viernes, 4 de mayo de 2012



La Prisión de la Necesidad

Por Max Lucado

Publicado originalmente en el libro Exceso de equipaje

Jehová es mi Pastor; nada me faltará.
SALMO 23.1


Acompáñeme a la prisión más superpoblada del mundo. Tiene más internos que literas. Más prisioneros que platos. Más residentes que recursos.
Acompáñeme a la prisión más opresiva del mundo. Pregunte a los internos; ellos le contarán. Trabajan demasiado y comen mal. Sus muros están desnudos y sus literas son duras.
Ninguna cárcel está tan superpoblada; ninguna es tan opresiva, y lo peor, ninguna prisión es tan permanente. La mayoría de los internos jamás salen. Nadie se puede fugar. Nunca logran la libertad. Tienen que cumplir una sentencia de por vida en este centro superpoblado y desabastecido.
¿El nombre de la prisión? Lo verá a la entrada. Sobre el portón, en forma de arco están las letras fundidas en hierro que forman su nombre:


N-E-C-E-S-I-D-A-D

La prisión de la necesidad. Ha visto sus prisioneros. Tienen «necesidad». Siempre necesitan algo. Quieren algo más grande. Más hermoso. Más rápido. Más delgado. Necesitan.
No es mucho lo que necesitan. Sólo quieren una cosa. Un nuevo trabajo. Un nuevo automóvil. Una nueva casa. Una nueva esposa. No quieren mucho. Sólo una cosa.
Con sólo «una cosa» serán felices. Y tienen razón: serán felices. Cuando tengan «una cosa» saldrán de la prisión. Entonces sucede algo. El olor a carro nuevo se desvanece. El nuevo empleo se envejece. Los vecinos compran un televisor más grande. La nueva esposa tiene malos hábitos. La chispa se esfuma, y antes que usted se dé cuenta, otro exconvicto quebranta su palabra y regresa a la prisión.
¿Está usted en la prisión? Sí, si se siente mejor cuando tiene más y peor cuando tiene menos. Sí, si su gozo está a una entrega de distancia, a un traslado de distancia, a un premio de distancia o a una renovación de distancia. Si su felicidad procede de algo que deposita, conduce, bebe o come, reconózcalo: usted está en una cárcel, la cárcel de la necesidad.
Esa es la mala noticia. La buena es que tiene una visita. Y su visita tiene un mensaje que puede darle la libertad. Vaya a la sala de visitas. Tome asiento, y vea al otro lado al salmista David. Le hace señas para que se incline hacia él. «Tengo un secreto que contarte», susurra, «el secreto de la satisfacción: “Jehová es mi pastor; nada me faltará”» (Salmo 23.1).
David ha encontrado los pastos donde va a morir el descontento. Es como si dijera: «Lo que tengo en Dios es más grande que lo que no tengo en la vida».
¿Piensa que podemos aprender a decir lo mismo?
Piense por un momento en lo que tiene. Piense en la casa que tiene, en el coche que conduce, el dinero que ha ahorrado. Piense en las joyas que ha heredado y las acciones que ha transado y la ropa que ha adquirido. Vea todo lo que ha acumulado, y permítame recordarle dos verdades bíblicas.
Lo que tiene no es suyo. Pregúntele a cualquier médico forense. Pregúntele a cualquier embalsamador. Pregúntele a cualquier director de una funeraria. Nadie se lleva nada consigo. Cuando murió uno de los hombres más ricos de la historia, John D. Rockefeller, le preguntaron a su contador: «¿Cuánto dejó John D?» la respuesta fue: «Todo».
«Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano» (Eclesiastés 5.15).
De todo eso, nada es suyo. ¿Y sabes algo más acerca de todas esas cosas? No son usted. Lo que usted es nada tiene que ver con la ropa que usa ni con el coche que conduce. Jesús dijo: «La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12.15). El cielo no lo conoce como el tipo del traje hermoso ni como la mujer de la casa grande ni el muchacho de la bicicleta nueva. El cielo conoce su corazón. «Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16.7). Cuando Dios piensa en usted, se fija en su compasión, su devoción, su ternura o ligereza de mente, pero no en sus cosas.
Y cuando usted piensa en usted mismo, no debiera hacerlo de otro modo. Si se define por las cosas que tiene, se sentirá bien cuando tiene mucho y mal cuando tiene poco. El contentamiento viene cuando sinceramente podemos decir con Pablo: «He aprendido a contentarme cualquiera sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia» (Filipenses 4.11–12).
Doug McKnight podía decir esas palabras. A la edad de treinta y dos años se le diagnosticó esclerosis múltiple. Los dieciséis años siguientes le costaron su carrera, su movilidad y finalmente la vida. Debido a la esclerosis múltiple no podía comer por sí mismo ni caminar; combatió la depresión y el temor. A través de todo esto, nunca perdió el sentido de la gratitud. La evidencia de esto es su lista de oración. Los amigos de su congregación le pidieron que compilara una lista de sus peticiones para interceder por él. Su respuesta incluía dieciocho bendiciones por las que estaba agradecido, y seis preocupaciones por las cuales orar. Sus bendiciones superaban a sus necesidades por tres a una. Doug McKnight había aprendido a estar contento.
