domingo, 26 de febrero de 2012

Un Dios real

Cuando era un adolescente asistí por primera vez al Campamento Bautista de Yurumí, en el valle del mismo nombre en la provincia de Matanzas en Cuba. Aquel verano, la misionera norteamericana Miss. Gardner nos ensenó por una semana acerca de la vida de oración de George Müller y del ministerio que había llevado a cabo con los huérfanos.

Fue en aquella semana de campamento la primera vez que sentí que Dios me llamaba a su ministerio. Quise obedecer, pero los afanes de este mundo y mi falta de fe hicieron que yo desviara el camino. Muchas veces he analizado cómo mi vida se asemeja al pueblo de Israel que por no tener suficiente fe vagó por cuarenta años en el desierto. Yo también estuve por muchos años andando por un verdadero desierto por mi falta de fe, y a propósito, también fueron muchos años. Me esforcé y afané mucho estudiando y trabajando y logré “grandes éxitos” a los ojos del mundo. Pero nunca sentí la realización completa en mi vida, sabía que había algo que yo debía hacer y no identificaba. Todo este tiempo Dios fue paciente conmigo y esperó por mí todos esos años, sin cambiar el llamado que me había hecho en mi adolescencia.

Dios hizo posible que yo viniera a los Estados Unidos. En ese entonces yo era un Académico reconocido internacionalmente por mis investigaciones científicas y mis publicaciones. Mantenía intercambio científico con las personalidades más destacadas de mi campo científico en el mundo. Pero cuando solicité asilo político en los Estados Unidos, todo cambió para mí. Me vi de pronto como un simple inmigrante más, despojado de mi cultura, idioma, títulos y reconocimientos e incluso mis publicaciones desaparecieron, como si nunca hubieran existido, gracias a la censura. De la noche a la mañana pasé al anonimato y la pobreza más absoluta. No tenía un centavo y no se me permitió trabajar legalmente en los Estados Unidos por unos cuantos meses en los que sobreviví solo gracias al amor y la Gracia de Dios. Un grupo de personas piadosas recogieron algún dinero y me rentaron una habitación para que yo pudiera vivir algún tiempo y no tuviera que irme a dormir a las calles con los indigentes.

En aquellos días era muy fácil para mí escuchar la voz de Dios. En realidad no había mucha gente que me hablara y los pocos que lo hacían usaban un idioma que yo no entendía bien. Comencé a sentir como nunca antes el llamado de Dios a su ministerio y aunque no podía entender cómo esto pudiera ser posible, sin apenas hablar inglés y sin entenderlo. Eso implicaba renunciar a mi carrera, olvidarme de mis investigaciones científicas, tirar los títulos y comenzar de cerio, pero en esta ocasión, traté de poner en práctica lo que había aprendido muchos años antes acerca de la manera en la que George Müller se comunicaba con Dios y tratar de experimentar por mi mismo que tan válidas podían ser esta ideas.

¡Y comencé a creerle a Dios! En aquellos días en los que no tenía absolutamente nada, leí una mañana en una Biblia de las más baratas que existen (y que conservo) que me había regalado el pastor de una iglesia americana que visité, Lucas 12:22-24. Esos versículos fueron como una descarga eléctrica. Aquel frío día de invierno en Albuquerque en New Mexico, en el que tenía el único abrigo que poseía cerrado hasta el cuello por no tener dinero para encender la calefacción y estar tiritando de frío. Aquella mañana, me tiré de rodillas ante mi Dios y ahogado por las lágrimas que no cesaban de rodar por mis mejillas, como el Hijo Pródigo, considerándome yo mismo un pródigo, regresé a mi Padre celestial y le pedí perdón por todo el mal que había hecho y por haber cerrado mis oídos a su llamado y aquel día le imploré que me abriera las puertas de Su ministerio.

Yo no sabía cómo esto pudiera ser posible, pero el llamado que sentía era tan fuerte y real que ya no tenía dudas. Si Dios me había sacado de Cuba, si Él me estaba llamando, Él abriría las puertas a Su manera y me llevaría al lugar en el que Él quería usarme, y esta vez yo sería obediente, y dejaría mi “lógica” a un lado junto con los prejuicios y mi falta de fe.

