sábado, 10 de abril de 2010

Teoría y práctica

Jesús contestó a la pregunta de sus discípulos sobre la manera en la que debían de orar dándoles un modelo de oración. Él comenzó y terminó la experiencia de la cruz, con una oración dirigida al Padre. Los judíos del primer siglo trataban a Dios con mucho más respeto. Ellos nunca osarían dirigirse a Dios llamándole con familiaridad Padre, pero menos en una oportunidad, en todas las oraciones de Jesús que aparecen en la Biblia, Él se dirige a Dios llamándole Padre. Pienso que hay una connotación sumamente importante que debemos observar.

Cuando yo era niño, me enseñaron que a las personas mayores se les trataba de usted y se les decía señor y señora. Sin embargo, en nuestra sociedad actual, se ha cambiado desde el atuendo profesional de trabajo con saco, cuello y corbata por lo que llaman “casual” (informal) hasta las comunicaciones que en lugar de ser por carta, ahora se hacen por email y chats. Por lo que en medio de esta sociedad secularizada e informal, a nadie le llama la atención que Jesús se dirigiera a Dios en los términos que lo hacía. Pero, en la sociedad judía de los días de Jesús, era otra historia, y en aquel contexto, esto era algo muy inusual.
En el Antiguo Testamento encontramos algunas referencias en las que se trata a Dios como Padre, o en las que Él mismo se presenta con esta designación, por ejemplo en Isaías 63:16 leemos: “Pero tú eres nuestro padre, si bien Abraham nos ignora, e Israel no nos conoce; tú, oh Jehová, eres nuestro padre; nuestro Redentor perpetuo es tu nombre”; en Jeremía 3:19-20 leemos: “Yo preguntaba: ¿Cómo os pondré por hijos, y os daré la tierra deseable, la rica heredad de las naciones? Y dije: Me llamaréis: Padre mío, y no os apartaréis de en pos de mí. Pero como la esposa infiel abandona a su compañero, así prevaricasteis contra mí, oh casa de Israel, dice Jehová”; y en Malaquías 1:6 dice: “El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?”

En mi iglesia algunas personas cuando oran, tratan a Dios de usted, hay en particular una familia en la que todos me tratan de usted y me llaman señor y a mi esposa de señora. Les tengo que confesar que esto me suena muy raro a mis oídos. No es que esté mal, es que nos hemos acostumbrado a lo que está mal, que es la falta de respeto. Para los judíos el nombre JVHV que que se traduce como “Yo soy” en Éxodo 3:13-14, y de donde procede el nombre Jehová, era tan sagrado que estaba PROHIBIDO pronunciarlo. Los judíos se referían a este nombre de Dios diciéndole simplemente “el nombre” o las “cuatro letras”.

Así que imagínese el impacto ante alguien que se identifica a sí mismo con este nombre cuando dice en repetidas ocasiones: YO SOY (El camino. La puerta. El buen pastor, etcétera), y que además llama a JVHV Padre y “papito” (Aba). Para los judíos esto era casi inaceptable. Para comprender mejor lo que quiero decir es necesario leer el evangelio de Juan que ilustra el significado que tiene que Jesús llamara Padre a Dios y la reacción de los judíos ante tal hecho. En Juan capítulo 5 aparece la historia de Jesús sanando a un paralítico en un sábado. Cuando los judíos vieron al hombre cargando su lecho, lo reprendieron, pues no era lícito hacer esto en un sábado. Al conocer luego que había sido Jesús quien lo había sanado, procuraban matarle (Juan 5:16). La respuesta de Jesús en el versículo 17 enfureció aún más a los judíos: “Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”… Así que no solo Jesús no respetaba la Ley del sábado sino que también llamaba a Dios (JVHV) su Padre y dice Juan 5:18: “Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”.

En Juan 6:32-33: Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo,[el maná] mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”. Y en Juan 8:37-38 dice, “Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre”.

Tal vez la expresión más clara en la Biblia acerca de la relación de Jesús con el Padre, aparece recogida en Marcos 14:35-36 “Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú”. La mayoría de los estudiosos coinciden en que la palabra en arameo, abba, es equivalente a nuestra palabra “papito”, algunas versiones de la Biblia traducen abba como “Padre mío”.

Tal vez sea necesario que nos detengamos un momento para considerar el alcance que tiene que el Creador del universo, nos haya dado permiso para llamarle con el nombre familiar de Padre. Jesús hablaba con Él como nosotros solemos hablar con nuestros padres terrenales, sin reservas, con seguridad, honestidad y confianza. ¿Se da cuenta que al decirle Jesús a sus discípulos que cuando ellos oraran se dirigieran a Dios como al Padre, les estaba diciendo que ellos se podían relacionar con el Dios del universo con familiaridad? Eso en la actualidad parece casi natural, pero en los tiempos de Jesús era algo nunca antes visto por un judío.

No es irreverencia o falta de respeto, es “familiaridad” es una “relación estrecha”. Para el pensamiento religioso del siglo I, esto era un concepto REVOLUCIONARIO. El apóstol Pablo estaba tan anonadado por esta nueva relación que Jesús nos ofreció, que escribió en Romanos 8:15,”Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Pablo quería que los cristianos de la iglesia en Roma estuvieran conscientes de esta nueva situación.

