sábado, 6 de marzo de 2010

Cuando la oración sale mal…

¿Puede haber un error en la respuesta que recibimos a nuestras oraciones? Es decir, que oramos por una cosa y recibimos otra. La semana pasada mencioné algunos ejemplos de lo que “pudiéramos nosotros” considerar respuestas equivocadas a nuestras oraciones, que en verdad no lo son. Sin embargo, es posible que nuestras oraciones no lleguen ante el trono de Dios. Tal vez, si acaso, se queden enredadas en el techo de nuestra habitación.

Me parece encontrar tres aspectos que con mucha frecuencia introducimos en lo que voy a llamar “nuestra vida de oración”. Estos aspectos son cosas erróneas que hacemos y lo único que nos garantizan es que nos sintamos vacíos, decepcionados, deprimidos y espiritualmente desconectados de Dios. Es ese sentimiento que se puede experimentar al terminar de orar que llega a ir más allá de la duda en que vamos a recibir lo que hemos “pedido”. Estos tres aspectos, al parecer son “aspectos universales” que se aplican a todas las sociedades y culturas y además son atemporales. Hoy son tan importantes como lo fueron en los días en los que Jesús estaba en la tierra con sus discípulos, entonces se practicaban de la misma manera en la que se practican hoy.

Al primer aspecto lo voy a llamar “UNA OBLIGACIÓN”.
Mateo 6:5ª dice: “Y cuando ores”.
El primer problema por el cual la gente no se puede conectar con Dios en oración me parece obvio. Se hace difícil reconocerlo y más aun decirlo. Pero en realidad, es un hecho muy nocivo, contagioso y que se ha expandido por todas partes. Podemos preguntarle a cualquier creyente, de cualquier edad, en cualquier país, si alguna vez en su vida se ha sentido culpable de padecer este problema, y si es sincero, tendrá que confesar que sí.

Ponga mucha atención a lo que voy a decir: El problema más grande de nuestra vida de oración, es que NO ORAMOS. Y eso, créame, es un GRAN problema. Observe que Jesús dijo: Y cuando ORES…, lo que sin lugar a dudas implica que los seguidores de Jesús tenemos que emplear tiempo y energías en orar. La expresión “Y cuando ores” implica una OBLIGACIÓN de nuestra parte, algo que tenemos necesariamente que hacer, algo que no es opcional o que se hace de acuerdo a nuestras posibilidades y tiempo sobrante. Esta oración gramatical tiene una fuerza mayor que si Jesús hubiera dicho: “Si tu oras”; o “Cuando sientas deseos de orar;” o “Si te acuerdas de orar”… Sin embargo, este principio que es tan elemental, es ignorado por una gran mayoría que simplemente no lo hace, la mayoría de la gente NO ORA.

El grupo de investigaciones de George Barna en California, hizo una encuesta nacional en los Estados Unidos de Norteamérica, entre los miembros de cuatro denominaciones evangélicas. Ellos encontraron que el 25% de los encuestados reconoció que ellos NUNCA oraban. Wow, (guao) ¡NUNCA! Ese es un gran número. Si a esto le sumamos aquellos que no se sienten con valor suficiente para confesar que su vida de oración es muy esporádica, no hay que ser muy inteligente para llegar a la conclusión de que la primera razón por la que tanta gente no ve sus oraciones contestadas es PORQUE NO ORAN.

Déjeme usar una analogía y hacer algunas comparaciones. Como seguramente conoce yo soy editor. El mayor problema que tengo con algunas personas que se consideran escritores, es que nunca escriben, y aunque tengan el talento, no tienen la práctica, de manera que cuando tienen que escribir algo que se les asigna, simplemente no pueden, no les sale. ¡La práctica hace que la ejecución sea un placer y no una tortura o una obligación! Piense en un equipo de béisbol que no practique, en un cantante que no se estudie la letra de las canciones y ensaye la melodía, en una orquesta que no afine sus instrumentos, en un pianista que no se estudie la partitura, la estudie y la ensaye, en un campesino que no siembre o no le dé de comer a los animales, en un pintor que no compre pintura. Es muy simple: ¡El no hacer una cosa, es la mejor manera de no poder hacerla!

