martes, 7 de junio de 2011

La vida te da sorpresas…

Hace unos años, estuvo de moda el cantante portorriqueño Rubén Blades. Una de sus canciones más populares en ese entonces, contaba la historia tenebrosa de un individuo a quien llamaban “Pedro navaja”. En el estribillo de la canción, y tal vez en esto tenía razón, se repetía esta oración: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” y añadía “ay Dios”…
Claro está que esta canción está muy lejos de tener alguna enseñanza bíblica, doctrinal o teológica. Sin embargo, esto que dice el estribillo es algo a lo que se hace referencia en la Biblia en diferentes ocasiones y de distinta manera. Tal vez el ejemplo más patético es el de David quien parece que lo sintió en su carne y lo expresó de esta forma en Salmos 55:12-14: “Porque no me afrentó un enemigo, Lo cual habría soportado; Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, Porque me hubiera ocultado de él; Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, Mi guía, y mi familiar; Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, Y andábamos en amistad en la casa de Dios”. Como dicen en inglés, “hello”…, David está sintiendo lo que en ocasiones se llama “traición”. Algo inesperado e inmerecido. Un mal, un comentario, un chisme, un enredo, una opinión negativa, proveniente de alguien a quien usted solo le ha hecho bien y le ha prestado favores, sacrificándose para ayudar a esa persona que usted consideraba su amigo o amiga y casi como un familiar. Y de pronto, en un momento inesperado, sin que medie alguna ofensa o provocación de parte suya, esa persona salta sobre usted con saña y furia como un tigre hambriento. Le ofende, le humilla, lanza calumnias en su contra, arma un chisme, forma un enredo y se esfuerza para manipular las opiniones de otros amigos o conocidos comunes para que le viren a usted la espalda presentándose entonces ellos como inocentes víctimas suyas que sufren por su causa. Tal vez hasta se lance una acusación falsa.
Acabo de leer un comentario que dice que ese personaje al que se refiere David fue un “tipo” de Judas Iscariote. Confieso que es la primera vez que veo esto y no he podido investigar para ver si hay algún fundamento bíblico para afirmar eso. Sin dudas, cuando alguien a quien teníamos por amigo hace algo en nuestra contra nos duele mucho. Esta es una de las razones por las cuales el adulterio es tan doloroso y devastador.
Alguien pudiera pensar que este es un mal moderno y es otra señal más de los tiempos que estamos viviendo y de la cercanía del regreso de Cristo. Y eso pudiera ser verdad, pero la historia que estoy refiriendo fue escrita por David, hace miles de años. De manera que no podemos culpar al progreso. Se trata de un problema tan viejo como la propia humanidad. Se trata del corazón torcido del hombre cuando no quiere reconocer la autoridad de Dios y plegarse ante ella.
El lamento de David, sin lugar a dudas es lanzado en un entorno hostil, no se especifican las razones ni la manera en la que está siendo atacado. Pero su amargura principal es porque el mal viene de parte de uno a quien consideraba un amigo. Al parecer, si él pudiera se iría bien lejos de ese lugar. No sabemos quién produjo ese sentimiento en él, ni qué fue lo que hizo.
Según los comentaristas bíblicos más famosos y los eruditos en las Sagradas Escrituras este Salmo está escrito en hebreo con una gramática muy difícil. Aparentemente da la impresión de que hubiera desorden en la colocación de los versos, así como también se hace uso de un cambio poco usual de pronombres, tiempos y modos verbales. Algunos han llegado a plantear que son en realidad dos Salmos diferentes, pero en verdad no hay evidencias sólidas que confirmes esta idea. Me inclino a pensar que el cierto desorden del Salmo se debe al estado mental del poeta en el momento de escribirlo. El contexto de la acción nos lleva a pensar en el Templo. Si observa el versículo 1 se puede dar cuenta que el salmista está elevando una oración. Los versículos 16-17; 19 y 23 parecen corroborar esto. Pudiéramos decir que este Salmo es el clamor de alguien perseguido y traicionado. David vuelca su alma a Dios y clama por estar recibiendo lo que no merece, de un amigo muy cercano que profesa su misma fe.
Al leer este Salmo en mi plan de lectura de la Biblia en un año, se me apoderó la idea de la actualidad que tiene el mismo. ¿Y qué pasa en nuestros días? ¿Hay traiciones? ¿Somos atacados inmerecidamente por aquellos que estimábamos amigos? ¿Qué pasa con los hermanos de la iglesia? ¿No vemos este mismo tipo de comportamiento entre los que se llaman cristianos? Tal vez la respuesta más satisfactoria es que se trata de personas que aunque salvas, han contristado al Espíritu Santo y no lo dejan manifestarse. Son “enanos espirituales”, personas carnales en las cuales el viejo hombre de pecado sigue enseñoreándose. Tal vez esos estén en ese grupo de los cuales el apóstol Pablo dice que “algunos serán salvos así como por fuego”. Y yo me imagino que lo que quiso decir el apóstol es que llegarán chamuscados, llenos de humo y hollín, como solía decir mi mamá, “de puro milagro”. Muchos de ellos son semejantes a aquellos de los cuales el Señor dijo que mejor les fuera atarse una piedra de molino al cuello y echarse a la mar, que servir de piedra de tropiezo.
Yo he tenido que pasar por experiencias de este tipo muchas veces en mi vida. Mi madre acostumbraba a decirme: “es que a ti te envidian hasta los defectos”. Y esa es la verdadera clave. Detrás de esa actitud y de la traición, lo que hay es envidia. Deseos de poseer lo que otro tiene. Deseos de ser como es otro. Deseos de alcanzar lo que otro alcanzó. Deseos de tener una casa como la del otro o de manejar un carro igual o mejor. Deseos de ser quien no se es y de tener lo que no se tiene. A eso se le llama envidia. Y esa genera la traición y el chisme que es otra forma de traición, aunque más solapada.
Observe este párrafo: “…cual no queréis; que haya entre ustedes contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido… Esto no se refiere a una iglesia que usted conoce. Se trata de la iglesia de Corinto. El apóstol Pablo habla duramente en contra de esta actitud y manera de actuar de los cristianos de la iglesia de Corinto en 2 Corintios 12:20. Insisto, Pablo no se refiere a infieles, está hablándoles a cristianos carnales. Pero el mal no se ha erradicado. Sigue afectando y dañando a las congregaciones en nuestros días.
¿Y por qué ocurre esto? ¿Cómo puede ser esto posible entre cristianos? Pablo en Efesios 6:12 dice que tenemos una dura lucha por delante: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
No se llame a engaño. Esas tenebrosas huestes satánicas están activas y en acción. No se trata de carne y sangre que podamos combatir con nuestras fuerzas. Son asuntos que van más allá de nuestras fuerzas. Pero podemos triunfar. El salmista clama por la atención de Dios, y le pide una respuesta en oración, suplicante. El apóstol Pablo nos manda a ceñirnos la armadura de Dios para resistir al maligno: “3Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.
Dios es la única respuesta, y cuando aparezcan los ataques del maligno, cuando venga la traición, cuando lo calumnien, vístase con la armadura de Dios. ¡Clame a Él! Estas son su armas: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.
Esta guerra no se gana peleando si no orando. A mí no me resulta muy difícil perdonar. Pero me tengo que esforzar mucho para olvidar lo que me hicieron. ¿Le pasa eso también a usted? Dios perdona y olvida. Transforma los pecados rojos como el carmesí en blanca lana como la nieve. Le invito, en el nombre del Señor a tomar en sus manos la armadura de Dios para que pueda emprender hoy la lucha contra las huestes espirituales de maldad.

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Oscar