Por Dr. Óscar J Fernández (Publicado por Baptist Press)
Uno de los peores males que afectan a nuestras iglesias hoy día son las
divisiones. No considero que alguien esté exento de tener, en algún momento,
que enfrentar cara a cara este terrible mal. Por cierto, este es un problema
muy viejo, observe que Pablo hace unos dos mil años les llamó la atención a los
corintios sobre este mismo problema.
Tengo un amigo y hermano en el
ministerio, a quien aprecio mucho, que
se refiere a este asunto diciendo: “Cada cierto tiempo, nos llegan miembros que
vienen de otras iglesias, y son muy buenos ‘misioneros’. Ellos se especializan
en llegar a una iglesia y convertirla en una misión”.
El problema se puede iniciar
por cualquier motivo insignificante. Al igual que en la iglesia de Corinto,
puede ser por preferencias con un líder. Pero también puede tratarse del tipo
de música que se usa para la adoración, la estrategia que se está
desarrollando, la participación que alguna persona tiene en la iglesia y que a
pesar de que esa persona usa cada minuto libre que tiene para la causa del
evangelio, su trabajo es percibido como si lo hiciera porque: “él se cree que
es el que manda”.
Hace unos años visité, con el
que era entonces mi supervisor, un grupo grande de iglesias Hispanas.
Formábamos parte de un equipo de trabajo que estaba realizando una
investigación entre las iglesias cristianas de diferentes denominaciones. A lo
menos, entre las iglesias que nosotros visitamos, la mayor causa de descontento
entre los pastores y el motivo principal por el cual buscaban la posibilidad de
ir a servir en otras congregaciones era a causa de las divisiones. No hay
diferencias por el sexo. Puede ser un “hermanito” o una “hermanita” la que se
especialice en formar el problema.
No hace mucho hablaba con un
amigo pastor y le preguntaba por una persona que era miembro de su iglesia a
quien yo conocí en su juventud. El hermano me dijo, dentro de poco va a
regresar a mi iglesia. Y me contó una mala experiencia y una división que
habían sufrido iniciada por esa persona. Entrañado le pregunté: ¿Y qué te hace
pensar que va a volver a tu iglesia? A lo cual me contestó: bueno, es que ya se
le están acabando las iglesias en la ciudad y tendrá que comenzar a regresar a
las iglesias en las que ya estuvo.
El mal es grande y está muy
extendido, pero hay una cura disponible. Pablo llama a los corintios a tener
una misma opinión. ¿Pero cómo se puede hacer esto? ¿No ha oído decir que para gustos se han
hecho colores? Y si me gustan las alfombras de colores oscuros, ¿por qué al
hermano fulano se le ocurre que pongamos una clara? Y ya está la excusa para
iniciar el problema. ¿Sabe algo? El diablo está detrás de eso.
El remedio es llenar nuestras
mentes de Cristo. ¿Fácil? No lo crea, ya que nuestra humanidad es fuerte y
trata de imponerse a cada momento. Pero cuando Él toma el control de nuestras
vidas entonces tenemos la posibilidad de buscar la armonía en el Cuerpo de
Cristo.
Querer hacer nuestra voluntad,
estar en desacuerdo con los demás, querer imponer la “autoridad”, boicotear los
planes cuando es otro el que los hace y querer que los demás hagan lo que les
decimos, son los rasgos más comunes, pero también esto incluye a los llamados
“epistolarios” que son los que se dedican a mandarle cartas o correos
electrónicos a todo el mundo, criticando a otros hermanos.
Estos son elementos que llevan a
las divisiones y son rasgos de lo que la Biblia llama el viejo hombre de
pecado. Son armas de gran valor que Satanás usa para dañar a la Esposa del
Cordero. Lo triste es que la mayor parte de esas personas, son infelices. No
tienen paz con ellas mismas y saben que han hecho o están haciendo algo mal. Y
es cierto, están obrando muy mal.
Debemos ser agentes de unión bajo la dirección del Espíritu Santo en la
iglesia de Cristo, comprada por Él con Su sangre preciosa.
Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, que habléis
todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que
estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.
1 Corintios 1:10
todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que
estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.
1 Corintios 1:10
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Oscar