Por Dr. Óscar J.
Fernández
El bautismo cristiano es la inmersión de un creyente en agua en
el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Este es un acto de
obediencia que simboliza la fe del creyente en un Salvador crucificado,
sepultado y resucitado, la muerte del creyente al pecado, la sepultura de su
antigua vida, y la resurrección para andar en novedad de vida en Cristo Jesús.
Este es un testimonio público de su fe en la resurrección final de los muertos.
Como es una ordenanza de la iglesia, es un requisito que precede al privilegio
de ser miembro de la iglesia y a participar en la Cena del Señor.
La Cena del Señor es un acto simbólico de obediencia por el cual
los miembros de la iglesia, al participar del pan y del fruto de la vid,
conmemoran la muerte del Redentor y anuncian su segunda
venida.
Versículo Clave
para memorizar:
2 Corintios 5:17
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
2 Corintios 5:17
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
Jesucristo
le dio a Su iglesia dos ordenanzas: El bautismo y la Santa Cena. La palabra
ordenanza significa “decreto” o “mandamiento”. Los bautistas tenemos al
bautismo y la Cena del Señor como “ordenanzas” dadas por nuestro Señor
Jesucristo. En tanto que son ordenanzas no es algo opcional. ¡Es un
mandamiento!
Hay
otras denominaciones que consideran ambos actos como “sacramentos”. La palabra
SACRAMENTO se refiere a algo que transmite gracia al creyente. Los bautistas
creemos que Jesús le dio el bautismo y la Cena del Señor a Su iglesia no como
un sacramento sino como una imagen y una afirmación de la gracia.
Los
bautistas observamos las ordenanzas del bautismo y la Santa Cena del Señor
porque Jesucristo nos ordenó que lo hiciéramos. Nuestra obediencia fiel a los
mandamientos de Jesucristo es un testimonio de la Gracia de Dios. Las
ordenanzas son “ilustraciones”, un recordatorio de la Gracia y una fuente de
bendición para los creyentes. Ellos no otorgan una gracia sacramental a los que
participan ni a la iglesia que observa. Más
bien, los creyentes reciben gracia y bendiciones cuando ellos obedecen a
los mandamientos de Jesucristo y recuerdan el sacrificio que hizo en la cruz
para salvarlos.
La
Biblia claramente define el bautismo como la inmersión de los creyentes en
agua. El bautismo no es de ninguna manera una excentricidad denominacional. El
bautismo de los creyentes por inmersión tiene profundas raíces en la misma
naturaleza de la ordenanza y en la imagen que la inmersión le da a la iglesia.
En
el Nuevo Testamento la palabra en griego
que se utiliza para bautismo es la palabra baptizo
cuyo significado literal es “sumergir
bajo el agua”. Es decir, zambullir hasta que el agua cubra por completo, en
este caso, a una persona. El rociamiento
con agua o la inmersión parcial no se ajusta a la definición que el Nuevo
Testamento da del bautismo.
Cumpliendo
el mandato de la Gran Comisión (Mateo 28:19) los bautistas bautizan en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo: Mateo 28:19 dice: Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. De manera que el
bautismo es un acto de la Trinidad que le recuerda a los creyentes que nuestra
salvación fue prometida, realizada y
puesta en práctica mediante el obrar del único Dios verdadero: Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Cuando un creyente se sumerge en el agua, simboliza la muerte,
sepultura y resurrección de Jesucristo ofreciendo un hermoso cuadro de nuestra
salvación y recordándonos Su obra
salvadora. En Romanos
6:4 dice: Porque somos sepultados juntamente con él para muerte
por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria
del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. La imagen de la vida a partir de la muerte, es un
poderoso testimonio del evangelio y de la promesa que el Padre le hizo al Hijo
en el Pacto de la Redención.
El bautismo
representa la muerte al pecado del
creyente y su resurrección para andar en una vida nueva. El testimonio de las
Escrituras acerca de este acto es muy rico y poderoso. El bautismo representa
la entrega total de la vida y la transformación que solamente Jesucristo puede
traer. Mediante el bautismo el creyente confiesa públicamente su fe en
Jesucristo.
