domingo, 1 de julio de 2012

La perseverancia de los santos II parte

Por Charles C Spurgeon

DEMOSTREMOS ENTONCES LA DOCTRINA DE LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS. Por favor sigan mi argumento con sus Biblias abiertas. La mayoría de ustedes, queridos amigos, han recibido como materia de fe las doctrinas de la gracia, y por tanto para ustedes la doctrina de la perseverancia final no requiere ninguna demostración, porque se deduce de todas las otras doctrinas. Nosotros creemos que Dios tiene un pueblo elegido al que Él ha escogido para vida eterna, y esa verdad necesariamente implica la perseverancia en la gracia.

Nosotros creemos en la redención especial, y esto asegura la salvación y la consiguiente perseverancia de los redimidos. Nosotros creemos en el llamamiento eficaz, que está ligado a la justificación, una justificación que asegura la glorificación. Las doctrinas de la gracia son como una cadena: si tú crees en una de ellas entonces debes creer la siguiente, pues cada una implica a las demás; por tanto, yo digo que, quienes aceptan cualquiera de las doctrinas de la gracia, deben recibir esta doctrina también, como inherente a ellas.

Pero voy a intentar demostrar esta doctrina para aquellos que no aceptan las doctrinas de la gracia; no quisiera argumentar en un círculo, demostrando algo que ustedes dudan por medio de otra cosa que ustedes también dudan, sino que “¡A la ley y al testimonio!” Vamos a remitir este asunto a las palabras reales de la Escritura.

Antes de avanzar al argumento, será bien que enfaticemos que aquellos que rechazan esta doctrina, nos dicen frecuentemente que hay muchas advertencias en la palabra de Dios en contra de la apostasía, y que esas advertencias no podrían tener algún significado si fuera cierto que el justo proseguirá su camino. Pero ¿qué pasa si esas advertencias son los instrumentos que utiliza la mano de Dios para evitar que Su pueblo se desvíe? ¿Qué pasa si esas advertencias son usadas para excitar un santo temor en las mentes de Sus hijos, convirtiéndose así en el medio de prevenir el mal que esas advertencias denuncian?

También quisiera recordarles que en la Epístola a los Hebreos, que contiene las advertencias más solemnes contra la apostasía, el apóstol siempre se cuida de añadir palabras que demuestran que él no creía que aquellos a quienes él advertía, realmente apostatarían. Veamos Hebreos 6:9. Él les ha estado diciendo a estos hebreos que si los que una vez fueron iluminados, recayeran (apostataran), sería imposible que fueran otra vez renovados para arrepentimiento, y agrega: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.” En el capítulo 10, el apóstol hace también una severa advertencia, declarando que aquellos que actúan de manera contraria al espíritu de gracia son dignos de un mayor castigo que los que violaron la ley de Moisés, pero concluye el capítulo con estas palabras: “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.” De esta manera el apóstol muestra cuáles serían las consecuencias de la apostasía, pero él está convencido que ellos no elegirán incurrir en tan terrible condenación.
Adicionalmente, quienes objetan esta doctrina a veces citan algunos ejemplos de apostasía que son mencionados en la palabra de Dios, pero al mirar estos casos con detenimiento descubrimos que se trata de personas que simplemente profesaron conocer a Cristo, pero que realmente no eran poseedores de la vida divina. Juan, en su primera Epístola, 2:19, describe plenamente a estos apóstatas: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros.”

Aquel memorable pasaje en el Evangelio de Juan es igualmente aplicable, donde nuestro Salvador habla de los pámpanos de la vid que no permanecen en ella, que son echados fuera y arrojados al fuego: estos son descritos como pámpanos en Cristo que no llevan fruto. ¿Son ellos verdaderos cristianos? ¿Cómo pueden serlo si no llevan fruto? “Por sus frutos los conoceréis.” El pámpano que lleva fruto es limpiado, pero nunca es echado fuera. Quienes no llevan fruto no son figuras de verdaderos cristianos, sino que representan adecuadamente a simples profesantes. Nuestro Señor, en Mateo 7:22, nos habla en relación a muchos que en ese día dirán: “Señor, Señor,” y que Él responderá: “Nunca os conocí.” No les dirá: “Os he olvidado,” sino más bien: “Nunca os conocí”: nunca fueron realmente Sus discípulos.

Pero ahora nos enfocaremos en el argumento mismo. En primer lugar sostenemos la perseverancia de los santos, de manera muy clara a partir de la naturaleza de la vida que es impartida en la regeneración. ¿Qué dijo Pedro en relación a esta vida? (1 Pedro 1:23) Él habla del pueblo de Dios como “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.”

