sábado, 7 de julio de 2012

La perseverancia de los santos III Parte

Por Charles H Spurgeon

Ahora tenemos un cuarto argumento. Acumulamos una segura confianza en la perseverancia de los santos por el carácter y la obra de Cristo. Voy a ser muy breve en esto, pues confío que ustedes conocen tan bien a mi Señor que no necesita ninguna palabra de recomendación de parte mía para ustedes; pero si lo conocen, dirán lo mismo que el apóstol dice en 2 Timoteo 1:12, “Porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.” Él no dijo: “yo sé en quién he creído,” como lo cita la mayor parte de la gente, sino, “yo sé a quién he creído.” Él conocía a Jesús, conocía Su corazón y Su fidelidad, conocía Su expiación y Su poder, conocía Su intercesión y Su fuerza; y él entregó su alma a Jesús por un acto de fe, y se sentía seguro.

Mi Señor es tan excelente en todas las cosas que sólo necesito darles un vislumbre de su carácter y ustedes verán lo que fue mientras habitó aquí entre los hombres. Al comienzo de Juan capítulo 13 leemos: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” Si no hubiera amado a Sus discípulos hasta el fin cuando estaba aquí, podríamos concluir que es cambiante ahora como lo fue entonces; pero si amó a Sus elegidos hasta el fin cuando todavía estaba en Su humillación aquí abajo, esto nos trae la dulce y bendita confianza que ahora que Él está en el cielo, Él amará hasta el fin a quienes confían en Él.

En quinto lugar, podemos deducir la perseverancia de los santos del tenor del pacto de gracia. ¿Les gustaría comprobarlo por ustedes mismos? Si es así, entonces vayamos al Antiguo Testamento, a Jeremías 32 y allí encontrarán el pacto de gracia expuesto bastante ampliamente. A nosotros nos bastará leer el versículo cuarenta: “Y haré con ellos pacto eterno, que no volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí.” Él no se apartará de ellos, y ellos no se apartarán de Él. ¿Qué puede ser mayor garantía de su perseverancia hasta el fin? Ahora es muy claro que éste es el pacto de gracia bajo el cual vivimos, con base en la Epístola a los Hebreos, pues el apóstol cita ese pasaje con ese objetivo, en el capítulo 8. El tema va más o menos así: “He aquí vienen días, dice le Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo.

El antiguo pacto tenía un “si” incorporado en él, y por lo tanto sufrió un naufragio; era “si ustedes obedecen entonces serán bendecidos”; y viene una falla de parte del hombre, y todo el pacto terminó en desastre. Era el pacto de obras, y bajo ese pacto estábamos en servidumbre, hasta que fuimos liberados de él e introducidos al pacto de la gracia, que no tiene ningún “si” incorporado, sino que manifiesta claramente el peso de la promesa; es “Yo haré” y ustedes “harán” en todo momento. “Seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo.”
Gloria sea dada a Dios, este pacto no dejará de tener vigencia, pues vean cómo el Señor declara su carácter durable en el libro de Isaías (54:10): “Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti.” Y nuevamente en Isaías 55:3: “Y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes de David.”

La idea de apartarse totalmente de la gracia es una reliquia del viejo espíritu legal, es una separación de la gracia para caer nuevamente bajo la ley, y yo les exhorto a ustedes que alguna vez que han sido esclavos emancipados, y han logrado que las cadenas de la servidumbre legal hayan sido soltadas de sus manos, nunca consientan llevar esas ataduras de nuevo. Cristo los ha salvado si en verdad ustedes creen el Él, y no los ha salvado por una semana, o un mes, o un trimestre, o un año, o veinte años, sino que Él les ha dado vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie los arrebatará de Su mano. Gócense en este bendito pacto de gracia.

El sexto argumento, que es muy poderoso, se deduce de la fidelidad de Dios. Miren a Romanos 11:29. ¿Qué dijo el apóstol allí, hablando por el Espíritu Santo? “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios,” que quiere decir que Él no da vida ni perdona a un hombre y lo llama por gracia y luego se arrepiente de lo que ha hecho, y retira las buenas cosas que ha otorgado. “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta.” Cuando extiende Su mano para salvar no la retira hasta que la obra es consumada.
Su palabra es, “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” (Malaquías 3:6). “Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá.” (1 Samuel 15:29). El apóstol quiere que afirmemos nuestra confianza en la perseverancia sobre la confirmación que la fidelidad divina ciertamente nos la va a dar. Él dice en 1 Corintios 1:8 “El cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.” Y nuevamente dice algo parecido en 1 Tesalonicenses 5:24 “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.”

