martes, 28 de febrero de 2012

Cuando Dios llama…

Éxodo 3.1-2
1 Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.
2 Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.


Yo estuve durante muchos meses pidiéndole a Dios que me abriera las puertas de su ministerio. En ese entonces, eso sonaba como algo imposible. Me encontraba en los Estados Unidos y no hablaba inglés ni entendía lo que oía. Ya había pasado de cuarenta años de edad y no tenía una educación teológica o bíblica formal. Conocía la Biblia. La había leído muchas veces y por muchos años había predicado la Palabra como laico y servido como maestro de la Escuela Dominical y líder en la Unión de Preparación.

Pero habían pasado muchos años y eso había sido en Cuba. Ahora estaba en New Mexico, y el entorno era bien diferente. Pero sentía en llamado de Dios de manera tan fuerte que era lo más importante para mí. Me afané mucho y empleaba cada segundo que tenía libre estudiando las Escrituras y teología. El pastor de la iglesia a la que estaba asistiendo se ofreció a servirme de mentor y se reunía conmigo una o dos veces por semana para discutir acerca de la Biblia y de temas teológicos dándome asignaciones de lecturas a realizar para el siguiente encuentro.

Ese fue un periodo muy intenso para mí que me sirvió para redescubrirme y probar mi llamado, así como para profundizar en las escrituras. Mi mentor comenzó a realizar gestiones en diferentes seminarios y a trabajar en la validación de mis créditos académicos para que yo pudiera calificar para comenzar a estudiar metódicamente. Al mismo tiempo la iglesia me había dado varias responsabilidades que incluían visitas a enfermos y encarcelados, ayuda a necesitados y ayuda en la limpieza del templo. Esto claro está como voluntario. Trabajaba en una factoría en el turno de la madrugada, y en las mañanas asistía al TVI para recibir clases de inglés.

En medio de este agitado programa de actividades Dios me abrió la primera puerta a su ministerio, trabajando como capellán voluntario en el Bernalillo County Detention Center de Albuquerque. En este programa llamado Light and Liberty fui ordenado al ministerio. Este programa me recomendó para ocupar una plaza como ministro de jóvenes a tiempo completo en un ministerio llamado Living Cross Christian Youth Center. Este ministerio trabajaba con jóvenes Hispanos, nacidos en New Mexico que estaban envueltos en actividades de pandillas. La capellanía del Centro de Detenciones de Albuquerque era para ministrar a los hispanos. Algunas cosas se empezaban a aclara para mí: Primero, lo que había considerado como un problema por hablar español, era ahora una ventaja. Segundo, podía dedicar todo mi tiempo al ministerio: Aunque había soñado otra cosa.

Esta ha sido una de las etapas de más intensa oración en mi vida, ya que estaba convencido del llamado y del ministerio que hacía, pero era algo totalmente nuevo y diferente a cuanto yo había conocido en mi vida. Allí pude conocer el sufrimiento de mis hermanos de raza. Pude ver con mis ojos las profundidades hasta donde puede llevar el pecado y pude conocer a personas con corazones de piedra y oídos tapiados para no escuchar el evangelio y pude ver como nunca antes al Espíritu Santo obrando en las vidas y transformando gentes.

Moisés era más viejo que yo cuando obedeció al llamado de Dios. Tenía 80 años de edad y en ese entonces se dedicaba a cuidar las ovejas de Jetro su suegro, [que era] sacerdote de Madián . Al parecer, Moisés se en este momento había aceptado su tarea pastor de ganado, aunque esta contrastaba notablemente con su educación y formación en Egipto en el palacio de faraón (Éxodo 2.1-10). Un día, Moisés llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. La ubicación exacta de Horeb, al que a veces se le llama Monte Sinaí, no se conoce; hay varios sitios que pudieran ser el lugar de ubicación de este monte. El que la tradición reconoce se encuentra en la Península de Sinaí. La frase “a través del desierto” sugiere que Moisés llevó el rebaño al oeste de Madián, a las verdes laderas superiores del Sinaí. Allí se encontraba solo con el rebaño. Moisés era en este momento un hombre humilde, pobre y fugitivo, pero Dios tenía un plan para su vida. En ese mismo desierto Moisés tendría un encuentro con Dios que cambiaría su vida para siempre.

Así como Dios fue al encuentro de Moisés, sin mirar su condición social o económica, llegando hasta allí donde él estaba, también fue por mí cuando yo era un pobre, humilde, fugitivo y desconocido y también está dispuesto a venir a su encuentro dondequiera que usted se encuentre. Dios tiene un plan para nuestras vidas. Él nos creó con un propósito. Dispóngase a oír a Dios y a creerle. La lógica divina, nada tiene que ver con la humana. Lo que para usted es un imposible, para Dios es posible. El camino que para usted está cerrado, Dios lo puede abrir. Las dificultades infranqueables, para Dios son solo oportunidades para mostrar su Poder. Confíe ciegamente en Dios y haga su voluntad, Él se encargará del resto.

En los vv. 2-3 vemos la manera asombrosa en la que Dios llamó la atención de Moisés. Enseguida el inspirado escritor revela que a Moisés se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza. Este hecho marca el primer paso de la revelación de Dios a Moisés. Aunque Moisés era el candidato menos pensado, el Señor lo llamó a ser su profeta con el propósito claro de liberar a Su pueblo de Egipto. Moisés vio algo sobrenatural: la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. No sabemos con exactitud qué tipo de arbusto era este; quizá fuera un pequeño brezo o algún otro tipo de zarza. Los comentaristas han planteado diferentes explicaciones de la milagrosa revelación, pero dos cosas establecen claramente la naturaleza sobrenatural del acontecimiento. Primero, una sola zarza era la que se estaba quemando, ninguna otra. Segundo, estaba ardiendo, pero no se consumía.

No hay dudas de que un arbusto seco se consumiría muy pronto. El espectáculo intrigó tanto a Moisés que decidió acercarse para examinar más de cerca esta notable y grande visión. ¿Por qué no se consumía la zarza? ¡Porque Dios estaba allí! (Deuteronomio 33.16). La principal atracción no era la zarza ardiente; ¡era Dios! Él se reveló por medio del arbusto, y lo hizo en dos tipos diferentes de teofanía. (Una teofanía es la aparición física de Dios a una persona.) Primero, Dios se reveló como “el ángel de Jehová” (Génesis 22.11, 15; Números 22.22-35; Jueces 6.11-22; Salmos 34.7). Esta es la clase más común de teofanía. Aquí el ángel o mensajero de Jehová se identifica con el mismo Dios. Segundo, Dios se reveló por medio de una teofanía de fuego. En el registro bíblico la presencia de Dios en numerosos casos va acompañada de fuego (Génesis 15.17-18; 1 Reyes 18.36-39; 2 Crónicas 7.1; Hechos 2.1-4).

Es probable que usted no vea a Dios aparecerse en medio de una zarza ardiente, a lo menos yo nunca he tenido esta experiencia. Pero no dude ni por un instante que Dios desea que lo conozcamos. Vendrá a nuestro encuentro. En muchas ocasiones en mi larga vida yo he tenido la convicción y la certeza de la presencia y la mano del Señor obrando, revelándose en medios inimaginables. ¿Cómo lo sé? Porque ya vino a buscarnos en la persona de su Hijo Jesucristo (Juan 1.1, 14; Lucas 19.10).

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Oscar