lunes, 30 de julio de 2012

Un llamado a los maestros

Por Beth Moore.
Tomado de su último libro: Santiago: Triunfa la misericordia.


“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Santiago 3.1

A los treinta yo apenas daba mis primeros pasitos como maestra. Solo habían pasado unos años desde que me embarcara en mi primer viaje como la peor maestra de Escuela Dominical del puerto seguro que era mi iglesia. No quiere decir que la clase no fuera divertida. Simplemente, no era buena. Sin un ápice de capacitación, me pasaba la semana pensando de qué quería hablar y luego pasaba la noche del sábado hojeando frenéticamente la Biblia, tratando de encontrar un pasaje adecuado para el tema.

Dios sabe cuánto mejor habría sido la clase si hubiera utilizado la revista trimestral para maestros, pero si he de ser sincera, yo odiaba la palabra “trimestral”. Eso debe darle una idea de mi nivel de madurez. La clase y yo sobrevivimos a duras penas, y ambos contábamos las semanas para que se terminara el plazo de un año al que me había comprometido. Desesperada, me inscribí en una clase de doctrina bíblica los domingos por la noche y me enamoré.
Aquí, sentada ante la computadora, miro a mi derecha y veo la Biblia abierta y por la gracia y la paciencia de Dios, sigo enamorada. Jesús me hizo volar con las cálidas brisas de las páginas sagradas al pasarlas. Una mente quebrantada por la hipocresía, el abuso, el pecado y la culpa aplastante gradualmente se salvó al perderse locamente en un mundo de profetas, sacerdotes y reyes.

A los 30, yo apenas había comenzado ese proceso y los lunes seguía dirigiendo una enérgica clase de aerobics en el gimnasio de la iglesia. Apenas terminaba la clase lanzaba las calzas, me ponía una saya y corría a la clase bíblica que era el mejor secreto guardado en Houston, Texas. Me reunía en un pequeño salón atestado con otras cien mujeres que de inmediato clavaban sus ojos en cualquiera “nueva” que entrara. Después de preguntarme: “¿Cómo es posible que nadie sepa que esta clase es aquí?” Me dí cuenta que este maravilloso grupo de mujeres se esforzaba por no aumentar en número a pesar de la inmensa popularidad de su maestra de la Biblia.

Uno de esos lunes nuestra fabulosa maestra, Jeannette Clift George, levantó sus ojos después de la oración inicial y dijo: “Buenas tardes, amigas. Busquen Santiago 3.1 conmigo”. Y lo hicimos. Ahora yo quisiera pedirle a usted que haga lo mismo. Por favor, lea Santiago 3.1-5 y escriba los cinco versículos en la página 207.

Ese día nuestra maestra era el epítome de la gracia. Mi problema no era ella, mi problema era Santiago. En mi Biblia marrón con páginas de canto dorado, vi que este era el destino que esperaba a los maestros: “recibiremos mayor condenación”. ¡Justo lo que yo necesitaba! Después de terminada la clase salí corriendo hasta el auto y a voz en cuello le dije al Señor que jamás volvería a enseñar.

Los momentos en que uno cree que ha escuchado a Dios son difíciles de describir, pero ese día dos pensamientos me golpearon con la fuerza de un huracán. Primero, iba a enseñar. Segundo, nunca volvería a enseñar sin arrodillarme delante del grupo para recibir oración. Aunque no escuché ninguna palabra audible, las instrucciones fueron suficientemente claras como para hundir mis pies en cemento desde hace 24 años, y los que vendrán.

Hoy, abusando de su paciencia, entrelazaré hebras de mi experiencia personal entre los pasajes que buscaremos. Fuera del Rabí Jesús, ningún maestro domina la tarea de enseñar, y yo menos que nadie. Como maestros de la Biblia lidiamos con un texto que no se somete a nosotros ni se reduce para acomodarse a nuestros puntos de vista. De acuerdo al espíritu de Hechos 3.6 no tengo demasiada sabiduría, pero “lo que tengo, le doy”. Algunos de ustedes son maestros y algunos lo serán, pero todos los que actuamos dentro de la estructura bíblica de la iglesia, tenemos maestros. A continuación descubrirán un montón de “minas” de las que está sembrado este campo.

La tentación de enseñar más de lo que sabemos. 1 Timoteo 1.7 lo expresa: “queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman”. Miro atrás, recuerdo algunas cosas que he enseñado y pienso: “¡Mujer, no sabías de qué estabas hablando!” Resista la tentación de enseñar más de lo que usted sabe, particularmente frente a algún desastre natural u otra situación de sufrimiento humano. La capacidad de inducir a un error. Cualquier líder tiene el potencial de inducir a un error. Puede estar seguro de esto.

La capacidad de ser inducido a un error. Los maestros no son los únicos que pueden hacerlo.
La tentación de utilizar la plataforma para promover planes u opiniones personales. Oh, si las líneas siempre estuvieran tan claramente marcadas… A veces creemos que hemos caminado con Dios durante tanto tiempo que todo pensamiento “religioso” que tenemos proviene de Él. No es cierto.

