martes, 25 de septiembre de 2012

Señales a lo largo del camino: Cómo los milagros de Jesús ilustran la visión del evangelio de Dios


Por Jared C. Wilson
Publicado originalmente en http://eblifewayadultos.wordpress.com, Usado con permiso.



Siempre me han maravillado los milagros de Jesús. Recuerdo cuando era niño y escuchaba a mis maestros de la Escuela Dominical relatarlos con entusiasmo, presentando imágenes que me ayudaban a ver en mi imaginación estos importantes acontecimientos del ministerio de Jesús y entender por qué las personas estaban tan cautivadas por Él. Por ejemplo, cuando mi maestra de la Escuela Dominical contaba cómo Jesús alimentó a 5,000 personas con la comida de un niñito, yo percibía la majestad y la realidad de este milagro. ¡Yo podría haber sido ese niño! ¡Ese podría haber sido mi almuerzo! ¿Y 5,000 hombres, más mujeres y niños? Entendí que realmente Jesús podía haber alimentado al mundo entero con la escasa cantidad que el niñito ofreció.

No hay nada mejor que considerar las obras milagrosas de Jesús desde la perspectiva y la fe de un niño. Cuando somos niños y escuchamos por primera vez estas historias verdaderas, nos maravillamos. Pero, tristemente, por alguna razón tendemos a perder el impacto con el tiempo. Al escuchar una y otra vez sobre los milagros, y quizá por no tener ningún conocimiento directo de esta clase de cosas, gradualmente nos volvemos inmunes a su revolucionario impacto. No deseamos que esto suceda, pero con frecuencia sucede. Nos hemos acostumbrado tanto al mundo que conocemos, al mundo como creemos que es, que perdemos de vista su propósito fundamental.

Más tarde, siendo ya un adulto, comencé a “volver al evangelio” que me salvó de niño, y fue entonces que reconocí cuán necio había sido al pensar que ya era suficientemente maduro como para “graduarme” del evangelio y pasar a algo más “profundo” (¡como si existiera tal cosa!) Y la maravilla de los milagros volvió a conmover mi corazón con toda su fuerza.

Todos necesitamos que se nos recuerde la absoluta soberanía de Dios sobre todas las cosas, y necesitamos entender cómo las demostraciones prácticas de soberanía divina por parte de Jesús tienen que ver directamente con nuestras vidas. Para comenzar, una vez más necesitamos ver los milagros a través del lente de la fe de un niño. A usted le gustaría eso, ¿verdad? Veamos con nuevos ojos algunas de estas demostraciones del poder y el propósito de Dios en Su Hijo Jesús. Como hemos indicado en los estudios bíblicos, los milagros tienen como centro a Jesús.

Aunque algunos milagros pueden corresponder a más de una categoría, podríamos detallar las categorías de los milagros de Jesús de la siguiente forma:

• Dominio de la naturaleza

• Sanidades y restauraciones físicas

• Conocimiento milagroso

• Liberación de demonios

• Resurrecciones

En esta amplia variedad de maravillas encontramos señales que indican, no solo quién era y es Dios, sino lo que Él estaba y está haciendo. Una vez más: se trata del evangelio, se trata de Jesús.

Hacer todas las cosas nuevas

¿Cuál es el anuncio del evangelio? En términos algo simple podemos expresarlo así: Dios salva a los pecadores basándose en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Necesitamos invitar a personas de todas partes a arrepentirse de sus pecados y poner su fe solo en Jesús para recibir el perdón y la vida eterna en presencia de Dios. Pero podría decirse mucho más, especialmente cuando los nuevos cristianos aprenden más acerca de este Jesús que los ha perdonado. Si ahondamos, aprenderemos acerca de la caída de la humanidad y el pecado original. El pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, produjo “la caída”, un apartarse obstinadamente de la obediencia a Dios que puso a todo miembro de la raza humana, por naturaleza y por elección, en oposición a Dios. La caída trajo pecado al mundo, desató el mal, el quebrantamiento y la separación de Dios que se extendieron por todas partes; pero el plan de Dios para la creación caída es restaurar todas las cosas por medio de Cristo. Jesús mismo dice en Apocalipsis 21.5: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. El plan de Dios al enviar a Jesús fue nada menos que revertir la maldición del pecado, con toda su confusión y su afrenta. Jesús lo hizo, anunciando así la llegada del reino de Dios.