Pero tal vez usted esté pensando, pero la oración es diferente. Nosotros estamos muy ocupados y la vida moderna es muy agitada. Nos levantamos corriendo para llevar los niños a la escuela y correr a la oficina, salimos de la oficina corriendo para buscar a los niños a la escuela y llevarlos a las clases de natación, o esgrima, o defensa personal, o ballet o música. Salimos corriendo para pasar por el supermercado y comprar algo para la cena, llegamos a la casa y hay que sacar el perro a pasear y darle comida, hay que preparar el baño para los niños y preparar la cena, atender al conyugue cuando llega de mal talante por el ajetreo del día, cenar y prepara a los niños para que hagan los deberes (tareas) de la escuela, servir la cena, lavar los cacharros, pagar las cuentas que llegaron, preparar la ropa para el próximo día y estas cosas “hay que hacerlas, orando o sin orar”, ¿No?
Hay muchos casos en los que todas estas obligaciones se comparten entre la pareja, y hay otras muchas en las que uno de los cónyuges tiene que trabajar en dos lugares para poder pagar las cuentas, limitando aun más el tiempo disponible. Pero a pesar de eso, esperamos que la oración sea EFICAZ, y esperamos que Dios nos responda de inmediato cuando un niño se enferma o se rompe el carro. Es en los momentos de crisis que nos acordamos de orar, aunque hayamos estando ignorando a Dios durante meses, y muchas veces es una oración muy rápida, al mismo ritmo de la vida que llevamos.

La falta de oración no tiene sentido y es una tontería, pero la mayoría de nosotros somos culpables de alguna vez haber dejado de orar cayendo en la práctica de esa tontería, y cuando las cosas salen mal, entonces culpamos a Dios de no responder las oraciones, que en verdad no hemos hecho.

A veces tengo la impresión de que alguna gente, hasta cuando está enfrentando problemas, confía en que otros oren por ellos y no oran ellos mismos. Déjeme darle cuatro pasajes de las Escrituras que considero que son La Regla de Oro de la oración: 1 Tesalonicenses 5:16-17; Lucas 6:12; Hechos 1:14 y Romanos 1:9-10. Tome un momento, lea estos pasajes y ore pidiéndole a Dios que le revele en qué ha estado usted fallando en su vida de oración.

Al segundo aspecto lo voy a llamar: “La oración FALSA”.
Lea Mateo 6:5

Hace unos años fui con un colega a la reunión de la Convención bautista del estado de Arkansas. Llegamos un poco tarde por lo que decidimos esperar a un receso para entrar al salón en el que se estaba celebrando la reunión, pero nos quedamos en un pasillo cerca de la puerta de entrada, desde donde podíamos escuchar lo que estaba sucediendo dentro. Pasado un rato, me sorprendió la elocuencia del orador, el timbre exaltado de su voz, su discurso retumbaba como trueno en cañada seca, y me sorprendió el silencio que generaba y envolvía al auditorio. Le pregunté a mi amigo quién era el orador y lanzando una carcajada me dijo: “No está predicando, es el hermano “fulano” que está orando”… No pude evitar que de inmediato un pensamiento viniera a mi mente: ¿Y a quién está tratando de impresionar este buen hombre?

Aquel incidente, me llevó a considerar muy seriamente mis oraciones en público. Tal vez los pastores y líderes eclesiásticos, somos los peores en este sentido, al abusar de las oraciones en público y usarlas para lograr nuestros propósitos, bien sea resaltar los puntos o enseñanzas principales del mensaje que acabamos de predicar, comunicar las actividades que vamos a celebrar o lanzar un anuncio sutil de alguna nueva idea que deseamos presentarle luego a la iglesia.
Para mí, este es uno de los mayores problemas que tiene la oración pública, ya que la inmensa mayoría de la gente se preocupa más por lo que va a decir y cómo lo va a decir, que por estar comunicándose con el Padre. Piense para sus adentros cuántas de las veces que ha tenido que orar en público se ha preocupado mucho porque sea una oración que suene bonita. La forma en la que agrupamos las palabras y las palabras que usamos, vienen a ser más importantes que comunicarnos con el Padre. Por favor, lea nuevamente Mateo 6:5, este versículo me martilla cada vez que tengo que orar en público.

