domingo, 25 de marzo de 2012

Pero el Señor no cambia

Pero el Señor no cambia

Por Charles Spurgeon

“Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.”—Malaquías 3:6


Alguien ha dicho que “el estudio apropiado de la humanidad es el hombre”. Yo no voy a oponerme a esa idea, pero creo que es igualmente cierto que el estudio apropiado de los elegidos de Dios, es el propio Dios. El estudio apropiado del cristiano es la Deidad. La ciencia más elevada, la especulación más sutil, la filosofía más poderosa que puedan jamás atraer la atención de un hijo de Dios, es el nombre, la naturaleza, la Persona, la obra, los hechos y la existencia de ese grandioso Dios, a quien el cristiano llama Padre.

En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso para la mente. Es un tema tan amplio que todos nuestros pensamientos se pierden en su inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo se ahoga en su infinitud. Nosotros podemos abarcar y enfrentar otros temas; en ellos sentimos una especie de autosatisfacción y proseguimos con nuestro camino pensando: “he aquí que yo soy sabio”. Pero cuando nos aproximamos a esta ciencia de las ciencias y encontramos que nuestra plomada no puede medir su profundidad y que nuestro ojo de águila no puede ver su altura, nos alejamos pensando que el hombre vano quisiera ser sabio, pero que es como un burrito salvaje y entonces exclama solemnemente: “soy de ayer y no sé nada”. Ningún tema de contemplación tenderá a humillar la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios […]

¿Acaso no puedes recordar en tu vida temporadas similares a las que yo he sentido? He ido directo hasta llegar a los límites del pecado; alguna tentación muy fuerte me ha tomado de mis dos brazos, de tal forma que no podía luchar con ella. He sido empujado, arrastrado por un terrible poder satánico hasta el propio borde de algún horrible precipicio. He mirado hacia abajo, abajo, abajo, y he visto mi porción. Me he estremecido al borde la ruina. Me he horrorizado con mis cabellos de punta, al pensar en el pecado que he estado a punto de cometer, el horrible hoyo en el que he estado a punto de caer.

Un brazo poderoso me ha salvado. Me he replegado y exclamando ¡Oh Dios! ¿Cómo pude acercarme tanto al pecado y, sin embargo, he podido evitarlo? ¿Cómo pude haber caminado directo al horno y no haber caído, como los hombres vigorosos de Nabucodonosor, que fueron devorados por la llama del fuego? ¡Oh! ¿Es posible que yo esté aquí esta mañana, cuando pienso en los pecados que he cometido, y en los crímenes que han pasado por mi perversa imaginación? Sí, yo estoy aquí, sin ser consumido, porque el Señor no cambia.

¡Oh!, si Él hubiera cambiado, ya habríamos sido consumidos en una docena de formas. Si el Señor hubiera cambiado, tú y yo deberíamos haber sido consumidos por nosotros mismos; pues, después de todo, el señor “Yo” es el peor enemigo que tiene el cristiano.

Ya habríamos demostrado que somos suicidas de nuestra propia alma. Ya habríamos preparado la copa del veneno para nuestros propios espíritus, si el Señor no fuera un Dios que no cambia, que arrojó la copa lejos de nuestras manos cuando estábamos listos para tomar el veneno.

También ya hubiéramos sido consumidos por el propio Dios si no fuera un Dios inmutable. Llamamos a Dios, Padre. Pero no hay ningún padre en este mundo que no hubiera matado a todos sus hijos hace mucho tiempo, harto de la provocación con que lo hostigaban, si hubiera recibido la mitad de los problemas que Dios ha recibido de Su familia. Dios tiene la familia más problemática de todo el mundo: incrédulos, desagradecidos, desobedientes, olvidadizos, rebeldes, descarriados, murmuradores y de dura cerviz.

Qué bueno que Él es misericordioso, pues de lo contrario ya hubiera tomado no solamente la vara, sino la espada contra algunos de nosotros desde hace mucho tiempo.

Pero no había nada en nosotros que pudiera ser amado al principio, así que no puede haber menos ahora. John Newton solía contar una rara historia, e invariablemente se reía al contarla, de una buena mujer que decía, para demostrar la doctrina de la Elección: “¡Ah! señor, Dios debe haberme amado antes de que yo naciera, pues de lo contrario no habría visto nada en mí posteriormente que Él pudiera amar.”

Estoy seguro que eso es válido en mi caso, y cierto en relación con la mayoría del pueblo de Dios. Pues hay tan poco que amar en ellos después que han nacido, que si no los hubiera amado antes de nacer, no habría visto ninguna razón para elegirlos después.
Pero, puesto que los amó sin obras, todavía los ama sin obras. Puesto que sus buenas obras no ganaron Su afecto, las malas obras no pueden suprimir ese afecto. Puesto que la justicia de ellos no sirvió de lazo para Su amor, así la perversidad de ellos no puede cortar esos lazos dorados. Él los amó por Su pura gracia soberana, y los va a amar aún. Pero nosotros deberíamos haber sido consumidos por el diablo, y por nuestros enemigos; consumidos por el mundo, consumidos por nuestros pecados, por nuestras pruebas, y en cientos de formas más, si Dios hubiera cambiado alguna vez.

Recuerden que Dios es el mismo, independientemente de lo que se quite. Sus amigos pueden perder el afecto, sus ministros pueden ser cambiados, todo puede cambiar. Excepto Dios. Sus hermanos pueden cambiar y clasificarlos como viles: pero Dios de todas maneras los va a amar. Su situación en la vida puede cambiar, y pueden perder sus propiedades. Toda la vida de ustedes puede ser sacudida y se pueden volver débiles y enfermizos; todas las cosas pueden abandonarlos, pero hay un lugar donde el cambio no puede poner su dedo; hay un nombre sobre el cual no se puede escribir mutabilidad; hay un corazón que no sufre alteraciones; ese corazón es el corazón de Dios: ese nombre es Amor.

“Confía en Él, nunca te va a engañar.
Aunque con dificultad creas en Él;
Él nunca, nunca te abandonará,
ni permitirá que tú lo dejes.”

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Oscar