lunes, 6 de febrero de 2012

Una buena lección

En una ocasión, durante un viaje a Europa, hice una escala en Londres para visitar esta ciudad. No tenía mucho tiempo, por lo que decidí comprar un paquete turístico que incluía un viaje en uno de esos típicos omnibus de dos pisos que nos daría un paseo por la parte más turística de Londres.

Después de subirme tres o cuatro veces al omnibus que no era, finalmente un empleado me explicó cómo identificar al omnibus que yo debía tomar. Me encontraba parado en medio de un grupo de personas de diferentes nacionalidades que esperaban por alguno de los omnibus de turismo que se detenían en aquel lugar para tomar y dejar pasajeros. En verdad había muchas personas esperando por su autobús.

Dado que los ingleses son amantes de la perfección, todos sabiamos que el autobús llegaría justamente a la hora que indicaba el anuncio, ni un minuto antes, ni un minuto después. Mientras yo esperaba, vi a un niño de unos seis o siete años que, aparentemente, venía caminando sin ninguna preocupación dirigiéndose sin rumbo fijo en dirección a nosotros. Pero, al mirar atrás, el niño se dio cuenta que estaba caminando solo. Entonces, lleno de temor, comenzó a gritar: “¡Alguien! ¡Alguien!” Al acercarse más a nosotros, y por su forma de hablar, me di cuenta de que el niño padecía del llamado Síndrome de Down. Mientras más gritaba el niño: “¡Alguien!”, más se apartaba la gente para evitarlo. El niño comenzó a mirar a su alrededor, como si se tratara de un animal acorralado frente a la fuerza que lo atacaba. “¡Alguien! ¡Alguien!”, gritaba, y su rostro se volvía cada vez más blanco por el terror que estaba experimentando.

Pensé para mis adentros: “De verdad que alguien debería hacer algo por este muchachito. Yo ni siquiera hablo buen inglés, ni sé lo que le pasa”. Finalmente llegó el autobús que yo debía tomar y la gente comenzó a subir mientras el niño seguía en la acera gritando: “¡Alguien! ¡Alguien!” Entonces, de en medio de la gente, salió una muchachita muy joven que respondió: “Alguien”. Se acercó al niño y lo tomó en sus brazos y comenzó a decirle muy calmadamente: “Alguien. Alguien”.

Para este entonces, yo ya había subido al autobús y me había acomodado en el piso superior al aire libre lo cual me permitía seguir observando la escena que se desarrollaba en la acera. Mientras esperaba que el vehículo saliera de la parada, vi que una mujer corría hacia la muchacha que había tomado en brazos al niño. En ese momento me di cuenta que esta última mujer era la madre del pequeño, y la muchacha era solo una turista bondadosa que vio a alguien necesitado y sufriendo. Esta muchacha, sencillamente, había hecho un esfuerzo para extenderle la mano a otra persona.

Aunque no sean personas con Síndrome de Down, muchos con los que nos cruzamos todos los días también están gritando “¡Alguien!” ¿Escucha usted estos gritos, o los ignora?
¿Se ha dado cuenta que, en general, tratamos de mantenernos lejos de las personas que están“incapacitadas” o que están enfrentando un problema? Los cojos, los divorciados, los solitarios, los que sufren. Ellos necesitan que los tratemos con la misma estimación de los que son semejantes a nosotros. Yo aprendí una lección aquel día que no he vuelto a olvidar.

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Oscar