Lo mismo ocurrió con la leprosa en la isla de Tobago. Un misionero de corto plazo la conoció en un viaje misionero. En el día final, él conducía la adoración en una colonia de leprosos. Preguntó si alguien tenía una canción favorita. Cuando hizo la pregunta, una mujer se volvió y dejó ver el rostro más desfigurado que se haya visto. No tenía orejas ni nariz. Los labios habían desaparecido. Pero levantó una mano sin dedos y preguntó: «¿Podemos cantar “Cuenta las riquezas que el Señor te da”?»
El misionero comenzó a cantar, pero no pudo terminar. Después alguien comentó: «Supongo que nunca podrá volver a cantar esa canción». «No» respondió, «la cantaré nuevamente, pero nunca de la forma en que lo hacía antes».
¿Espera que un cambio de circunstancias traerá un cambio en su actitud? Si es así, usted está en prisión, y necesita aprender un secreto para aligerar su equipaje. Lo que tiene en su Pastor es mayor que lo que no tiene en la vida.
Permítame entrometerme por un momento. ¿Qué cosa específicamente se interpone entre usted y su gozo? ¿Cómo llenaría la línea siguiente?: «Seré feliz cuando __________________». Cuando sane. Cuando ascienda. Cuando me case. Cuando esté solo. Cuando sea rico. ¿Cómo podría terminar esta oración?
Con su respuesta bien en mente, responda esto. ¿Si su barco nunca llega, si su sueño nunca se hace realidad, si su situación nunca cambia, podría ser feliz? Si dice que no, está durmiendo en la fría mazmorra del descontento. Está preso. Y necesita saber lo que tiene en su Pastor.
Tiene un Dios que lo escucha, el poder del amor que lo respalda, el Espíritu Santo que vive en usted, y todo el cielo por delante. Si tiene al Pastor, tiene la gracia a su favor en todo pecado, dirección para cada decisión, una luz para cada rincón y un áncora para cada tormenta. Tiene todo lo que necesita.
¿Y quién se lo podrá arrebatar? ¿Puede la leucemia infectar su salvación? ¿Puede la bancarrota empobrecer sus oraciones? Un tornado puede quitarle su habitación terrenal, pero ¿alcanzará su hogar celestial?
Mire su posición. ¿Por qué clamar por prestigio y poder? ¿No ha recibido el privilegio de formar parte de la obra más grande de la historia?
Según Russ Blowers, somos privilegiados. Él es ministro en Indianápolis. Al saber que se le preguntaría su profesión en una reunión del Club Rotario, decidió decir algo más que «Soy pastor».
En cambio dijo: «Hola, soy Russ Blowers. Pertenezco a una empresa mundial. Tenemos sucursales en todos los países del mundo. Tenemos representantes an casi todos los parlamentos y salas ejecutivas de la tierra. Nos dedicamos a la motivación y la alteración de la conducta. Tenemos hospitales, comedores, centros de crisis en el embarazo, universidades, casas de publicaciones y hogares de ancianos. A nuestra clientela la cuidamos desde su nacimiento hasta su muerte. Ofrecemos seguros de vida y contra incendios. Realizamos trasplantes espirituales de corazón. Nuestro Fundador es dueño de todos los bienes de la tierra más una inmensa variedad de galaxias y constelaciones. Lo sabe todo y vive en todo lugar. Nuestro producto se entrega gratis a todo el que lo pide. (No existe la cantidad suficiente de dinero para adquirirlo). Nuestro Jefe Ejecutivo nació en una aldea campesina, fue carpintero, no era dueño de casa, su familia no lo comprendía y sus enemigos lo odiaban, caminó sobre las aguas, lo condenaron a muerte sin celebrarle juicio y resucitó de entre los muertos. Hablo con Él todos los días».
Si puede decir lo mismo, ¿no tiene razón para estar contento?
Un hombre llegó a la oficina de un ministro para pedir consejería. Estaba en medio de un colapso financiero.
«Lo he perdido todo», se quejó.
«¡Ah! Lamento de todo corazón que haya perdido su fe».
«No», rectificó el paciente.«No he perdido la fe».
«De acuerdo. Entonces lamento que haya perdido su carácter».
«No he dicho eso», corrigió. «Aún conservo mi carácter».
«Me duele saber que ha perdido la salvación».
«No es lo que dije», objetó el hombre. «No he perdido la salvación».
«Todavía tiene su fe, su carácter, su salvación», observó el ministro. «Me parece que no ha perdido ninguna de las cosas que realmente valen».
Nosotros tampoco. Usted y yo podemos orar como el puritano. Se sentaba para comer pan y beber agua. Inclinaba la cabeza y declaraba: «¿Todo esto además de Jesús?»
¿Podemos estar igualmente contentos? Pablo dice «gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6.6). Cuando rendimos a Dios el pesado saco del descontento, no sólo perdemos algo: ganamos algo. Dios lo reemplaza por un maletín liviano, hecho a la medida, resistente a los pesares y lleno de gratitud.
¿Qué ganará usted con el contentamiento? Puede ganar su matrimonio. Puede ganar horas preciosas con sus hijos. Puede ganar respeto por sí mismo. Puede ganar gozo. Puede ganar la fe para decir: «Jehová es mi pastor; nada me faltará».
Trate de decirlo lentamente: «Jehová es mi pastor; nada me faltará».
Dígalo otra vez, «Jehová es mi pastor; nada me faltará».
Otra vez, «Jehová es mi pastor; nada me faltará».
Shhhhhh. ¿Oyó un ruido? Yo sí. No estoy seguro … pero creo que se trata del rechinar de la puerta de una cárcel que se abre.


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Oscar