Proverbios 27:9 dice: “Hierro
con hierro se aguza”, y con esta frase definió la esposa de mi mentor la
relación de este conmigo en mis años de formación pastoral. Siendo un
académico, que había escrito muchos libros, ensayos y artículos y trabajado
como editor durante varios años y estando respaldado por muchas credenciales
académicas, mis expectativas para el futuro eran muy grandes.
De manera que cuando
sentí que Dios me estaba llamando a su ministerio, lo primero que vino a mi
mente fue comenzar a predicar, y tal vez ir a pastorear alguna iglesia. No
había ido al seminario en aquel entonces, pero conocía a muchos pastores que
tampoco habían ido y pastoreaban grandes iglesias, así que debía soñar en
grande. Incluso algunos amigos pastores me ofrecieron que me uniera a ellos y
les ayudara, pero yo deseaba hacer las cosas a mi forma.
De manera que cuando dejé
mis funciones académicas, decidí enterrar mi pala de arqueólogo e iniciar el
camino del ministerio cristiano. Y así
se lo manifesté a quien se convirtió desde ese momento en mi mentor. Con gran
entusiasmo le pregunté qué podía hacer en la iglesia.
Yo esperaba ansioso las
ofertas que me haría, pero nunca pude imaginar su respuesta. Me dijo muy
suavemente: “Necesitamos ayuda con la limpieza del templo”. ¡Oiga, un momento
caballero, que yo tengo un Ph.D.!
Gracias a Dios que nunca
dije eso. No me resultó fácil al principio, pero siempre le agradeceré a Tony que me llevó de
la mano y me enseñó la verdadera función y labor de un líder cristiano como
servidor. Y lo hizo más que con palabras, con su ejemplo y dedicación.
Nunca le pregunté en
aquel tiempo a mi mentor, ni nunca lo hice después, si yo le caía bien o mal.
No era un asunto de simpatías. Yo le
había dicho que Dios me estaba llamando al ministerio y que yo necesitaba que
él me ayudara, y precisamente eso fue lo que hizo. La humildad no se estudia,
se aprende ejercitándola. Mi mentor no cuestionó ni puso en dudas mi llamado,
simplemente me ofreció muchas oportunidades para que yo mismo descubriera
cuales eran mis intenciones, mi verdadero propósito y que llegara a estar
seguro del llamado que decía sentir. El embullo o el querer ser como los demás puede
nublar nuestros propósitos verdaderos y hasta hacernos creer un error.
¿Y por qué cuento esta
historia?
Yo no sé si usted tiene
la misma experiencia que yo tengo, pero con mucha frecuencia recibo llamadas y
comunicaciones de personas que dicen sentir el llamado al ministerio y me piden
ayuda. ¿Cuál es la mejor manera de ayudar a esas personas? Yo he puesto en
práctica lo que aprendí de mi mentor: “A servir se aprende sirviendo” y eso es
en definitiva lo que un ministro de Cristo tiene que hacer. A eso es a lo que
Dios nos llama. No a adueñarnos de una congregación o a robarnos los miembros
de una iglesia vecina. No a vivir una vida cómoda, con un sueldo seguro y poco
trabajo. Haciéndonos cargo de las labores domésticas mientras que la esposa
sale a trabajar, ya que “los pastores no tienen que marcar tarjeta de entrada y
salida”. Desafortunadamente en este país, en ocasiones la búsqueda de un pastorado
se parece bastante a la búsqueda de un
empleo secular.
En una ocasión recomendé a
alguien que conocía a un Comité de búsqueda pastoral que me pidió ayuda. Con
verdadera vergüenza recibí la llamada de uno de los miembros del Comité que me dijo que la persona no había aceptado
la oferta. Al preguntar el por qué, me dijo que la persona no había aceptado el
salario que la iglesia podía pagar en ese momento y que como argumento este “hermano”
le había dicho: “Bueno yo también quiero conducir un auto como el suyo” ante lo
que él le tuvo que responder: “Bueno amigo, entonces hágase médico y deje el
pastorado”.
La Biblia enseña que “el
obrero es digno de su salario”. Eso, OBRERO, hay que trabajar, y hay que
trabajar duro. Hay que gastar los pantalones doblados de rodillas orando, hay que
gastarse los ojos leyendo y estudiando, hay que manejar muchas millas visitando
enfermos, presos, consolando y aconsejando. Hay que pasar muchas horas
preparando el mensaje que se presentara cada semana y hay que gastar muchas
cajas de Klenex secando las lágrimas que la ofensas de algunos nos arrancan. Es
un trabajo difícil, sacrificado, con poca remuneración material pero de grandes
recompensas espirituales. En verdad, solo los llamados pueden disfrutar,
sabiendo que están cumpliendo la voluntad de Dios. Por experiencia personal le
puedo asegurar que Dios es fiel y recompensa cada una de las acciones grandes o
pequeñas que hacemos con corazón limpio y espíritu dispuesto.
Yo no soy quien para
establecer normativas a este respecto, pero les sugiero tanto a los que andan
buscando una posición de pastor, como a los que andan buscando un pastor, que
lean con detenimiento el libro de Hechos de los Apóstoles. Allí se trazan las normas
que en verdad debiéramos seguir. Si piensa que eso está fuera de época, la cosa
está mala. La Biblia es atemporal y sus enseñanzas de ayer siguen estando vigentes
hoy. Los cristianos de hoy, debiéramos vivir como vivieron los cristianos del
primer siglo para tener el poder que ellos tenían y la plenitud del Espíritu
Santo.
Debemos estar siempre
dispuestos y disponibles para guiar a los más jóvenes que sienten el llamado al
ministerio y debemos ofrecernos para servirles de mentores, en toda la
extensión de la palabra. Esta no es una tarea fácil. No es tampoco agradable.
En muchas ocasiones será como aguzar hierro con hierro, pero los resultados
serán muy alentadores y habrá grande regocijo en los cielos, la recompensa es
enorme, ya que es como entendernos más allá de nuestras posibilidades actuales,
es como multiplicarnos mediante otras personas que Dios trae a nuestras vidas.
Es un reto, porque si les enseñamos mal, es porque andamos mal.
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Oscar