En la Oración Modelo, Jesús oró: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6.10). En el reino de Dios se hace la voluntad de Dios. Jesús, entonces, estaba orando para que el reino de Dios “tomara control”, invadiera la tierra de tal manera que el orden normal en el cielo se convirtiera en el orden normal en la tierra. Y lo que vemos en la vida y en el ministerio de Jesús es la proclamación y la demostración de cómo es ese orden.

En Marcos 1.14-15, leemos que Jesús “vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Jesús vino a anunciar el reino de Dios, y lo hizo de diversas formas, entre ellas, los milagros.

Por lo tanto, los milagros son ilustraciones, pero no en el sentido clásico. No son ilustraciones como cuando un predicador menciona un artículo de un periódico para explicar un concepto. Tampoco son lecciones objetivas como las que da un maestro cuando habla de la metamorfosis de una oruga para dar el ejemplo de cómo los seres humanos llegan a convertirse en bellas personas. Esta clase de ilustraciones son símbolos que muestran otras cosas. Los milagros de Jesús son tanto símbolos como contenidos. Lo que quiero decir es que los milagros prefiguran y representan el día en que Cristo regresará y arreglará todas las cosas venciendo la maldad, aboliendo la muerte, restaurando la paz, expulsando el dolor y la enfermedad, borrando todo pesar y básicamente volviendo a colocar todas las cosas en el estado que Dios deseó desde el principio. Y son indicaciones de que Cristo estaba actuando para lograr esto, en aquel entonces e incluso ahora, ya que en la actualidad Dios también interviene en el curso normal de la vida.

Cuando Jesús sanó al hombre que había estado paralizado junto al estanque de Betesda (vea Juan 5.1-15), realmente lo sanó. Luego de experimentar lo que vendría, mediante el milagro de la restauración, este hombre está verdaderamente listo para confiar en Jesús para ser salvo. Esto ilustra que los milagros son señales de la realidad del reino de Dios, que están tanto a la mano como en el futuro, cuando Cristo vuelva corporalmente a la tierra.

Los milagros y el evangelio

Todo milagro representa una multitud de maravillas acerca de la gloria de Dios, pero en el contexto de la misión de Jesús de anunciar el reino, sirven, en última instancia, para mostrar la profundidad de la riqueza del amor de Dios en el evangelio de Su Hijo con todas sus implicaciones. ¿Cómo se integra este concepto en algunos de los milagros de Jesús?

Cuando Jesús caminó sobre las aguas y calmó la tormenta (vea Mateo 14.22-33), mostró Su autoridad divina sobre la naturaleza y declaró que era igual a Dios; pero también declaró que tener fe en Él para recibir el perdón de pecados significa confiar en Su promesa de dar paz a un mundo peligroso (vea el v. 27).

Cuando Jesús sanó a los leprosos, como lo hizo en Lucas 17.11-19, mostró el amor de Dios por los intocables, los “sucios”, los marginados; pero también proclamó que confiar en Él para la salvación significa confiar en que Él restaurará la carne a un estado de glorificación.

Cuando Jesús echó fuera demonios (como en Marcos 9.14-29), mostró Su divina soberanía sobre los espíritus inmundos; pero también declaró que creer que Él tiene poder para salvar significa confiar en que Él tendrá la victoria final sobre Satanás y todas las fuerzas del mal.

Cuando Jesús devolvió la vista a los ciegos, como lo hizo en Mateo 9.27-31, mostró su poder sobre el cuerpo humano; pero también declaró que poner la fe en Él para salvación significa confiar en que Él abrirá nuestros ojos para que veamos a nuestro Redentor. En los milagros, Jesús estaba haciendo nuevas las cosas.

Desde luego, tenemos que cuidarnos de no llegar a la conclusión de que confiar en Cristo significa que viviremos libres de dolores, de enfermedades y de pecado. Los milagros no reafirman el llamado “evangelio de la prosperidad”, que en realidad es una herejía. Pero los milagros sí nos alientan a poner nuestra esperanza en Cristo, “la esperanza de gloria” (Colosenses 1.27), que un día dará a todos los que han confiado en Él una vida libre de dolor, enfermedad y pecado en el cielo. El milagro nos señala la certeza del cielo que tiene el cristiano.

El mismo reino que Jesús pidió en oración que Dios enviara es el que Él anunció en la buena noticia del reino que proclamaba (vea Mateo 4.23, 9.35, 24.14). Y como no tiene sentido tener un reino sin un rey, Jesús también era y es la respuesta a esa expectativa.

