jueves, 22 de mayo de 2014

Hierro con hierro

Proverbios 27:9 dice: “Hierro con hierro se aguza”, y con esta frase definió la esposa de mi mentor la relación de este conmigo en mis años de formación pastoral. Siendo un académico, que había escrito muchos libros, ensayos y artículos y trabajado como editor durante varios años y estando respaldado por muchas credenciales académicas, mis expectativas para el futuro eran muy grandes.
De manera que cuando sentí que Dios me estaba llamando a su ministerio, lo primero que vino a mi mente fue comenzar a predicar, y tal vez ir a pastorear alguna iglesia. No había ido al seminario en aquel entonces, pero conocía a muchos pastores que tampoco habían ido y pastoreaban grandes iglesias, así que debía soñar en grande. Incluso algunos amigos pastores me ofrecieron que me uniera a ellos y les ayudara, pero yo deseaba hacer las cosas a mi forma.
De manera que cuando dejé mis funciones académicas, decidí enterrar mi pala de arqueólogo e iniciar el camino del ministerio cristiano.  Y así se lo manifesté a quien se convirtió desde ese momento en mi mentor. Con gran entusiasmo le pregunté qué podía hacer en la iglesia. 
Yo esperaba ansioso las ofertas que me haría, pero nunca pude imaginar su respuesta. Me dijo muy suavemente: “Necesitamos ayuda con la limpieza del templo”. ¡Oiga, un momento caballero, que yo tengo un Ph.D.!
Gracias a Dios que nunca dije eso. No me resultó fácil al principio, pero  siempre le agradeceré a Tony que me llevó de la mano y me enseñó la verdadera función y labor de un líder cristiano como servidor. Y lo hizo más que con palabras, con su ejemplo y dedicación.
Nunca le pregunté en aquel tiempo a mi mentor, ni nunca lo hice después, si yo le caía bien o mal. No era un asunto de simpatías.  Yo le había dicho que Dios me estaba llamando al ministerio y que yo necesitaba que él me ayudara, y precisamente eso fue lo que hizo. La humildad no se estudia, se aprende ejercitándola. Mi mentor no cuestionó ni puso en dudas mi llamado, simplemente me ofreció muchas oportunidades para que yo mismo descubriera cuales eran mis intenciones, mi verdadero propósito y que llegara a estar seguro del llamado que decía sentir. El embullo o el querer ser como los demás puede nublar nuestros propósitos verdaderos y hasta hacernos creer un error.
¿Y por qué cuento esta historia?
Yo no sé si usted tiene la misma experiencia que yo tengo, pero con mucha frecuencia recibo llamadas y comunicaciones de personas que dicen sentir el llamado al ministerio y me piden ayuda. ¿Cuál es la mejor manera de ayudar a esas personas? Yo he puesto en práctica lo que aprendí de mi mentor: “A servir se aprende sirviendo” y eso es en definitiva lo que un ministro de Cristo tiene que hacer. A eso es a lo que Dios nos llama. No a adueñarnos de una congregación o a robarnos los miembros de una iglesia vecina. No a vivir una vida cómoda, con un sueldo seguro y poco trabajo. Haciéndonos cargo de las labores domésticas mientras que la esposa sale a trabajar, ya que “los pastores no tienen que marcar tarjeta de entrada y salida”. Desafortunadamente en este país, en ocasiones la búsqueda de un pastorado se parece  bastante a la búsqueda de un empleo secular.
En una ocasión recomendé a alguien que conocía a un Comité de búsqueda pastoral que me pidió ayuda. Con verdadera vergüenza recibí la llamada de uno de los miembros del Comité  que me dijo que la persona no había aceptado la oferta. Al preguntar el por qué, me dijo que la persona no había aceptado el salario que la iglesia podía pagar en ese momento y que como argumento este “hermano” le había dicho: “Bueno yo también quiero conducir un auto como el suyo” ante lo que él le tuvo que responder: “Bueno amigo, entonces hágase médico y deje el pastorado”.
La Biblia enseña que “el obrero es digno de su salario”. Eso, OBRERO, hay que trabajar, y hay que trabajar duro. Hay que gastar los pantalones doblados de rodillas orando, hay que gastarse los ojos leyendo y estudiando, hay que manejar muchas millas visitando enfermos, presos, consolando y aconsejando. Hay que pasar muchas horas preparando el mensaje que se presentara cada semana y hay que gastar muchas cajas de Klenex secando las lágrimas que la ofensas de algunos nos arrancan. Es un trabajo difícil, sacrificado, con poca remuneración material pero de grandes recompensas espirituales. En verdad, solo los llamados pueden disfrutar, sabiendo que están cumpliendo la voluntad de Dios. Por experiencia personal le puedo asegurar que Dios es fiel y recompensa cada una de las acciones grandes o pequeñas que hacemos con corazón limpio y espíritu dispuesto.
Yo no soy quien para establecer normativas a este respecto, pero les sugiero tanto a los que andan buscando una posición de pastor, como a los que andan buscando un pastor, que lean con detenimiento el libro de Hechos de los Apóstoles. Allí se trazan las normas que en verdad debiéramos seguir. Si piensa que eso está fuera de época, la cosa está mala. La Biblia es atemporal y sus enseñanzas de ayer siguen estando vigentes hoy. Los cristianos de hoy, debiéramos vivir como vivieron los cristianos del primer siglo para tener el poder que ellos tenían y la plenitud del Espíritu Santo.

Debemos estar siempre dispuestos y disponibles para guiar a los más jóvenes que sienten el llamado al ministerio y debemos ofrecernos para servirles de mentores, en toda la extensión de la palabra. Esta no es una tarea fácil. No es tampoco agradable. En muchas ocasiones será como aguzar hierro con hierro, pero los resultados serán muy alentadores y habrá grande regocijo en los cielos, la recompensa es enorme, ya que es como entendernos más allá de nuestras posibilidades actuales, es como multiplicarnos mediante otras personas que Dios trae a nuestras vidas. Es un reto, porque si les enseñamos mal, es porque andamos mal.

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Oscar