La nueva vida que es plantada en nosotros cuando nacemos de nuevo, no es como el fruto de nuestro primer nacimiento, pues ese está sujeto a la mortalidad, sino que es un principio divino, que no puede morir ni puede corromperse; y, si es así, entonces quien lo posee debe vivir para siempre, ciertamente debe ser para siempre aquello en lo que el Espíritu de Dios lo ha convertido.

Y en 1 Juan 3:9 tenemos el mismo pensamiento planteado de otra forma: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Es decir, la inclinación de la vida del cristiano no es hacia el pecado. No sería una descripción justa de su vida decir que vive en pecado; por el contrario, lucha y contiende contra el pecado, porque posee un principio interno que no puede pecar. La nueva vida no peca; es nacida de Dios, y no puede transgredir; y aunque la vieja naturaleza está en guerra contra ella, sin embargo la nueva vida prevalece de tal manera en el cristiano, que es guardado de vivir en pecado.

Nuestro Salvador, en Su sencilla enseñanza del Evangelio a la mujer samaritana, le dijo (Juan 4:13) “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Ahora, si nuestro Salvador le enseñó esto a una mujer pecadora e ignorante, en Su primera entrevista con ella, yo entiendo que esta doctrina no está reservada al círculo interno de santos ya maduros, sino que debe predicarse ordinariamente entre la gente común, y que debe considerarse como un privilegio extremadamente bendito. Si ustedes reciben la gracia que Jesús imparte a sus almas, será como la mejor parte que María escogió, no les será arrebatada; morará en ustedes, no como el agua en una cisterna, sino como una fuente viva que salta para vida eterna.

Todos nosotros sabemos que la vida que es dada en el nuevo nacimiento está íntimamente conectada con la fe. Ahora, la fe es en sí misma un principio conquistador. En la Primera Epístola de Juan, que es un gran tesoro de argumentación (1 Juan 5:4) se nos dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” Vean, entonces, que lo que es nacido de Dios en nosotros, es decir, la nueva vida, es un principio conquistador; no se sugiere para nada que puede ser derrotada alguna vez: y la fe, que es un signo exterior, es en sí misma una eterna triunfadora.

Por lo tanto, necesariamente, porque Dios ha implantado una vida tan maravillosa en nosotros, sacándonos de las tinieblas y llevándonos a Su luz admirable, porque nos ha engendrado nuevamente a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos, porque el eterno y siempre bendito Espíritu ha venido para habitar en nosotros, nosotros concluimos que la vida divina en nosotros, nunca morirá. “Proseguirá el justo su camino.”

El segundo argumento para el cual solicito la atención de ustedes se deduce de las declaraciones expresas del propio Señor. Aquí vamos a examinar nuevamente el Evangelio de Juan, y en su bendito capítulo tercero, donde nuestro Señor estaba explicando el Evangelio de la manera más sencilla posible a Nicodemo, y le encontramos poniendo mucho énfasis en el hecho que la vida que se recibe por la fe en Él, es eterna. Miren a ese precioso versículo, el catorce: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Por lo tanto, ¿acaso creen en Él los hombres y sin embargo perecen? ¿Acaso creen en Él y reciben una vida espiritual que llega a un final? No puede ser, pues “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda”: pero él se perdería si no perseverara hasta el fin; y por lo tanto debe perseverar hasta el fin. El creyente tiene vida eterna, ¿cómo entonces puede morir, y dejar de ser un creyente? Si no permanece en Cristo, evidentemente él no tiene vida eterna, por lo tanto permanecerá en Cristo hasta el fin. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Algunos replican a esto que un hombre puede tener vida eterna y sin embargo perderla. A eso respondemos que las palabras no pueden significar eso. Tal afirmación es una contradicción clara. Si se pierde la vida el hombre está muerto; entonces ¿cómo pudo tener vida eterna? Es claro que sólo tenía una vida que duró por un tiempo: ciertamente no tenía vida eterna, pues si la hubiera tenido, habría vivido eternamente. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). Los santos en el cielo poseen vida eterna, y nadie espera que mueran. Su vida es eterna; pero la vida eterna es vida eterna, ya sea que la persona que la posea habite en la tierra o en el cielo.

No necesito leer todos los pasajes en los que se enseña la misma verdad; pero más adelante, en Juan 6:47, nuestro Señor le dijo a los judíos: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.” No una vida temporal, sino “vida eterna.” Y en el versículo 51 dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre.” Y luego viene esa famosa declaración del Señor Jesucristo, que, si no existiera ninguna otra, sería más que suficiente para demostrar nuestro punto. Juan 10:28: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie (la palabra “hombre” no está en el original) las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. ¿Qué significado tiene sino éste: que Él ha agarrado a Su pueblo, y que tiene la intención de sostenerlo muy seguramente en Su poderosa mano?