Aquel día estuve orando mucho tiempo y volqué mi alma a los pies de Dios. Lloraba por la convicción de mi pecado de rebeldía y temblaba por el frío y el hambre que sentía. En el viejo refrigerador del cuarto que manos generosas me habían rentado, solo habían dos pomos con agua fría. Por mi mente “científica” cruzó la idea de salir y tomar algunas hojas y hacerme un té caliente. Pero aquel día, tal vez por primera vez en muchos, muchos años, yo sentí a Dios muy cerca de mí, y tuve la certeza de que aquella promesa de Lucas era para mí y para aquel día, por lo que por primera vez, tal vez en mi vida, decidí no hacer algo y esperar en Dios. Después de aquel día, este es el método que he seguido siempre.

Me acordaba de las historias de George Müller estaba todavía de rodillas cuando alguien tocó a la puerta de mi habitación. Me sobresalté mucho pues no tenía amigos ni familiares en la ciudad que conocieran mi ubicación y por si fuera poco, el FBI me había visitado para informarme que habían conocido de un plan del Servicio de Inteligencia cubana para secuestrarme y llevarme a Méjico para desde allí enviarme de regreso a Cuba.

Cuando miré por la ventana vi al pastor de la iglesia americana que estaba visitando cargando una gran caja de cartón. Cuando abrí la puerta yo estaba temblando más que antes y mi rostro y ojos en especial no podían ocultar que había estado llorando por mucho tiempo. El Rev. Anthony (Luego fue Tony para mí) tratando de hablar en el mejor español que sabía y yo tratando de entender todo el inglés que podía, nos comunicamos.

Él me dijo estas palabras que se grabaron para siempre en mi corazón: “Brother, no quisiera ofenderle, así que me disculpa. Pero yo me encontraba orando en mi oficina en la iglesia y sentí la necesidad de levantarme y preparar esta caja con comida y buscar la tarjeta que usted llenó cuando nos visitó el domingo para ver si estaba la dirección para traerle estas provisiones. La dirección no estaba completa, pero preguntando llegué. Así que si necesita esto úselo y si no, regáleselo a alguien”.
Posiblemente usted considere esta historia como una tontería. Han pasado casi veinticinco años de aquella mañana, pero yo la recuerdo como si hubiera sido ayer. Aquel día experimenté a Dios como nunca antes y desde aquel día nunca más me he vuelto a soltar de su mano ni me he apartado del ministerio al cual Él me llamó y que es la razón de mi vida. Muchas cosas han cambiado. Ya no soy tan pobre, aunque no soy rico. Dios me ha colmado de cosas que no merezco ni nunca soñé tener. Cuando salí de Cuba lo dejé todo. Incluyendo a mi familia. Mi Dios me devolvió a mi familia ampliada y fortalecida y mucho más de lo que alguna vez tuve. Él me ensenó ha no buscar más mi lugar y luchar para darle a Él Su lugar.

Mi vida no está llena de circunstancias o coincidencias, sino de la providencia de Dios. He pedido mucho desde que llegué a los Estados Unidos, pero tomé la decisión de confiar solo en Dios y pedirle solo a Él. Esto lo llevé hasta el extremo de renunciar a solicitar algún tipo de ayuda de las que ofrece el gobierno federal de los Estados Unidos a los exiliados políticos y refugiados. Hoy puedo decir que NUNCA pedí la ayuda de alguien, y sin embargo, nunca carecí de algo. Siempre hubo personas que se sintieron compelidas a ayudarme, sin siquiera saber las necesidades que yo estaba atravesando.

Hoy puedo testificar que no fue el entrenamiento teológico o los conocimientos bíblicos los que me llevaron a experimentar la grandeza y el amor de Dios, sino CREER que Dios me estaba hablando para cambiarme y que estaba pidiendo mi cooperación para llegar a otras personas, usándome a mí, para que ellas pudieran alcanzar la vida eterna.

Tenga la seguridad que de la misma manera que Dios le habló a George Müller y me ha hablado a mí, le habla cada día a muchos hombres y mujeres y le puede hablar a usted hoy, si se dispone a escuchar su voz y hacer lo que Él le dice que haga. Cuando Dios habla mediante nuestras vidas, la gente puede ver a Jesús y sentir la presencia de Dios. Este blog que escribo diariamente, es una muestra de ese llamado que Dios me hizo…

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Oscar