lunes, 4 de julio de 2011

Un modo de vida difícil

No hace mucho fui invitado a participar en un evento que se estaba celebrando en otra ciudad, junto con otro compañero de trabajo. La persona que nos estaba invitando me envió un mensaje de texto diciéndome que pasara esa tarde por cierto lugar a recoger las invitaciones. Se trataba de un concierto de música cristiana y las entradas eran VIP, por lo que pensé que seguramente nos sentarían en un lugar “especial”. Llegamos temprano, y la sala del concierto estaba llena pero había una gran línea de personas esperando para entrar. Notamos que a un costado había una puerta en la que se leía un cartel que decía “Invitados VIP”.

De manera que le dije a mi amigo, esa debe ser nuestra puerta. Cuando le mostré las invitaciones a una de las personas que estaban en la puerta, luego de verificar su autenticidad con un lector digital, inmediatamente llamó a una persona que tomó nuestras entradas y se dispuso a llevarnos hasta nuestros asientos. La sala de conciertos era enorme y se encontraba allí una gran cantidad de personas. Dos veces en el trayecto hasta casi frente al escenario nuestro “guía” tuvo que validar nuestras entradas en dos estaciones de control. Al llegar al lugar que indicaban nuestras invitaciones, encontramos que unas damas y un caballero elegantemente vestidos estaban sentados en nuestros asientos. Nuestro “guía” que así le estoy llamando por falta de encontrar un mejor nombre, muy cortésmente les pidió que le mostraran sus entradas. Un poco turbadas las damas y con las caras sonrosadas por la vergüenza se levantaron y fueron a sentar en otro lugar en el que habían unas sillas vacías.

Lo primero que vino a mi mente fue Proverbios 25:7 “Porque mejor es que se te diga: Sube acá, Y no que seas humillado delante del príncipe”... Hay una tendencia pecaminosa en los seres humanos por querer aparentar lo que no se es y por desear obtener lo que no se tiene. Esto es como un virus o una especie de gusanillo que ha minado y se propaga por todas partes, incluyendo a nuestras iglesias. Hace un tiempo un amigo pastor me sugirió que visitara a un pastor a quien yo no conocía que se encontraba de pastor de una iglesia que tenía cierta notoriedad en la zona por los conflictos y los problemas. El pastor me contó lo difícil que se le estaba haciendo llevar adelante su trabajo por el empecinamiento de algunas personas de la congregación que no querían que hubiera cambios, y sobre todo, por los que deseaban tener o mantener posiciones dentro de la estructura de la iglesia. ¿Es esto un problema nuevo? ¿Es algo que se ha producido como una consecuencia de los tiempos que estamos viviendo? ¿Es acaso un producto de la sociedad postmodernista? ¡La respuesta es un rotundo NO!

Veamos lo que nos narra Lucas 14:7-11

“Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles: 8Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, 9y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. 10Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. 11Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.
12Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. 13Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; 14y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos”.



Jesús acostumbraba a reunirse con toda clase de personas. Lo hacía con los líderes religiosos y con la gente común del pueblo incluyendo a gente muy pobre y a los pordioseros. En un día de reposo, según cuenta Lucas 14:1-6, fue invitado a comer a la casa de un fariseo que al parecer tenía una posición importante en la comunidad y era bien conocido. Por supuesto que el anfitrión invitó a otras personas al banquete. Debemos asumir que los invitados eran personas que tenían afinidad y amistad con el anfitrión. Como por lo general ocurría cuando Jesús entraba en contacto con los fariseos, estos buscaban la ocasión y algún pretexto para criticarlo y atacarlo. Frente a Jesús estaba un hombre que padecía de una enfermedad que hacía que se acumulara líquido en su cuerpo. No sabemos mucho de este hombre. No está claro si se trataba de alguien que entró sin haber sido invitado para observar lo que sucedía, o si con malas intenciones había sido invitado para probar a Jesús.

Jesús, conociendo las intenciones ocultas y los corazones de los fariseos y los intérpretes de la Ley que estaban presentes, mirando al enfermo, les hizo una pregunta que desafiaba la tradición judía en cuanto a guardar el día del reposo. La Ley solo permitía tratar a un enfermo en el día de reposo, si este estaba en peligro de muerte. En caso contrario, se consideraba como un trabajo y por lo tanto estaba prohibido hacerlo en el día de reposo.

