viernes, 11 de noviembre de 2011

¿Cuánto de lo que tienes, es tuyo?

Tenía una vecina que deseaba vender su casa e hizo algunos arreglos para hacer la casa más atractiva a los compradores potenciales.
La familia finalmente logró vender la casa y mudarse a otra subdivisión en la misma ciudad donde vivimos.
Hace unas semanas me encontré con la familia en la iglesia en la cual somos miembros y les comenté que les extrañabamos en el barrio. Hablamos de los nuevos propietarios y la señora terminó diciendome:
—No puedo creer que hayan cortado mis árboles…
—Eran robles muy hermosos. Yo los amaba. ¿Cómo es posible que hayan cortado mis árboles?
—No entiendo —le dije—. ¿No les vendió usted la casa?
—Sí —respondió—. Pero esos árboles eran míos.

Por supuesto que mis amigos sabían que los árboles ya no eran suyos, pero la señora estaba reaccionando basándose en sus emociones; sentía que los árboles eran suyos, que le pertenecían.
Quizá nos podamos identificar con lo que ella sentía, pero esos sentimientos no correspondían con la realidad.
Muchas veces nosotros también tratamos las posesiones como esta señora a esos árboles.

Aunque en nuestra mente sabemos que las cosas que poseemos, en última instancia, no son nuestras, actuamos como si fuéramos dueños de todas ellas. Y eso es un error. En el último mes dos buenos amigos han partido a la presencia del Señor. Hablé con uno de ellos que murió de forma inesperada y recuerdo que hicimos planes a corto, mediano y largo plazo. La posibilidad de una partida súbita no fue considerada en nuestra conversación. Él era un buen cristiano, de manera que no tengo dudas de que se encuentra en la presencia de Dios, pero si yo hubiese tenido una leve sospecha de lo que sucedería, nuestra última conversación hubiera sido completamente diferente. ¿Sabe por qué? Porque nos consideramos hasta dueños del tiempo.

¿Cuáles de las siguientes cosas se siente usted tentado a considerar “suyas” y, por consiguiente, le afectaría tener que renunciar a ellas?

Casa auto pasatiempos
Influencia forma de vida trabajo
Otra:


Dios es dueño de todo
1 Crónicas 29.10-11

10 Asimismo se alegró mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo.
11 Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.


“Mi” es una de las palabras más mal utilizadas en nuestro vocabulario. Cuando viene a vivir a los Estados Unidos de Norteamérica, me chocaba cada vez que escuchaba esa palabra que llegué a odiar. Desafortunadamente ya me he acostumbrado tanto a ella, que soy uno de llos que la usa con demasiada frecuencia. Cada uno de nosotros es rápido para decir: “mi” trabajo, “mi” dinero, “mis” talentos, “mi” riqueza, “mis” pertenencias, “mi” familia e, incluso, “mi” vida. Pero, bíblicamente hablando, Dios es el dueño de todo y nosotros solo somos los administradores de lo que Él nos ha confiado durante nuestra breve estadía en la tierra. Ni siquiera, como decía equivocadamente el título de un libro de mayordomía: “SOCIOS”…

El rey David comprendió este principio y lo expresó claramente en 1 Crónicas 29. Aquí vemos a David como un visionario, un administrador que deseaba dejar un gran legado. David reunió a los líderes de su reino y presentó su visión de construir un un templo para el máximo Rey: Jehová Dios. Este lugar santo se reconocería como la morada de Dios entre Su pueblo. David expresó sus sentimientos y también cómo Dios había obrado en su corazón. Sabía que ni el reino, ni el templo que iba a construirse, ni la riqueza que él poseía eran suyos; sino que, en cambio, pertenecían a Dios.

En esta etapa de la historia de Israel, David ya era un anciano y estaba próximo a su muerte. Estos hechos ocurrían en el capítulo final de su vida. Sabía que su reinado iba a terminar. Un sucesor, su hijo Salomón, lo seguiría. “Y David antes de su muerte hizo preparativos en gran abundancia” (1 Crónicas 22.5).

David le presentó a Salomón la gran visión de construir un templo magnífico y sus utensilios para adorar al Dios todopoderoso. Este sería el edificio más grandioso que construyera ser humano alguno. La aspiración más preciada de David había sido honrar a Dios construyendo esta estructura palaciega.
No obstante, dado que había “derramado mucha sangre, y […] hecho grandes guerras” (22.6-10; 28.2-3), Dios no le permitió supervisar la construcción del templo. En su lugar, el Señor eligió a Salomón, el hijo de David, para cumplir tal tarea. David quería hacer todo lo posible para ayudar a Salomón, así que le habló palabras de aliento y le proveyó la mano de obra necesaria para completar el proyecto.