El bautismo, de una forma única simboliza la descripción que hace
el apóstol Pablo de los creyentes como “sacrificios vivos”. En Romanos 12:1
Pablo escribió: Así que, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. Es decir muertos a nosotros mismos y vivos para
Cristo. No existe una mejor representación de esta verdad que la ordenanza del
bautismo del creyente. El creyente simbólicamente muere y resucita a una nueva
vida en la Gracia de Cristo y a Su llamado a obedecer sus mandatos.
Los bautistas también vemos el bautismo como una
señal para entrar al colectivo del cuerpo de creyentes a disfrutar del pacto.
Usted puede bautizarse y no hacerse miembro de la iglesia, pero usted no puede
ser miembro de la iglesia si no ha sido bautizado por inmersión.
Jesús estableció claramente que Sus discípulos
tienen que dar testimonio de Él públicamente, Mateo
10:32-33 dice: 32 A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo
también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. 33 Y a cualquiera
que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre
que está en los cielos. Pablo refuerza el
concepto de la profesión pública de fe cuando define la esencia o fundamento de
la salvación al escribir en Romanos 10:10: Porque
con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para
salvación. Pero
esta profesión pública no se limita a una declaración pública de creer en
Cristo, o a un compromiso de seguir a Cristo como un discípulo de Él. Esto incluye el bautismo, que simbólicamente
representa la relación que el creyente ha iniciado con Cristo y el compromiso
de integrarse a Su Cuerpo, que es la iglesia, para crecer y madurar
espiritualmente y llevar adelante la gran Comisión.
El
bautismo separa y unifica al creyente. Lo separa de su antigua manera de vivir
y lo junta a los que han dado igual testimonio. Simbólicamente, nos separa de
nuestra vieja forma de vida y nos introduce a una nueva vida con Cristo.
El
bautismo es una demostración pública de la obediencia del creyente. El bautismo
no es un requisito para la salvación, baste recordar el ejemplo del ladrón en
la cruz. Sin embargo, es un paso de obediencia necesario. No encontramos un solo caso en el Nuevo
Testamento en el cual los creyentes rechazaran el bautismo, o rechazaran la
oportunidad de obedecer a Cristo mediante el bautismo.
Los
bautistas rechazamos la creencia de que el bautismo regenera a la persona.
El concepto de la regeneración bautismal no es
bíblico y distorsiona completamente, negando y debilitando al Evangelio. La
regeneración es un don de Dios y precede al bautismo.
Los bautistas no bautizan a personas para que
ellas, por medio del bautismo, puedan ser nuevas criaturas en Cristo.
Los bautistas, bautizamos a personas que han dado
evidencias de ser salvas.
Cualquier doctrina o enseñanza que le adjudique un
papel regenerador al bautismo, viola claramente las enseñanzas del Nuevo
Testamento, ya que en él se ensena que somos justificado solamente por medio de
la fe y no por la fe y “algo más”, incluyendo entre esto al bautismo. En
Efesios 2:8-9 el Apóstol Pablo escribió:
8 Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don
de Dios; 9 no por obras, para
que nadie se gloríe.
Un enfoque bíblico del bautismo requiere que
afirmemos su significado real y el mensaje que
el bautismo comunica. En el Nuevo Testamento NUNCA se dice o sugiere que
podemos bautizar a alguien que no crea en el Señor Jesucristo y lo haya
recibido como Señor y Salvador. Por lo
tanto los bautistas rechazamos categóricamente el bautismo de los bebés y de
cualquiera que no pueda de manera personal y consciente hacer profesión de su
fe en Cristo.
Lea los siguientes pasaje bíblicos:
Mateo 3.13-17; 26.26-30; 28.19-20; Marcos 1.9-11; 14.22-26; Lucas 3.21-22; 22.19-20; Juan 3.23; Hechos 2.41-42; 8.35-39; 16.30.33; 20.7; Romanos 6.3-5; 1 Corintios 10.16,21; 11.23-29; Colosenses 2.12.
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Oscar