domingo, 29 de julio de 2012

El verdadero evangelio no es un evangelio encubierto. I Parte

por Charles Haddon Spurgeon

“Pero aun si nuestro evangelio está encubierto, entre los que se pierden está encubierto. Pues el dios de esta edad presente ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no les ilumine el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, quien es la imagen de Dios.” 2 Corintios 4:3, 4.

Pablo había estado hablando acerca de Moisés, de cuando se cubría su cara con un velo. Nuestro evangelio no tiene ningún velo, sino que muestra a los hijos de los hombres toda la gloria de su rostro. Oh que pudieran mirarlo fijamente, y ver en él su propia salvación y la gloria del Señor.

Observen de entrada la confianza con la que Pablo habla. Es evidente de manera categórica que no tiene la menor duda que el evangelio que él proclama es verdaderamente cierto; más aún, que es verdadero de manera tan manifiesta que si los que lo han escuchado no lo aceptan, debe ser porque el dios de este mundo ha cegado sus mentes. El acento de la convicción hace que cada palabra sea muy enfática. Él cree y está seguro y plenamente convencido que aquellos que no creen deben estar bajo la esclavitud del diablo. Este no es el estilo ordinario en que el evangelio es predicado hoy en día. Escuchamos a muchos hombres que se disculpan cortésmente por afirmar algo como cierto, pues temen que se piense de ellos que son fanáticos y de mente estrecha: tratan de demostrar cosas que son tan claras como la luz del día, y de apoyar con argumentos lo que el propio Dios ha dicho; como si el sol necesitara de velitas para ser visto, o como si Dios necesitara el apoyo del razonamiento humano. Él apóstol no asumió una posición defensiva de ninguna manera: llevó la guerra a las filas enemigas y puso sitio a los incrédulos. Traía una revelación de Dios, y cada una de sus palabras planteaba un reto a los hombres: “Esta es la palabra de Dios, tienen que creerla; porque si no lo hacen incurrirán en pecado, y probarán que están perdidos, y que están bajo la influencia del diablo.”

Cuando el evangelio era predicado en ese estilo real, prevalecía con poder y aniquilaba toda oposición. Por supuesto que algunos ponían objeciones. “¿Qué va a decir este charlatán!” era una pregunta común; pero los mensajeros de la cruz ponían un alto a los que objetaban, pues simplemente seguían declarando el evangelio glorioso. Su única palabra era: “Esto viene de Dios: si creen serán salvos, si lo rechazan serán condenados.” No mostraban escrúpulos al respecto, sino que hablaban como hombres que creían en su mensaje, y estaban convencidos que el mensaje dejaba a los incrédulos sin excusa alguna. Nunca alteraron su doctrina o suavizaron el castigo por rechazarlo. Como fuego en medio de la hojarasca, el evangelio consumía todo lo que estaba a su alrededor cuando se predicaba como la revelación de Dios. Hoy no se propaga con la misma velocidad porque muchos de sus maestros han adoptado, según ellos, métodos más sofisticados: tienen menos certidumbre y más indiferencia, y por lo tanto razonan y argumentan allí donde deberían proclamar y afirmar.

Algunos predicadores pasan el rastrillo sobre toda la tontería sobre lo que el hombre científico o no científico quiere comentar, y se pasan la mitad de su tiempo tratando de responder. ¿Qué sentido tiene desatar los nudos que son atados por los escépticos? Simplemente van a atar más. No le corresponde a mi mensajero discutir acerca de mi mensaje, sino entregarlo fielmente como mensaje mío, y dejar las cosas así. Si regresamos a la vieja plataforma, y hablamos con el mensaje de Dios, no habremos hablado en vano, ya que Él honrará su propia palabra.

El predicador debe hablar en nombre de Dios o mejor que se calle. Hermano mío, si el Señor no te ha enviado con un mensaje, vete a la cama, o a la escuela, o dedícate a tus cultivos; porque ¿qué importa lo que tú tienes que decir si sólo sale de ti? Si el cielo te ha dado un mensaje, proclámalo como tiene que hacerlo el que es llamado a ser la boca de Dios. Si inventamos nuestro propio evangelio en el camino, producto de nuestras cabezas, y componemos nuestra propia teología, como los boticarios preparan sus compuestos de medicinas, tenemos una tarea sin término frente a nosotros, y el fracaso nos mira a la cara. ¡Ay de la debilidad del ingenio humano y de la falacia del razonamiento de los mortales! Pero si tenemos que entregar lo que Dios declara tenemos una simple tarea, que nos llevará a grandiosos resultados, pues el Señor ha dicho: “Así será mi palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía.”

¿Dónde aprendió el apóstol a hablar de manera tan positiva? En el primer versículo de este capítulo nos dice: “Por esto, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que nos fue dada, no desmayamos.” Él mismo había sido una vez un perseguidor; y había sido convencido de su error cuando se le apareció el Señor Jesús. Este fue un gran acto de misericordia. Ahora él sabía que sus pecados le habían sido perdonados; él sentía en su propio corazón que era un hombre regenerado, cambiado, limpiado, creado de nuevo y esto era para él una evidencia contundente que el evangelio era de Dios. Para él de cualquier manera el evangelio era una verdad comprobada, que no necesitaba ninguna otra demostración que el efecto maravilloso que había ejercido sobre él. Habiendo recibido él mismo la misericordia, juzgaba que otros hombres también necesitaban esa misericordia igual que él, y que el mismo evangelio que había traído luz y consuelo a su propia alma les traería la salvación también a ellos. Esto le animaba para su trabajo. Esta conciencia que tenía le impulsaba a hablar como alguien que tiene autoridad. No dudaba en lo más mínimo, pues hablaba lo que había experimentado. Ah, amigos, nosotros no solamente entregamos un mensaje que creemos que es de Dios, sino que decimos lo que ha sido probado y comprobado dentro de nuestras propias almas. Para un predicador no convertido debe ser un aprieto terrible, pues no tiene la evidencia de la verdad que proclama. Un hombre que no conoce el efecto del evangelio en su propio corazón debe soportar mucha ansiedad cuando predica el evangelio. ¿En realidad, qué sabe del evangelio si nunca ha sentido su poder? Pero si ha sido convertido por su mediación entonces tiene mucha confianza y no será perturbado por las preguntas y estratagemas de los que se le oponen. Su conciencia más íntima lo fortalece durante la predicación del mensaje. Nosotros debemos sentir también la influencia de la palabra para que podamos decir lo que conocemos, y dar testimonio de lo que hemos visto. Habiendo recibido misericordia no podemos sino hablar de esa misericordia positivamente, como una cosa que hemos probado y experimentado: y sabiendo que es Dios quien nos ha dado la misericordia, no podemos sino hablar deseando ansiosamente que otros también puedan participar de la gracia divina.

Ahora vamos a reflexionar sobre nuestro texto. Nuestra primera observación será: el evangelio es en sí mismo una gloriosa luz, pues en el versículo cuatro Pablo habla de la luz del evangelio glorioso de Cristo; en segundo lugar, este evangelio es en sí mismo comprensible y sencillo; en tercer lugar, si lo predicamos como debemos predicarlo lo mantendremos comprensible, y no lo mancharemos con sabiduría del mundo; y en cuarto lugar, si es en sí mismo una gran luz, y si es en sí mismo claro, y si la predicación es clara, entonces si los hombres no lo ven es porque están perdidos: es un signo fatal que los hombres no puedan percibir la luz del evangelio de la gloria de Jesucristo.

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Oscar