viernes, 6 de enero de 2012

Hablemos de cosas serias

Una mujer que esperaba tomar un avión en el aeropuerto compró un paquete de papas fritas y se sentó a leer el una revista. Poco rato después oyó el ruido de un envoltorio. Al espiar, por detrás de la revista, se quedó atónita al ver a un hombre bien vestido, sentado cerca, que se tomaba una de sus papitas. Pero no quiso armar un problema, así que simplemente se inclinó y tomó una papita para sí.
Pasó un minuto o dos, y de nuevo oyó el mismo sonido. ¡El hombre se estaba sirviendo otra papita! Para este entonces, ya había llegado al final del paquete. La mujer estaba tan furiosa que no podía articular alguna palabra. Entonces, como si todo fuera poco, el desconocido sujeto, para agregarle humillación a su osadía, partió la última papita por la mitad, empujó una mitad para el lado donde estaba ella, y se comió la otra mitad, se levantó y se fue. ¡Nunca había visto tanto descaro en mi vida! Dijo finalmente roja por la ira, cuando ya el hombre se había alejado lo suficiente como para no poder oírla.

Un rato después, cuando anunciaron su vuelo, la mujer estaba aún muy furiosa, al abrir su bolso para sacar el boleto del avión, ¡encontró el paquete de papitas que había comprado… sin abrir! ¡Ella era la que se había estado comiendo las papitas del desconocido!

Alguien dijo: “Pasaré por esta tierra una sola vez. Si puedo hacer alguna buena obra, algún acto de bondad hacia otra criatura, no la postergaré ni la pasaré por alto, porque no volveré a pasar por aquí”.
Expresar bondad no es una incomodidad que deba evitarse, sino una característica que debemos adoptar. Algunas veces es tan simple como dar una sonrisa amable, un cálido apretón de manos o enviar una nota de agradecimiento, ayudar a un vecino con alguna tarea de la casa o acompañar a un amigo angustiado, invitar a alguien a tomar un café o aceptar la invitación de alguien que los demás rechazan, y en ocasiones, tal vez también sí, compartir un paquete de papitas fritas con una desconocida que alarga la mano “distraídamente, mientras pretende estar leyendo una revista. Alguien dijo una vez: “Lo más grande que alguien puede hacer por su Padre celestial es ser bondadoso con los otros hijos de Él”.

Uno de los actos de bondad más bellos fue el que el rey David tuvo para con un hombre despreciado, llamado Meri-boset. Durante años, el lunático y medio loco de Saúl había perseguido a David obsesivamente como a una presa. Ahora que Saúl estaba muerto, coronaron a David rey de Israel. En esa época era una práctica común que el nuevo rey exterminara a todos los miembros de una dinastía anterior para evitar que algún descendiente reclamara el trono. Mientras quedara una chispa de vida de esa familia, el nuevo rey estaba amenazado. Pero la reacción de David fue totalmente opuesta; él preguntó: “¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?” (2 Samuel 9.1). Al utilizar la palabra que se traduce como ‘misericordia’, David estaba expresando un amor inmerecido, que no se podía ganar ni devolver.

Hallar al único pariente que quedaba de la familia de Saúl no era asunto sencillo, pero la investigación de David lo llevó a un nieto de Saúl llamado Mefi-boset, hijo de Jonatán. Este hombre estaba lisiado de ambos pies y vivía abandonado y en una gran pobreza, en un pequeño y desierto lugar del reino. Al hallarlo, el hombre del nombre difícil de pronunciar llegó cojeando al salón del trono del más poderoso rey de la tierra. Al presentarse delante de David, estoy seguro que esperaba lo peor. Quizá estaba pensando: “Van a matarme porque soy parte de la dinastía anterior”. Como ya hemos dicho, tenía muchas razones para pensarlo.

Pero eso no fue lo que le dijo David. Él le dijo: “No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre” (2 Samuel 9.7). David, el famoso y fuerte rey, extendió su mano a Mefi-boset, el cojo, pobre y despreciado, y le dio con generosidad.
¿Imagina usted cómo se sentiría Mefi-boset en ese momento? Esperaba que una espada le separara la cabeza del cuello, pero, en cambio, escuchó las increíbles palabras de aceptación del rey David. ¿Qué podemos aprender de este incidente?

Primero, la dignidad se restaura con palabras.

