El poder de un solo voto. Una
lección de la Segunda Guerra Mundial para nuestros días.
“Sr. Vicepresidente, Sr. Presidente de la Cámara de
Representantes, miembros del Senado y la Cámara de Representantes: Ayer, 7 de
diciembre de 1941 —una fecha que vivirá en la infamia— fuerzas aéreas y navales
del Imperio de Japón atacaron repentina y deliberadamente a los Estados Unidos
de América”. Parte del discurso pronunciado por Franklin Delano Roosevelt,
32do. Presidente de los Estados Unidos, ante una sesión conjunta del Congreso a
las 12:30 p.m., el 8 de diciembre de 1941.
“Toda una generación de estadounidenses”, escribió el
exitoso autor William J. Bennet, “recordará dónde estaban cuando escucharon la
espantosa noticia de [el ataque japonés a] Pearl Harbor”. Quizá usted sea parte
de esa generación y esté entre aquellos que la recuerdan personalmente.
El presidente Franklin Roosevelt pronunció un
importante discurso al día siguiente de ese ataque. Su discurso solo duró seis
minutos y medio, pero tuvo un impacto profundo y perdurable en la psiquis
estadounidense y en la vida social y política del país. El Congreso declaró la
guerra a Japón solo 33 minutos después de terminado el discurso, con un solo
voto en contra. El 81% de los hogares estadounidenses sintonizaron sus radios
para escuchar la transmisión en vivo de las palabras del presidente.
Sin embargo, es probable que incluso entre los que
estaban en vivo en ese momento solo muy pocos llegaran a saber los importantes cambios
que hizo el presidente en el discurso, incluyendo sus palabras iniciales. Un
borrador de las palabras de Roosevelt decía originalmente: “fuerzas aéreas y
navales del Imperio de Japón atacaron simultánea y deliberadamente a los
Estados Unidos de América”. Roosevelt tachó la palabra “simultánea” y encima
escribió con lápiz “repentinamente”. Pero hay un cambio aun más crucial. El
borrador comenzaba citando: “Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que vivirá
en la historia mundial”. Esta no era exactamente la idea que el presidente
deseaba expresar, por lo que tachó “historia mundial” y en su lugar escribió “infamia”.
Algo de lo que
pocos estadounidenses se darían cuenta fue “cuán peligrosa era la situación de
las fuerzas armadas de los EE.UU. Nuestro ejército era menor en tamaño que el
de Rumania. Nuestra Armada acababa de sufrir un golpe casi fatal. Sin embargo,
providencialmente, la flota de portaviones estaba en el mar cuando atacaron a
Pearl Harbor”.
¿Qué más había
sido providencial? Tal vez muchas otras cosas, además de la devastación y la
pérdida de vidas que el ataque japonés infligió a la base naval estadounidense
en Hawaii. Pensemos en esto: Solo un poco más de un año antes, el 16 de
septiembre de 1940, se había realizado la primera conscripción militar en tiempos
de paz en toda la historia de los EE.UU. La Ley de Entrenamiento y Servicio
Selectivo de 1940 estableció que se podía realizar una convocatoria militar
para entrenar hasta 900,000 hombres por un período de 12 meses.
A principios
del verano de 1941, el presidente Roosevelt le pidió al Congreso que extendiera
el tiempo de servicio de los reclutas más allá del plazo inicial de un año.
Aunque un amplio margen aprobó la extensión propuesta en el Senado, el 12 de
agosto de 1941 la Cámara de Representantes la aprobó por un margen de un solo
voto. El 18 de agosto el presidente firmó la extensión, convirtiéndola en ley;
apenas 111 días antes del ataque japonés en el Pacífico. Gracias a Dios todo el
pueblo estadounidense respondió a la convocatoria y se concretaron los
esfuerzos de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos para “ponerse al día”.
Desde luego,
la guerra es tanto trágica como costosa, y los cristianos sinceros pueden
debatir si, cómo y hasta qué punto debe utilizarse la fuerza militar. Pero
consideremos qué hubiera sucedido en cuanto a la preparación militar del país
de no haber sido por la extensión que se aprobó en el Congreso unas semanas
antes del 7 de diciembre. ¿Podría haber llevado más tiempo para los militares
ponerse al día? Tenemos que considerar que esto era una posibilidad real.
Así es el PODER
de un solo voto.
Como
cristianos, somos ciudadanos del reino de Dios y nuestra lealtad a Él es
nuestro primer compromiso. Pero mientras estemos aquí en la tierra también
somos ciudadanos de un reino terrenal, imperfecto como es. En Lucas 20.25,
Jesús dijo: “Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”.
Tenemos el deber ante Dios de hacer que Su verdad tenga peso en nuestras
responsabilidades como ciudadanos terrenales. Por eso tomamos en serio nuestras
responsabilidades, entre ellas, el derecho de votar. En 1 Corintios 10.31, el
apóstol Pablo escribió: “Hacedlo todo para la gloria de Dios”.
Como
cristianos, sabemos que una renovación espiritual genuina, a largo plazo, en
nuestro país no vendrá de la mano de ningún político ni por medio de la
política. Al mismo tiempo debemos reconocer la verdad de lo que Salomón
escribió en Proverbios: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es
afrenta de las naciones” (Proverbios 14.34) y “Cuando los justos dominan, el
pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime” (29.2). En un
país libre como el nuestro, si los justos no están en autoridad, por lo menos
en parte, es culpa nuestra.
Este es un año
de elecciones, y cada voto, cada uno de los votos, ¡importa! Infórmese.
Participe. Vote inteligentemente y de acuerdo con sus valores cristianos, elija
al candidato que mejor represente los valores que usted sustenta. Hágalo de tal
manera que sienta que su acción va a server para la gloria de Dios.
Referencia:
Bennett, William J.,
America, The Last Best Hope-Volume II: From a World at War to the Triumph of
Freedom, Thomas Nelson, Nashville, 2007, pp. 190-191.
Excepto los elementos
del discurso de Roosevelt, las citas provienen de esta fuente.
http://en.wikipedia.org/wiki/Infamy_Speech
http://en.wikipedia.org/wiki/Selective_Training_and_Service_Act_of_1940
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Oscar