Esta forma en la que Jesús nos enseñó a orar, cambió la forma en la que Pablo oraba, y revolucionó al cristianismo. Es en verdad una gran bendición saber que podemos tener acceso constante al Dios creador y sustentador del universo y de todo lo que existe, y relacionarnos con Él como hijos con su Padre. En Efesios 3:14-15 vemos esto claramente, “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra”… Es decir que podemos orar al Creador del universo, al Señor de todo lo que existe, y podemos llamarle Padre.

Tengo dos hijos, un varón y una hembra a los que quiero por sobre todas las cosas en este mundo. Me gozo en sus triunfos, comparto sus sueños, y me alegro cada vez que logran algo, mucho más que cuando yo logro algo. Si usted visitara mi oficina encontraría sus fotos colgando de las paredes al lado de mis credenciales académicas; tengo timbres especiales en mi celular para ellos, y cuando me llaman aunque sea para hacerme un comentario sin importancia, interrumpo lo que esté haciendo para atender a su llamada. Cuando mis hijos sufren, yo siento su dolor y sufro. Cuando lloran, yo también necesito un pañuelo. Cuando alguien les ofende, me siento ofendido. Cuando hacen algo que considero que no está bien, les disculpo. No hay algo que puedan hacer para que yo les quiera un poco menos o un poco más. Disculpo sus defectos y los justifico. Muchas veces me han ofendido, a sabiendas o sin saberlo, pero no se los tomo en cuenta.
Esta simple referencia de un padre imperfecto, ¿no le hace querer entrar en esta misma relación con su Padre Perfecto? ¿No se anima a entrar en Su presencia y permanecer allí todo el día?

El amor de un padre no siempre se expresa con una sonrisa y dando todo lo que nos piden. Hay ocasiones en las que el amor se expresa también frunciendo el seño, alzando la voz o levantando el dedo con autoridad. Cuando los hijos son adultos, pretenden en ocasiones actuar como entes independientes, desentendiéndose de la autoridad paterna, para reconocer su error, la mayor parte de las veces, cuando ya es muy tarde y el padre o la madre han partido a la presencia del Señor.

Debemos comenzar nuestras oraciones con este cálido sentimiento de que estamos ante la presencia de un Padre que se preocupa por sus hijos y atiende a sus necesidades, como nadie en este mundo. Pero al mismo tiempo, debemos usar estos primeros momentos en nuestra oración para escuchar Su voz y sus advertencias.

Somos pecadores. Constantemente estamos cometiendo errores. Nuestras palabras, pensamientos, actitudes y acciones muchas veces deshonran al mismo Jesucristo que decimos que adoramos y servimos. El Espíritu nos revela y reprende por estas cosas, y debemos tener presente que nuestro Padre quiere que enmendemos nuestro camino. Leemos en Hebreos 12:7-10: “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad”.

Ser un hijo de Dios, como todo en la vida, viene con dos aspectos: privilegios y responsabilidades. El privilegio de llamarle Padre implica que tenemos que estar dispuestos a recibir su corrección. Pienso que desde el comienzo de nuestra oración, el hecho de reconocer a Dios como Padre nos lleva a la necesidad de confesar nuestras faltas, abrir nuestros corazones y analizar, iluminados por Su Espíritu Santo, los lugares de nuestra vida que deben ser invadidos por Él para tomar control de los mismos. Es aquí cuando debemos arrepentirnos de nuestros pecados, no debemos esperar otro segundo más. El sabe qué hicimos anoche, cuando nadie nos veía… Y lo que pensamos en la tarde cuando nos cruzamos con…, y no nos saludó. Dios disciplina a sus hijos, pero lo hace con amor. Él es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos.

Preparando este estudio, busqué en mis notas de cuando estudiaba en el seminario, pues hicimos un estudio detallado de algunas religiones que se oponen al cristianismo y recordaba algo que siempre me llamó mucho la atención en relación con los musulmanes. En el Corán (que es el libro que escribió el llamado profeta Mahoma) hay 99 palabras para describir o expresar cualidades de Dios, pero ninguna lo presenta como Padre. El Islam rechaza la idea de que el hombre pueda RELACIONARSE con Dios. Para los musulmanes Dios es impersonal y no puede ser conocido por los hombres. Aunque creen en la vida después de la muerte, piensan que la gente (especialmente los hombres) podrá ir al “paraíso” no al cielo. Creen los musulmanes que es cielo está reservado solo para Dios y los ángeles.

PERO esto no es lo que Jesús enseñó, Él describió a Dios como un Padre amoroso que desea tener una íntima relación con nosotros, adoptándonos como hijos por medio de Jesucristo. De manera que usemos el privilegio que Cristo compró para nosotros en la cruz del Calvario y llamemos a nuestro Dios, Padre conscientes de nuestros privilegios y nuestras responsabilidades…

Señor, enséñanos a orar…

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Oscar