Al escuchar el gesto de gracia de David, Mefi-boset, “inclinándose, dijo: ¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” (2 Samuel 9.8). ¡Este hombre se llamó a sí mismo un perro muerto! Al hacerlo, se identificó como lo más desagradable y maloliente que podía pensar. Para los hebreos, un perro era uno de los animales más repulsivos. Además, todo lo que estuviera muerto era vil e inmundo. Mefi-boset se consideraba un montón de basura. Los demás confirmaban los sentimientos de inferioridad que, sin duda, él ya tenía cuando lo llamaban por su nombre: Mefi-boset que justo significa “hombre de vergüenza”.

Al postrarse ante el rey, en su momento de mayor vulnerabilidad, quizá lo inundaron los recuerdos de que toda una vida lo llamaran con desprecio. Quizá volviera a oír las humillantes burlas de los que lo consideraban inútil y despreciable. Posiblemente esperaba el desdén al que había llegado a acostumbrarse.
Cojo. Incapacitado. Despreciado. Perro muerto. Hombre de vergüenza. David no pronunció ninguna de estas palabras. En cambio, dijo: “¿Dónde está?” (2 Samuel 9.4).

Uno se pregunta cuánto tiempo hacía que nadie llamaba “hijo” a Mefi-boset. Las palabras tienen la capacidad de cambiarnos, de influir en nosotros, para bien o para mal. ¿No es así?

Segundo, la bondad suple las necesidades de las otras personas
David no había terminado con Mefi-boset. Ya le había dado una nueva identidad. Ahora iba a suplir sus necesidades: comida, abrigo y recursos económicos. David le dijo: “…te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre” (2 Samuel 9.7). Le permitió heredar las riquezas de su abuelo. Era como tener un tío rico que nos deja una fortuna, o ganar una enorme cantidad de dinero en una rifa, y ganar en “¿Quién quiere ser millonario?”, todo el mismo día. ¡Casi demasiado bueno para ser cierto!

La bondad es más que dar una palmada en la espalda y decir: “Que tengas un buen día”. La bondad se involucra. Se ensucia las manos. Toca los corazones. Suple las necesidades. La bondad es visible y activa. Va más allá de lo espiritual y emocional, va a lo físico y práctico.

David podía haber pasado por alto a Mefi-boset. ¿Quién lo hubiera culpado? ¿Quién lo hubiera confrontado? Pero no lo hizo.

Un periódico local organizó un simulacro de accidente de tránsito para ver cómo reaccionaba la gente. Un conductor se subió con su auto a la calzada en una calle de mucha circulación de gente, y luego se desplomó sobre el volante, aparentemente inconsciente. Pasaron dos horas y nadie se detuvo. Docenas de personas pasaron de largo sin prestar atención a la aparente tragedia.

Imposible. Inconcebible. Alguien debe haberse detenido, ¿verdad? No. Lamentablemente, nadie lo hizo.
A nuestro alrededor hay miles de personas destruidas, como Mefi-boset. Algunos tienen roto el corazón, otros las emociones; algunos tienen el espíritu aplastado; muchos tienen el cuerpo herido, otros el alma; muchos, muchos, tienen grandes necesidades físicas. ¿Las pasamos por alto como una pequeña abolladura en una puerta del auto?

La frase más común en la sociedad actual es “No te metas en eso”. Pero “meterse en eso” está en el corazón de una persona bondadosa. Como David, la persona bondadosa ve la necesidad y trata de suplirla. Está dispuesta a arriesgarse para ayudar a los demás, aunque los curiosos ocasionales no lo entiendan. Esto no significa que vaya a arriesgarse sin medir las consecuencias; pero sí significa que le importará más la persona a la que está tratando de ayudar que lo que piensen de ella los demás. Esa persona sabe que no puede hacerlo todo, pero está dispuesta a hacer lo que puede.

¿Puedo hacer un comentario personal? Sospecho que es hora de que pasemos de las lindas palabras piadosas a la participación práctica. De solo permanecer firmes en lo que es correcto a hacer lo que es correcto. Es importante tener una posición firme en cuanto a lo que es correcto. Pero debemos respaldar nuestras declaraciones con hechos. Debemos pasar de llevar un cartel a la plaza pública, a llevar un plato de comida a la casa del vecino que perdió el empleo. De participar en nuestras actividades religiosas a participar de un servicio cristiano genuino. De decirle a un familiar o amigo: “voy a orar por ti a abrir la billetera y darle más allá de lo que nos sobra”…

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Oscar