La riqueza de David, imposible de medir por los parámetros actuales, es comparable a la de los estadounidenses en contraste con el resto del mundo. Como David, necesitamos comprender el origen de nuestras riquezas y utilizarlas para cumplir los sueños que Dios nos da.

David reconoció que Salomón, su heredero, era “joven y tierno de edad” (1 Crónicas 29.1), hoy lo llamaríamos “joven e inexperto”. La tarea que le esperaba a Salomón era inmensa, porque “la casa” no era “para hombre, sino para Jehová Dios”. Así que David asumió una función vital en el proyecto. Sería uno de sus principales benefactores, dando con extravagancia de su fortuna personal donativos que llegaron a sumar “tres mil talentos [100 toneladas] de oro […], y siete mil talentos [250 toneladas] de plata refinada” (v. 4) para el proyecto.

Al parecer, él fue el primero en dar (vea el v. 2), como debe hacerlo cualquier líder verdadero; y luego dieron “los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey” (v. 6) y finalmente, el pueblo (vea los vv. 9, 17).

David planificó y luego oró, reconociendo que el Señor era dueño de todo. Su magnífica oración es, sin duda, uno de los pasajes más conocidos de los libros de Crónicas. David, […] bendijo a Jehová y lo alabó por su magnificencia. Este es el significado de la palabra que se traduce “bendijo” y que aparece dos veces en el v. 10. Por lo general leemos que Dios nos bendice, no al revés; pero las palabras de David nos recuerdan que Dios merece y desea ser bendecido o alabado. En este caso, la invocación Bendito seas tú convoca a una adoración y una alabanza sinceras, tanto de obra como de palabra. La palabra que se traduce “bendijo” también significa “doblar la rodilla”. Al orar, David ya no estaba de pie, sino que se arrodilló para expresar a Dios su profunda adoración. Sabía que Dios había sido extremadamente bueno con él. Sus palabras nos ofrecen un breve curso de teología. Alabó a Jehová, Dios de Israel nuestro padre, exaltando Su magnificencia, Su poder, Su gloria, Su victoria y Su honor. Es adecuado imaginar a David buscando frenéticamente en su cerebro palabras para expresar la soberana grandeza y el soberano poder de Dios. Las primeras palabras del versículo 11 se han hecho comunes en el uso actual de los cristianos, ya que son similares a la clausura de la Oración Modelo (vea Mateo 6.13).

Sigamos el ejemplo de David y alabemos a Dios por Su magnificencia y Su poder eternos. Recuerdo que siendo joven, yo aprendí cuatro palabras claves como recordatorios para un bosquejo de oración: adoración, confesión, acción de gracias y súplica. La oración de David comenzó como deben comenzar nuestras oraciones, reconociendo la grandeza y el poder de Dios. La alabanza a Dios es la que abre la puerta a Su presencia (vea Salmo 100.4).

¿Por qué las oraciones de muchos creyentes suelen ser oraciones de súplica, más que de adoración y alabanza, o al menos, tienden a desequilibrarse en esa dirección en lugar de ser más equilibradas?

Observemos que David afirmó: todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas (vea también, en los vv. 12 y 14, su afirmación en cuanto a las cosas que vienen de Dios). Dado que Dios es el legítimo dueño de todo lo que tenemos, es nuestra responsabilidad administrar bien todo lo que nos ha confiado. Aquí descubrimos la esencia de la mayordomía o administración. Dios nos ha provisto recursos que debemos usar para Sus propósitos. Esos recursos son el tiempo, los talentos y las posesiones materiales, entre otros.

¿Por qué razones podemos llegar a olvidar que todo lo que tenemos, en realidad, pertenece a Dios?

Cierta vez, el difunto obispo Edwin Hughes predicó un apasionado sermón acerca de “La propiedad de Dios” que molestó a un parroquiano muy rico. El hombre, ofendido, invitó al obispo a almorzar, y luego lo llevó a dar un paseo para recorrer su extravagante finca. “Ahora, ¿va a decirme usted que esto no me pertenece?”, le preguntó cuando terminaron el recorrido. El obispo Hughes sonrió y respondió: “Hágame esa pregunta dentro de cien años”. (Patterson, Ben, God’s Prayer Book, Tyndale House Publishers, Carol Stream, IL, 2008, p. 88).

La verdad es que no poseemos nada. Todo lo que tenemos proviene de Dios. Él es la fuente de todas las cosas. ¿Está consciente de esa realidad en su vida? ¿Qué podría hacer para reafirmar la potestad de Dios sobre todo lo que Él le ha confiado?

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Oscar