El profeta
Isaías anticipó la creación de los cielos nuevos y la nueva tierra (65:17;
66:22). Esos capítulos de Isaías enfocan la venida del Mesías, el juicio y las
condiciones gloriosas del reino, pero dejan de lado la esperanza de cambios aún
más grandes. Dios hizo la tierra para ser la habitación perfecta de los seres
humanos que creó a su imagen. Pero Satanás, el pecado y la muerte entraron y
trajeron distanciamiento y sufrimiento, haciendo que la tierra fuera el
territorio ocupado por el enemigo. Sin embargo, Dios obró en la historia para
vencer a Satanás, el mal y sus consecuencias, así como para liberar a la tierra
y el cielo de la esclavitud de la corrupción (Romanos 8:21).
Pedro
escribió acerca de la destrucción de la tierra y los cielos por fuego y dice
que después, habrá “cielos nuevos y tierra nueva” (2 Pedro 3:10–13). Aquí, Juan
dice que “el primer cielo y la primera tierra pasaron” y que Dios hará “un
cielo nuevo y una tierra nueva”. La palabra nuevo significa nuevo en
calidad, un mundo fresco. Sin duda, el mundo será cambiado materialmente, pero
las características más importantes son espirituales y morales. El Dios que es
santo morará con el pueblo que él ha redimido, regenerado y glorificado. Así será
el estado eterno que vendrá después del reino milenial y del juicio de
20:11–15.
En 21:1,
Juan presencia una hermosa ciudad que va descendiendo del cielo, “la nueva
Jerusalén”, bella y pura como una novia preparada para su marido. Los vv. 2–8
introducen la visión de la ciudad con sus características generales. Después,
de 21:9 hasta 22:5, la descripción incluye más detalles.
Algunos
ubican la nueva Jerusalén en el reino milenial. Sin embargo, el pasaje provee
muchas evidencias de que esa ciudad caracteriza el estado eterno. En el orden
de los párrafos, la nueva Jerusalén viene después del reino, de la última
rebelión y castigo de Satanás, del juicio de los no creyentes y del anuncio del
cielo nuevo y la tierra nueva. No habrá mar en el mundo y la ciudad tiene
características físicas que no caben dentro del actual territorio de Palestina.
La muerte, el dolor, los no creyentes, el pecado y el templo existirán todavía
en el milenio, pero no en la nueva Jerusalén.
Como en la
cena de las bodas del Cordero, creemos que la esposa incluye a todos los
creyentes de todos los tiempos. Las doce tribus de Israel, así como los doce
apóstoles de la iglesia, son recordados y honrados en las puertas y cimientos
de la nueva Jerusalén.
Lo más
sobresaliente de la descripción es la relación de Dios con su pueblo: “He aquí
el tabernáculo de Dios con los hombres y él morará con ellos y ellos serán su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (21:3). El desastre del
pecado rompió la relación, la comunión del hombre con su Creador, que lo hizo a
su imagen para tener eterna comunión con él. La muerte del unigénito del Padre
fue necesaria para destruir la barrera y restaurar esa relación. La maravillosa
presencia de Cristo por el Espíritu Santo que mora en el creyente, es la primicia
de una eternidad de unión y comunión con Dios (Romanos 8:9, 23; Colosenses
1:27).
Para los
santos sufridos a través de la historia y, especialmente en la tribulación,
Juan asegura que no habrá muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor “porque las
primeras cosas pasaron” (21:4–5). Será un nuevo mundo.
Para el
hombre o mujer que en cualquier época pregunte: “¿Qué debo hacer con
Jesucristo?”, los vv. 6–8 le recuerdan las dos opciones. Cristo le invita: “Al
que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”. Si
acepta el agua como un vencedor, “yo seré su Dios, y él será mi hijo”. Pero el
que no confía en el Salvador será contado con los que “tendrán su parte en el
lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (comp. 20:14–15).
La mención de los cobardes recuerda que en muchos lugares y tiempos, como en la
tribulación, se requiere de mucho valor para escoger a Dios y arriesgarse a
sufrir las consecuencias (Mateo 13:20–21; 24:9–10, 13). Todavía en el próximo
capítulo, Dios presentará la elección que cada persona tiene que hacer. Así, en
los últimos dos capítulos de la palabra de Dios, él sigue ofreciendo la
posibilidad de tener una relación con él a través de su maravillosa gracia.
LA NUEVA TIERRA
1.
Dios y Cristo estarán con los hombres
2.
Dios y Cristo reinarán
3.
Serviremos a Dios y a Cristo
4.
Dios y Cristo la alumbrarán
5.
No habrá mar ni noche
6.
No habrá dolor ni muerte
7.
No habrá pecado ni pecadores
8.
La naturaleza será perfecta
El que tiene
sed puede tomar del agua de la vida 22:16–17
El Señor, el
Mesías, el hijo de David autentica de nuevo la veracidad del testimonio del
ángel en este libro. También él recuerda a los lectores que el mensaje de
Apocalipsis es para las iglesias. Los creyentes deben comunicar fielmente en
las iglesias de todo tiempo el mensaje de fe, fidelidad, valor, adoración,
pureza y esperanza. Las iglesias deben ver al Dios de autoridad y poder, de
pureza y luz, de juicio y misericordia, y de victoria y justicia. “Estas cosas”
incluyen los dos caminos de los vv. 14–15, el que es la entrada y el que
excluye de la ciudad. Es un mensaje para las iglesias, porque Cristo sabe que
hay muchos que sólo profesan ser de él. El v. 17 contiene dos ruegos. El
Espíritu Santo, la iglesia entera y las congregaciones que escuchen la lectura
del libro se unen a pedir el regreso de Cristo: “Ven”. La respuesta de Cristo
se observa en el v. 20: “Ciertamente vengo en breve”
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Oscar