“¿Dónde está el poder que puede alcanzarnos allí,
O, quién podrá arrebatarnos de Su mano?”

Por encima de la mano de Jesús que fue perforada viene la mano del Padre omnipotente como una especie de segundo agarre. “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Esto debe mostrar con toda seguridad que los santos están seguros de cualquier cosa y de todo lo que pudiera destruirlos, y por consiguiente están protegidos de la apostasía total.

Otro pasaje afirma también lo mismo, y es Mateo 24:24, donde el Señor Jesús ha estado hablando de los falsos profetas que van a engañar a muchos. “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.” Y esto demuestra que es imposible que los escogidos sean engañados por ellos. De las ovejas de Cristo se dice: “Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños,” sino que por instinto divino ellos conocen la voz del Buen Pastor, y lo siguen.

De esta manera nuestro Salvador ha declarado, tan sencillamente como las palabras pueden expresarlo, que aquellas personas que son Su pueblo, poseen la vida eterna en ellos, y no perecerán, sino que entrarán en la felicidad eterna. “Proseguirá el justo su camino.”
Un argumento muy bendito para la seguridad del creyente se encuentra en la intercesión de nuestro Señor. No necesitan buscar la referencia bíblica, pues ustedes la conocen muy bien, que muestra la conexión entre la intercesión viva de Cristo y la perseverancia de Su pueblo: “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” (Hebreos 7:25)

Nuestro Señor Jesús no está muerto; Él ha resucitado, se ha elevado a la gloria y ahora intercede sobre la base del mérito de Su obra perfecta ante el eterno trono, y conforme intercede allí por todo Su pueblo, cuyos nombres están escritos en Su corazón, como los nombres de Israel estaban escritos en el pectoral del sumo sacerdote, Su intercesión salva a Su pueblo hasta lo sumo.

Si quisieran un ejemplo de esto, deben ver el caso de Pedro que está registrado en Lucas 22:31, donde nuestro Señor dice: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.” La intercesión de Cristo no salva a Su pueblo de las pruebas, ni de las tentaciones, ni de ser sacudido hacia arriba y hacia abajo como el trigo en la criba, ni tampoco lo salva de una cierta medida de pecado y de dolor, pero sí lo salva de la apostasía total. Pedro fue conservado, y aunque él negó a su Señor, esto fue sólo una excepción a la grandiosa regla de su vida. Por gracia prosiguió en su camino, porque no sólo en ese momento, sino muchas otras veces, aunque pecó, tenía un abogado ante el Padre, Jesucristo el justo.

Si desean saber cómo intercede Jesús, lean con calma en sus respectivas casas ese maravilloso capítulo 17 de Juan, la oración del Señor. ¡Qué oración es esa! “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.” Judas se perdió, pero Judas fue dado a Cristo como un apóstol y no como una de Sus ovejas. Él tenía una fe temporal, y mantuvo una profesión temporal, pero nunca tuvo vida eterna, pues de lo contrario hubiera vivido.

Esos gemidos y esos clamores del Salvador que acompañaron sus súplicas en Getsemaní, fueron escuchados en el cielo, y fueron respondidos. “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre”; el Señor los guarda por medio de Su palabra y Su Espíritu, y los guardará. Si la oración de Cristo en Getsemaní fue respondida, con cuánta más razón es escuchada la que se eleva ahora desde el propio trono eterno.

“Con clamores y lágrimas Él ofreció
Su humilde súplica desde la tierra;
Pero con autoridad solicita ahora,
Entronado en Su gloria.
Para quienes vienen a Dios por Él,
Salvación Él demanda;
Señala sus nombres grabados en Su pecho,
Y extiende sus manos traspasadas.”

Ah, si mi Señor Jesús intercede por mí, no puedo tener temor ni de la tierra ni del infierno: Esa voz que vive y que intercede tiene poder para guardar a los santos, y también lo tiene el propio Señor viviente, pues Él ha dicho: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19).

Ahora tenemos un cuarto argumento. Acumulamos una segura confianza en la perseverancia de los santos por el carácter y la obra de Cristo. Voy a ser muy breve en esto, pues confío que ustedes conocen tan bien a mi Señor que no necesita ninguna palabra de recomendación de parte mía para ustedes; pero si lo conocen, dirán lo mismo que el apóstol dice en 2 Timoteo 1:12, “Porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.” Él no dijo: “yo sé en quién he creído,” como lo cita la mayor parte de la gente, sino, “yo sé a quién he creído.” Él conocía a Jesús, conocía Su corazón y Su fidelidad, conocía Su expiación y Su poder, conocía Su intercesión y Su fuerza; y él entregó su alma a Jesús por un acto de fe, y se sentía seguro.

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Oscar