el caso, encontraría correcto que algunos quisieran conocer mi posición u opinión al respecto. Lo que me sorprendió en sobremanera y todavía me tiene confundido es que se trataba de un asunto completamente irrelevante, ligado a estrategias y posiciones “políticas” que nada tienen que ver con los principios y fundamentos de nuestra fe.

Perdónenme los que me llamaron que me conocen bien y son mis amigos, y saben muy bien que le llamo al pan, pan y al vino, vino. Lo que veo detrás de esa “aparente preocupación” es una actitud orgullosa y egoísta. Es como decir: “Yo no pienso así y yo estoy en lo cierto”. ¿Por qué publican algo contrario a mi manera de pensar? Una vez más, no es algo relativo a nuestras doctrinas ni a algún aspecto teológico. Se trataba de “pura y simple política”.

Los seres humanos son dados a las manifestaciones arrogantes. Muchos se consideran superiores o mejores que los demás. Esa es, en última instancia una actitud discriminatoria. Conocí a una persona que entró en los Estados Unidos con una visa de turista y nunca regresó a su país de origen. Luego de vivir, al margen de la ley (ya que vivir en cualquier país del mundo sin la correspondiente visa es ilegal) y de fabricar artimañas legales logró que le confirieran la Residencia Permanente (Green Card). No critico ni doy mi opinión al respecto. Lo que si me vuelca el estómago al revés es que esa persona, al poco tiempo de haber resuelto su estatus legal migratorio, comenzó a criticar y a tratar de abusar espiritualmente de algunos cristianos ilegales que conocía. ¿Cómo se llama eso? Póngale usted el nombre, porque el nombre que yo conozco es muy feo y no tiene nada que ver con la fe cristiana. La sombra de la cruz de Cristo proyectada sobre la vida de un creyente produce frutos de amor no de disensiones ni de arrogancia.

Mi padre acostumbraba a decir: “Cuando quieras saber lo que vale alguien, dale todo lo que pida o llévalo a una posición inconfortable, y su verdadera personalidad va a aflorar”. Durante mi ya larga existencia he podido comprobar muchas veces la exactitud de esa aseveración. Mucha gente que consideré amigos, un día me volvieron la espalda, otros, sin siquiera esperarlo se convirtieron en verdaderos enemigos. Como se podrá imaginar, muchas veces me he preguntado qué pasó. ¿Qué falló en el esquema? Estoy seguro que usted ha tenido experiencias similares. Jesús, el santo Hijo de Dios y Señor y Salvador nuestro conoció también y sufrió este tipo de actitudes. La noche en la que fue arrestado se reunió por última vez, antes de enfrentar el Calvario, con sus discípulos en un amplio aposento alto en Jerusalén. Yo tuve el privilegio de visitar el lugar que la tradición dice que se corresponde con ese lugar y es un lugar sobrecogedor. Jesús se reunió con sus discípulos allí para participar de la comida de la Pascua (Marcos 14:12-17). Jesús sabía que el momento de su entrega, juicio, condena, crucifixión, sufrimiento, muerte, resurrección y ascensión al Padre estaba cercano (Juan 13:1). Ya el diablo había entrado en Judas Iscariote que había decidido traicionar a Jesús y entregarlo a los líderes religiosos que desde hacía tiempo andaban buscando una oportunidad para arrestarlo y matarlo (Marcos 14:1-2, 10-11).

Jesús se enfrentó a la inminente crisis con la certeza de que Él tenía el control absoluto sobre todos los acontecimientos. El arresto, el juicio y la crucifixión harían parecer que Él era una víctima indefensa, sin embargo Jesús sabía que su resurrección le daría la victoria sobre el pecado y la muerte. Dios convertiría lo que al principio iba a parecer una tragedia en un triunfo vivificante. Al comisionar a Jesús para venir a la Tierra como el Cristo prometido, el Padre le había dado la soberanía sobre todas las cosas y circunstancias que se pudieran presentar. Dios envió a su hijo en una misión redentora y Jesús estaba seguro de que regresaría al Padre.

Quiero que entienda que Jesús en ningún momento dudó de Su divinidad, ni de que era el Hijo unigénito de Dios. Con esta seguridad y en estas condiciones se aprestó a realizar un servicio muy humilde a favor de sus discípulos. Veamos Juan 13:3-5, 14-15

“…sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, 4se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. 5Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido [...] 14Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. 15Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis...

No vayamos a malinterpretar este hecho. En ese tiempo el anfitrión de una comida generalmente tenía un esclavo que lavaba los pies de los invitados cuando estos llegaban. No olvide que se usaban sandalias, los calcetines no se habían inventado, las calles y caminos no estaban pavimentados y no se viajaba en automóviles; de manera que los caminos polvorientos ensuciaban mucho los pies de los caminantes. Por regla general un esclavo gentil, o una de las mujeres más insignificantes en la servidumbre de la casa estaban encargados de lavar los pies de los invitados. Jesús no tenía ningún esclavo que lavara los pies de sus invitados y a pesar de que los discípulos de un rabí, generalmente realizaban las tareas más insignificantes y las menos apreciadas para él, al parecer ninguno de los discípulos de Jesús pensó en lavarle los pies a su maestro, ni a los otros discípulos. Así que en un gesto sorprendente para la época, Jesús realizó una tarea que estaba reservada para los esclavos.

De igual manera nosotros hoy, sabiendo lo que somos en Dios y seguros de que NADA puede afectar nuestra condición de hijos suyos, tenemos la libertad de servir con humildad a los demás.

En esta ocasión Jesús lavó los pies después de la cena y no al llegar los invitados como era la costumbre. Lo hizo de la manera natural que lo hacían los esclavos y luego secó los pies con una toalla. Luego de lavar los pies Jesús se ciñó de nuevo su manto y regresó a la mesa. Entonces les hizo una pregunta a sus discípulos: ¿Sabéis lo que os he hecho? Jesús acostumbraba a enseñar por medio de parábolas y en esta ocasión había “actuado” una parábola. La había escenificado, ¿habían aprendido la lección? ¿Entendían que ellos también tenían que servir con humildad, sin arrogancia?

Jesús no pretendió establecer el rito del lavado de pies. El significado más amplio de su acto era que sus discípulos -y los futuros discípulos así como también nosotros- debían realizar actos de servicio humilde y desinteresado como los que habían caracterizado su ministerio (Marcos 10:45). La humildad cristiana genuina considera a los demás como más importantes que uno mismo y se ocupa de las necesidades de otros, NO DANDO PARA RECIBIR. La humildad es un asunto práctico. Jesús es el ejemplo perfecto. Él lo dio todo a cambio de nada. Un servicio humilde y desinteresado es para nosotros un estilo de vida diferente, como lo fue para Jesús.

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Oscar