jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Y también eso?

Por Dr. Óscar Fernández
Un domingo en la mañana, al terminar el culto de adoración en la iglesia que yo pastoreaba en la ciudad de Albuquerque, en el estado de New Mexico, se me acercó Ramón y me dijo: “Pastor, yo no vengo más a esta iglesia”. Sin darle mucha importancia al asunto, le dije: De acuerdo mi hermano, esta tarde voy por tu casa, me invitas a un cafecito y me cuentas lo que sucede.

Pensé que era algo que alguien había hecho o dicho que había herido al hermano o a su esposa y que yo tendría que ayudar a solucionar el mal entendido o arreglar el asunto. Pero quedé muy sorprendido aquella tarde cuando Ramón me abrió su corazón. Él había se había levantado en armas en contra del gobierno de los Castro en el año 1960, fue capturado por la tropas del gobierno y sancionado a treinta años de prisión, mientras que la mayor parte de sus compañeros de armas, fueron fusilados. Siempre describía aquella experiencia del pasado como “su infierno interminable en la tierra”.
Aquella mañana habíamos tenido de visita a varias familias de refugiados cubanos que acababan de llegar a la ciudad, y algunos de ellos cuando hice la invitación respondieron al llamamiento para seguir a Cristo.
Ramón me recordó ese hecho y me dijo: Hoy el “diablo” estaba en ese grupo que pasó al frente y fue a reunirse con los consejeros.
Luego me explicó que la directora de la prisión en la que él pasó su juventud, se encontraba en aquel grupo que pasó al frente. Ella había sido Coronela del Ministerio del Interior de Cuba. Dijo que ella maltrataba y constantemente vejaba a los presos políticos sin razón y que él nunca la podría perdonar a esa diabólica mujer.
Sin salir de mi asombro leí este pasaje de las Escrituras: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas (Mateo 18:35). Pero Ramón me preguntó escéptico: ¿Y yo también tengo que perdonar los horrores que me hicieron injustamente en la cárcel? Y me mostró sus manos, con todos sus dedos deformados, que según él eran el resultado de las torturas a las que fue sometido en la prisión.
Fue un proceso largo, de mucha oración, paciencia y estudio bíblico. Poco a poco el corazón de aquel buen hombre fue sanando. Un día pidió permiso, se puso en pie y contó su triste testimonio en la clase de la Escuela Dominical. Muchos de los presentes se quedaron con la boca abierta, sorprendidos por la historia, pues ignoraban el pasado de Ramón. Pero todos nos regocijamos y alabamos a Dios cuando la que había sido Coronela, llorando vino y le pidió perdón a Ramón y a todos cuantos ella pudo dañar.
Casi todos lloramos cuando aquellos que un día fueron enemigos irreconciliables, se abrazaron y lloraron pidiéndose perdón mutuamente por los malos sentimientos que habían tenido uno contra la otra.
Solo el Espíritu Santo puede hacer estas cosas en la vida de los cristianos…
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Oscar