El mejor consejo que puedo dar es que busquemos fervientemente la plenitud del Espíritu Santo, de manera que cuando crucemos la línea, sintamos Su convicción de pecado. En ese momento cambiamos de dirección o pedimos disculpas al grupo. Hace varios años memoricé estas palabras de Cristo que me resultan tremendamente útiles para no desviarme: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7.16-18). También tengo pegado en el interior de la tapa de mi Biblia el texto de Jeremías 45.5: “¿Y tú buscas para ti grandezas?” La respuesta a esto debe ser un firme: “¡No!” En última instancia, en la economía de Dios todo vuelve y Su gloria termina siendo lo absolutamente mejor para nosotros.

Ya que estamos en esto quisiera ahorrarle un enorme dolor: haga lo que haga, absténgase de usar la plataforma pública como una forma disimulada de criticar a alguien del grupo. Lógico, no decimos el nombre de la persona, pero todos sabemos a quién le estamos hablando. Hacer tal cosa es jugar a ser Dios y no constituye un acto de soberbia sino de cobardía. Si realmente es necesario confrontar a la persona, la Biblia enseña la forma adecuada de hacerlo.

Suelo recordar mi peor infracción en este sentido, una que me llevó al período de más profunda disciplina y humillación de mi vida. De solo pensarlo me hace temblar. Controle su motivación, aténgase a lo que dice la Biblia y pida a Dios que le dé la capacidad sobrenatural de amar a quienes lo escuchan más de lo que ama su propia piel.

La exigencia de la autodisciplina. Un maestro decente tiene que estudiar mucho. Una de las señales de que alguien tiene el don de la enseñanza son las ansias inexplicables de aprender, seguidas por la dificultad de guardarse para sí mismo lo que ha aprendido. Un maestro que no quiere estudiar es un charlatán. No mezcle ambas cosas. La mayor autodisciplina es luchar ferozmente para no descuidar su relación íntima con Jesús. Dios nunca lo llamará a sacrificar su intimidad con Él en el altar del ministerio. Tenemos que guardar celosamente nuestra vida de oración y nuestra vida de amor para enseñar de la abundancia de lo que Cristo nos enseña a nosotros. De lo contrario, vagaremos penosamente y a ciegas por el cementerio donde van a morir los maestros.

La soberbia y la humillación. Enseñar hoy puede ser motivo de soberbia tanto como lo fue en el primer siglo. El crédito (sinónimo de gloria) que se da al maestro rebosa de ironía ya que de ninguna manera podemos ganar lo que el Espíritu Santo reparte. Los dones del Espíritu son gracias inmerecidas.

Lo que tiene menos prensa es la humillación que puede acompañar a la tarea de enseñar. A veces estoy en medio de una lección y no tengo idea de adónde se ha ido Dios o de qué estoy hablando. O de repente mis ojos se abren en medio de la noche y tengo ganas de gritar: “¿Qué fue lo que dijiste?”

En resumen: ¿Quiere enseñar? Esté preparado para disculparse a cada rato.
A menudo Dios suele enseñarle la lección más importante al maestro. Sí, a usted le enseñarán muchas lecciones antes que pueda enseñárselas provechosamente a otro. Éxodo 4.12 no dice: “Te diré lo que has de decir”; dice: “te enseñaré lo que hayas de hablar” (énfasis añadido).
El juicio humano. No sé qué es peor: la crítica o la adulación de los demás. La primera sabe a veneno, pero un goteo constante de la última puede enfermarnos mucho más. Dejemos de tratar de tomarle el pulso a la gente, a ver cuánto nos aman. “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1.10). Si logramos complacer a la gente, es mucho más difícil mantenerla complacida. Aférrese a Aquel que no cambia.

Un juicio divino aun más estricto. ¿Por qué? Porque “al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12.48b). El juicio del que habla Santiago 3.1 se refiere a la calidad de nuestras obras y a la pérdida o ganancia de recompensa, no al destino eterno de nuestras almas (vea 1 Corintios 3.12-15).

Otros tropiezan con nosotros. Como dice Santiago 3.2, todos tropezamos muchas veces, pero cuando un maestro tropieza, puede arrastrar consigo a todo un grupo. Ningún don se debe recibir con mayor sobriedad que la influencia.

Pero, espere un momento. ¿Y si tenemos el llamado a enseñar? Si Dios llama a una persona a enseñar, como dice Romanos 12.7, ¡que enseñe! Retroceder es desobedecer. Preste atención a una palabra clave que se encuentra en la traducción NVI: “Hermanos míos, no pretendan muchos de ustedes ser maestros” (Santiago 3.1, énfasis añadido). Tener tal pretensión es exponerse a un severo escrutinio sobre nuestra vida. Pero, amado hermano, si Jesús lo ha llamado, ¡usted debe ir!

En medio de todos los desafíos que he mencionado, además de los problemas de la vista por leer tantas notas al pie de los textos, problemas digestivos causados por la ansiedad, más otras tantas enfermedades “profesionales” que no mencionaré, yo no cambiaría por nada del mundo ni un instante de esta loca aventura. A veces he tenido que mecanografiar con una sola mano para poder levantar la otra mano en alabanza al Señor. He descubierto la verdadera adoración con Moisés. Encontré la libertad con Pablo. Dancé delante del trono de Dios con David. Y encontré a Jesús a través de todos ellos.

¡Enseñe, maestro! Pero póstrese sobre su rostro antes que la tarea lo derribe.

1 comentario:

  1. Wow Dios lo bendiga hermano! Es ütil para mi enseñanza, agradecido estoy.

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Le agradezco mucho su comentario.
Oscar