domingo, 8 de abril de 2012

Cuando la muerte nos sorprende…




El año pasado, como ya es costumbre, fuimos a Valencia en España a visitar a nuestra hija y nieta. Mi mejor amigo era madrileño, y siempre nos estábamos gastando bromas. Antes de salir para España, me encargó algunas golosinas y me pidió que visitara a su madre, que vive en Madrid aunque ya es muy anciana.
Chequeando mi correo electrónico en Zaragoza done estábamos con la familia, me sorprendió un email de mi asociada que me contaba que Jess había muerto. Aunque él era un hombre de Dios, siempre la partida inesperada de alguien que uno aprecia y ha aprendido a querer nos deja con un extraño sabor amargo y una especie de vacío dentro de nosotros.

Pienso que sin dudas un sentimiento semejante era el que se había apoderado de los discípulos de Jesús en aquel fin de semana. El Maestro les había anunciado varias veces su muerte y resurrección. Las Escrituras eran claras en cuanto a la suerte del Cristo (en griego) o Mesiah (en hebreo) o Mesías en español, pero los hechos habían ocurrido con tanta rapidez, y la situación era tan trágica, que al parecer todos habían olvidado lo dicho por el Señor Jesús.

El temor se había apoderado de muchos que ahora se escondían por miedo a sufrir una suerte similar. Todo había ocurrido muy rápido. No se lo esperaban. No era posible. Y ahora qué harían. La tristeza y la confusión los embargaban. Y como siempre ocurre, en medio de la confusión, alguien decide hacer algo que es necesario hacer.
La muerte de Jesús ocurrió antes de lo que se suponía, de manera que tuvieron que apresurarse para darle sepultura antes de que cayera la noche, pues entonces comenzaría el día de reposo y el cuerpo no podría ser sepultado. De manera que con gran prisa descolgaron el cuerpo de la cruz, lo limpiaron, lo envolvieron en una sabana nueva de acuerdo a la costumbre judía y los colocaron en un sepulcro nuevo, para que se cumplieran las Escrituras, y rodaron una gran piedra para cerrar el sepulcro. Según narra Mateo, ya era de noche cuando José de Arimatea y muchas mujeres, miraban desde lejos lo que sucedía.

Este día del reposo había sido muy especial y doloroso para los discípulos y los amigos y familiares humanos de Jesús. Todavía se preguntaban cómo era posible que hubiera sucedido esto. Y nadie pensó en preparase para la vida sino más bien, pensaron en cómo dignificar la muerte. He aquí que las mujeres entre lágrimas, suspiros y lamentos, prepararon especias para ungir el cuerpo del Señor. Esta era una tarea arriesgada y dolorosa. Solo el amor al crucificado podía justificar semejante osadía. Pero era tarea muy compleja para una sola persona y los hombres no estaban interesados en participar. De manera que el primer día de la semana, y la semana judía comenzaba en el domingo, vinieron María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé que habían comprado las especias al sepulcro, muy temprano en la mañana, cuando ya los rayos del sol comenzaban a calentar la fría mañana de Jerusalén, aunque los corazones de ellas permanecían helados.

Y al llegar encontraron lo único que no pensaron alguna vez que pudieran encontrar: ¡El sepulcro estaba abierto! La piedra había sido quitada de la entrada. ¿Cómo era esto posible? ¿Qué había sucedido? ¿Quién se había llevado al cuerpo del Señor? Perro estas eran mujeres valientes, y la mejor prueba de ello es que se encontraban allí, cuando los otros andaba huyendo, escondidos o de luto. Der manera que a toda carrera se precipitaron dentro del sepulcro, que a propósito tenia una estrecha entrada que solo permitía pasa una persona a la vez. Y al mirar al lugar en el que se había colocado el cuerpo de Jesús, vieron algo sobrenatural. Era un joven vestido con una ropa blanca.

¡Las mujeres se espantaron! Y es natural que usted entre en una timba buscando a un muerto y se encuentre con un vivo desconocido y sienta pánico. Entonces el joven les dijo que no tuvieran miedo y les hizo en verdad una buena pregunta. ¿Buscan a Jesús Nazareno el que fue crucificado? Bueno Tengo dos noticias, una mala y una buena. La mala, Él non esta aquí. La buena: ¡Ha resucitado! Vayan u díganselo a todos y díganle que Él va, como les dijo, Galilea, que vayan allá que allí todos lo podrán ver.

Pero en realidad, las cosas en la vida son un poquito más complicadas. Marcos nos cuenta en su evangelio que las mujeres se fueron espantadas, huyendo, con gran temor y no decían ni comentaban algo porque tenían miedo. ¿Ha sentido usted miedo alguna vez? Miedo negro, de ese que se pega al paladar y aprieta la garganta y apenas nos deja respirar. Irracional, incomprensible doloroso, en fin, miedo. Eso sentían las mujeres que salieron disparadas del sepulcro. ¡Iban templando y espantadas!

Pero Dios es misericordioso y premia a los fieles a pesar de sus debilidades. Así que Jesús resucitado se les apareció en el camino a las mujeres. ¡Y ellas le adoraron! Y entonces le ratificó lo dicho por el ángel de que iba a Galilea para allí reunirse con sus discípulos que debían ir allá. Entonces las mujeres regresaron a la ciudad y les contaron estas cosas a los once y a todos los demás.

¿Pero saben una cosa? A los que recibieron estas noticias, les parecían que eran una locura y no creían a las mujeres. ¿Sabe otra cosa? Después de mas de dos mil años, todavía hay gente que sigue pensando y creyendo que estas cosas son una locura y NO CREEN.

Entonces Simón Pedro, el mismo que había negado tres veces al Señor hacia solo unos días, saliendo del temor, salió corriendo con Juan hasta el sepulcro. El camino es pedregoso y desde Jerusalén hasta el sepulcro hay una buena distancia, pero corrían sin parar, con una mezcla de temor y estupor. ¿Qué había sucedido? ¿Qué era eso que decían las mujeres? ¡Y nadie se acordaba de lo que el Señor había anunciado varias veces y había recordado solo unas horas antes y que además, estaba escrito en las Escrituras!

Y es que cuando las cosas no salen como pensamos, muchas veces nos olvidamos de lo que creemos. Esa es una de las armas favoritas del diablo. ¡La duda! ¡Y el olvido momentáneo!

Y entonces Simón y Juan entraron al sepulcro vieron el sudario y los lienzos, pero al parecer, no vieron al Señor. Y todavía no habían entendido lo que se les había ensenado, relativo a que el Señor resucitaría de los muertos. Que Cristo Jesús, vencería a la muerte.

Y después de estas cosas… Jesús se les apareció a sus discípulos y les mandó a ir y hacer discípulos en todas las naciones del mundo. Y se les apareció a muchos de sus seguidores antes de ascender a los cielos. Y la experiencia de su presencia fue tal, que aquellos mismos que habían estado escondidos por miedo, fueron capaces de salir y enfrentar la muerte, por negarse a ocultar lo que ahora sabias: ¡Que Jesús VIVE y es REY!

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Oscar