En la Oración Modelo, como hemos dicho, Jesús oró para que se hiciera la voluntad de Dios en la tierra. ¿Cómo se hace? “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”, dijo Jesús en Juan 6.38. Él es la respuesta a cada oración que animó a Sus discípulos a hacer.

“Si quieres experimentar cómo se hacen todas las cosas nuevas”, dicen los milagros, “debes poner tu fe en Jesús”. Él es el largamente esperado Mesías; Él es todo lo que anhelaba el pueblo israelita, el pueblo del antiguo pacto… e infinitamente más. Él vino a hacer lo que Dios le había ordenado al Mesías hacer: “dar buenas nuevas a los pobres; […] sanar a los quebrantados de corazón; pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; poner en libertad a los oprimidos; predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4.16-21; vea también Isaías 61.1-2) y Jesús hizo estas cosas de tal manera que se señaló a sí mismo como la única fuente de restauración. ¡Esto nos da tanta confianza!

La centralidad de Cristo

Los milagros anuncian el reino venidero y señalan a Jesús como su Rey. Gracias a Jesucristo llegaron a existir todas las cosas (vea Juan 1.3; Colosenses 1.16), y por Él son todas rehechas. Pablo se refiere a la re-creación de la creación caída en Romanos 8.18-23 y Colosenses 1.19-20.

Los versículos de Colosenses afirman: “por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”. La trayectoria del evangelio del reino es que todo esté en sujeción bajo los pies de Cristo (vea Hebreos 2.8; 1 Corintios 15.27).

Los milagros no nos dicen que simplemente hay un Dios y que es soberano. No nos dicen menos que eso, pero nos dicen más. Nos dicen que Dios existe y que está presente en la salvación en Jesucristo; nos dicen que está obrando soberanamente por medio de Jesús de tal manera que “la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Habacuc 2.14).

Los milagros señalan a Aquel que los realiza. Es por eso que, por ejemplo, en Juan 6, Jesús pasó de proveer pan para 5,000 personas a decirles que Él es el Pan de vida y que quienes coman de Su carne vivirán para siempre (vea Juan 6.1-14, 26-58). Si no comemos pan, moriremos físicamente de la misma forma que si no confiamos en Jesús moriremos espiritualmente. Nuestra alma lo necesita tanto como nuestro cuerpo necesita alimento y agua. El propósito central del milagro es mostrar que Jesús es la provisión de Dios para la vida eterna.

Nuestro cuerpo también necesita a Jesús. Cuando Jesús resucitó personas, durante Su ministerio terrenal, mostró que tenía y tiene poder divino sobre la muerte. Mostró que en sus manos tiene las llaves de la muerte, que es soberano sobre ella. Pero también nos dio señales que apuntan la resurrección que ocurrirá en el futuro.

En realidad, es probable que las milagrosas resurrecciones de Lázaro y la hija de Jairo, y tal vez hasta la de los santos que salieron de sus tumbas y entraron en Jerusalén cuando Cristo murió, se interpreten mejor como resucitaciones (vea Juan 11.11-44; Marcos 5.21-43; Mateo 27.45-53). Es cierto que los cuerpos de estos santos estaban muertos y volvieron a la vida, solo para morir más tarde; pero, en la resurrección venidera recibiremos, por medio de Cristo, nuevos cuerpos espirituales y comenzaremos a disfrutar del “cielo nuevo” y la “tierra nueva” (vea Apocalipsis 21.1-4) por toda la eternidad. Entonces, “ya no habrá muerte” (v. 4). La propia resurrección de Jesús es el mejor indicio de esto. Pablo la llama “primicias” de nuestra resurrección en 1 Corintios 15.20-28. En este pasaje Pablo nos da un atisbo de aquel día en que el reino llegará en plenitud, cuando la voluntad de Dios realmente se hará en la tierra como se hace en el cielo.

Esta es la visión que el evangelio nos da. Y, como ya hemos visto, cada uno de los milagros de Jesús nos da un atisbo de esta visión. Mantengamos esta perspectiva al encontrarnos con los milagros de Jesús en los Evangelios divinamente inspirados, los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento.

Jared C. Wilson es pastor de Middletown Springs Community Church en Middletown Springs, Vermont, y escribió los libros Your Jesus is Too Safe: Outgrowing a Drive-Thru, Feel-Good Savior y Abide: Practicing Kingdom Rythms in a Consumer Culture. El tercer libro de Jared, Gospel Wakefulness, se publicó en el otoño pasado.

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Oscar