Desde tiempos antiguos era la voluntad de Dios salvar al pueblo que Él dio a Jesús, y de esto no se ha arrepentido, pues nuestro Señor dijo (Juan 6:39), “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.” De esta manera se desprende de estos pasajes, y hay todavía muchos más, que la fidelidad de Dios asegura la preservación de Su pueblo, y “proseguirá el justo su camino.”
El séptimo y último argumento lo sacaremos de lo que ya ha sido hecho en nosotros. No haré más que citar las Escrituras, y dejar que penetren en sus mentes. Un bendito pasaje es el de Jeremías 31:3: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.” Su no hubiera querido que su amor fuera eterno, no nos habría prolongado Su misericordia, pero debido a que ese amor es eterno, por tanto nos ha prolongado Su misericordia.

El apóstol argumenta de manera muy elaborada en Romanos 5:9, 10: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliado con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” No puedo detenerme para mostrarles cuán enfática es cada palabra en estos versículos, pero así es: si Dios nos reconcilió cuando éramos enemigos, Él ciertamente nos salvará ahora que somos Sus amigos, y si nuestro Señor Jesús nos ha reconciliado por Su muerte, mucho más nos salvará por Su vida; así que podemos estar seguros de que Él no dejará ni abandonará a quienes ha llamado.

¿Necesitan que traiga a sus mentes ese capítulo dorado, el octavo de Romanos, el más noble de cualquier lengua que jamás haya sido escrito por la pluma de un hombre? “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” No hay ningún rompimiento en la cadena entre justificación y glorificación: y ningún rompimiento que podamos suponer que puede ocurrir, pues el apóstol lo coloca fuera de cualquier peligro, cuando dice: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió: más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo!” Luego él nos presenta todas las cosas que podrían suponerse que separan, y dice: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”

De la misma manera, el apóstol escribe en Filipenses 1:6. “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” No puedo detenerme para mencionar las muchas otras Escrituras en las que lo que ha sido hecho es utilizado como argumento que la obra será completada, sino que es de conformidad a la conducta del Señor terminar cualquier cosa que Él emprende. “Gracia y gloria dará Jehová,” y perfeccionará lo concerniente a nosotros.

Un maravilloso privilegio que nos ha sido otorgado es de especial significación: somos uno con Cristo por una unión íntima, vital, espiritual. El Espíritu nos enseña que gozamos de una unión de matrimonio con Cristo Jesús nuestro Señor. ¿Se disolverá esa unión? Estamos casados con Él. ¿Acaso ha dado Él alguna vez carta de divorcio? Nunca se ha dado el caso que el novio celestial haya divorciado de Su corazón a un alma elegida con quien se ha unido con los lazos de gracia.
Escuchen estas palabras del profeta Oseas 2:19, 20. “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová.”

Esta maravillosa unión es explicada por medio de la figura de la cabeza y el cuerpo: nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo. ¿Acaso los miembros de Su cuerpo pueden descomponerse? ¿Es amputado Cristo? ¿Se le pueden poner miembros nuevos cuando pierde los viejos? No, siendo miembros de Su cuerpo, no seremos separados de Él. “Pero el que se une al Señor,” dice el apóstol, “un espíritu es con él,” y si somos hechos un espíritu con Cristo, esa unión misteriosa no permite la suposición de una separación.

El Señor ha hecho otra grandiosa obra en nosotros, pues nos ha sellado con el Espíritu Santo. La posesión del Espíritu Santo es el sello divino que tarde o temprano es colocado en todos los elegidos. Hay muchos pasajes en los que se habla de ese sello, y es descrito como una prenda, una prenda de la herencia. Pero ¿cómo una prenda si después de recibirla, no alcanzamos la posesión adquirida?

Reflexionen en las palabras del apóstol en 1 Corintios 1:21, 22: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría.” Con el mismo objeto, el Espíritu Santo habla en Efesios 1:13, 14: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Amados hermanos, tenemos la certeza que si el Espíritu Santo habita en nosotros, Él que levantó a Jesucristo de los muertos, guardará nuestras almas y dará vida a nuestros cuerpos mortales y nos presentará perfectos ante la gloria de Su rostro en el último día. Por tanto hacemos un resumen de nuestro argumento con la expresión confiada del apóstol cuando dijo (2 Timoteo 4:18), “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

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Oscar