No sabemos si el enfermo le pidió a Jesús que lo sanara, o si Él simplemente aceptó el reto de los fariseos al permitir que el enfermo llegara hasta donde Él se encontraba. Su pregunta les planteó un problema muy difícil a los “líderes religiosos”. Si decían que estaba permitido sanar en el día de reposo, estaban negando lo que ellos enseñaban, y si decían que eso no estaba permitido, entonces quedarían mal delante del enfermo y darían la impresión de ser personas duras y sin compasión. De manera que optaron por asumir la actitud que frecuentemente toman los que no quieren enfrentar los problemas, o los que prefieren asumir la posición hipócrita de coquetear con todo el mundo para no “buscarse enemistades”: ¡Se callaron la boca!

Ante esta “respuesta”, Jesús sanó al enfermo. Entonces Jesús dirigiéndose a los fariseos les preguntó si ellos rescatarían a un animal que se les cayera en un pozo en el día de reposo. Él estaba seguro, y ellos sabían muy bien, que de seguro rescatarían al animal, entonces ¿cómo Él no iba a ayudar a una persona que sufría? El silencio fue de nuevo la respuesta de los fariseos.

Jesús había estado observando la actitud de los invitados a aquella cena y les refirió una parábola. Él había visto como se disputaban los mejores puestos en la mesa. En la costumbre de comer en aquellos tiempos, que se hacía reclinados en el piso, la importancia del invitado guardaba relación con la posición que se le asignaba a la mesa. Lo mismo ocurre en el día de hoy, aunque usamos otra forma para comer. Jesús narró una historia de un banquete de bodas, para dar una lección de humildad.

La parábola presenta a un hombre que llegó temprano al banquete para ocupar un mejor lugar a la mesa, pero luego llegaron los invitados “más distinguidos” así que el anfitrión se acercó para decirle que se levantara para darle lugar al que había llegado después. Podemos imaginarnos que cuando el hombre que se había sentado en el mejor lugar tuvo que retirarse a un lugar “de inferior categoría” muchos lo deben haber mirado con una especie de sonrisa y tal vez con burla, pero seguro que con cierto alivio por no haber sido ellos lo que tuvieron que pasar esa pena. También imagino la cara enrojecida por la vergüenza del que en definitiva no era más que un “usurpador”.

Aunque suene feo, eso es lo que somos cuando nos adjudicamos lo que no nos corresponde o pretendemos ser lo que no somos o tener lo que no tenemos. No importa si lo imaginamos, incluso si llegamos a creerlo y nos convencemos a nosotros mismos, y tratamos de convencer a los demás. Esa actitud, al final, solo trae vergüenza.

Jesús les presentó un plan maestro, les dio la solución a semejante situación. Les dijo que se sentaran en el último lugar, en el sitio menos importante. De esa manera, si el anfitrión les pedía que se cambiaran, sería para una posición de más importancia. Claro está que Jesús no estaba planteando esta solución como una fórmula para recibir honores. Eso implicaría manipulación y falsa de humildad. Es importante entender que aunque el invitado se quede en el último lugar, ya es un HONOR haber sido invitado a la cena.

No vayamos a confundir los hechos. Jesús no estaba tratando de establecer las normas que se debían seguir en los banquetes o las cenas. Hay una verdad eterna fundamental y muy importante que Jesús les quiso enseñar a los líderes religiosos de su tiempo y a nosotros hoy que es este: A los ojos de Dios, el que se quiere hacer grande, importante, o recibir reconocimientos, tener prestigio o dárselas de persona que hay que tener en cuenta, a expensas de los demás, ¡tarde o temprano va a recibir una desagradable sorpresa! Dios lo dejará humillado, ¡saldrá a la luz lo que en verdad es! Jesús dejó bien claro que lo que determina los honores en el Reino de Dios es la discreción y la valoración de Dios, no el tratar de sobresalir uno mismo. Si cuando usted regala una bolsa de comida a un necesitado, el que la recibe piensa que “usted es muy bueno”, entonces la cosa anda muy mal, porque el que debe ser enaltecido y glorificado que es Dios, ha sido relegado a un segundo lugar o ha sido ignorado por completo. ¿Se ha encontrado a alguien alguna vez, que le ha dicho que viene a la iglesia porque fulano o mengano es muy bueno con ella y le da pena con él?

Pienso que el orgullo es una de las armas favoritas del diablo, y de esto es en definitiva de lo que se trata. Pero tenemos que estar alertas, porque el maligno puede torcer las cosas. No se trata de ASUMIR una FALSA posición de humildad, para obtener honra. Eso no es más que una ambición egoísta. La verdadera humildad se deriva de nuestra relación con Dios, esta hace que en verdad carezcan de importancia los honores que nos puedan dar los hombres. Si queremos en verdad ser discípulos de Cristo, tenemos que practicar la humildad como un estilo de vida y no buscar las posiciones destacadas o los nombramientos. Jesús nos llama a servir en esta vida, no a recibir honores ni a ser importantes.

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Oscar