En el tiempo del ministerio terrenal de Jesús las cosas eran iguales a lo que son hoy día en muchos aspectos. Ser invitado para tener una oración en la sinagoga en la Palestina del primer siglo, era algo que daba mucha distinción. Al parecer existía la costumbre de que alguna gente hiciera la oración de la tarde en lugares públicos en los que podían ser vistos cuando oraban. Es evidente que el propósito principal de estas oraciones no era el de comunicarse con Dios, sino el de ser vistos, oídos, admirados y apreciados por los demás. Esta gente se deleitaba con el sonido de sus voces. Analice un momento y piense si alguna vez le ha ocurrido a usted lo mismo. Yo me he dado cuenta que muchas veces había orado preocupándome más por lo que yo pudiera decir que por estar en la presencia de Dios. Déjeme ir más lejos, en mis años de estudio en el Seminario, hubo muchas cosas que los estudiantes, a veces sin darnos cuenta,tratábamos de imitar. Una de ellas era la manera en la cual algunos profesores oraban. ¡Sonaban tan bien! No creo que alguno de nosotros se planteó alguna vez que aquellas oraciones estaban más dirigidas a nosotros que a Dios. Y lo peor es que muchos, luego hicimos lo mismo cuando pastoreábamos congregaciones.

Jesús conocía esta situación y se encargó de dejar muy claro lo que sucedía con los que oraban de esta manera, Él dijo: “…de cierto os digo, que ya tienen su salario”. Es decir, ya han recibido el reconocimiento de la gente, por lo que eso es lo que recibirán con sus oraciones.
Déjeme darle mi versión parafraseada de este aspecto:

Si a usted le gusta orar en público o con otra gente, hay tres recompensa que pudiera recibir…
Si le gusta ser reconocido, bien, agarre el reconocimiento…
Si le gusta sentir la aprobación de los demás, magnifico, disfrútela…
Si le gusta que le digan que usted es estupendo, pues déjeme decirle que usted es estupendo...
No quiero en manera alguna sonar sínico, solo deseo que piense que eso fue lo que Jesús dijo.
Lea los siguientes pasajes: Marcos 1:35; Marcos 6:46-47; Lucas 5:15-16 y Lucas 9:18.

Recuerde que la recompensa para aquellos que prefieren orar en privado es diferente. En el caso de los “hipócritas” la recompensa, en última instancia, viene de ellos mismos. Este es el tipo de recompensa que vale por un minuto pero es incapaz de satisfacer las crecientes demandas del orgullo. Pero para los humildes y puros de corazón, la recompensa por sus oraciones viene de Dios que ve lo que hacemos en secreto. La mayor recompensa es poder estar en la gloriosa presencia de nuestro Dios.

No me malentienda. No estoy diciendo que no podamos orar en público. El mismo Jesús lo hizo muchas veces, la hizo cuando bendijo los panes y los peses para alimentar a la multitud. En el libro de Hechos encontramos en muchas ocasiones a la iglesia orando en público. El asunto no es orar en público, el problema es “orar para impresionar”. Tanto cuando oremos en privado como cuando lo hagamos en público nuestro principal objetivo tiene que ser comunicarnos con el Padre para recibir la recompensa de su presencia.

Una vez más piense, ¿no recuerda haber orado recordándole a Dios los acontecimientos que acaban de publicar las noticias internacionales? En verdad ¿cree que Dios necesita que usted le informe lo que pasa en el mundo? ¿No será que usted está tratando de impresionar a los que tiene a su lado para que sepan que usted está al día? ¿Recuerda haberle dicho a Dios todo lo mucho que quiere a alguien que está cerca de usted cuando está orando? ¿Cree sinceramente que Dios necesita que usted se lo diga en público? Recuerde que Dios conoce nuestros corazones. ¿Alguna vez le contó a Dios en una oración pública todos los trabajos que pasó para resolver algún asunto? ¿De verdad piensa que Dios no lo sabe? ¿No será que usted desea que los demás se enteren de su heroicidad? No olvide, los que así oran, ya tiene su pago… Y lo reciben aquí en la tierra, y por cierto es muy efímero.

Al tercer aspecto lo voy a llamar las oraciones con VANAS REPETICIONES.
Lea Mateo 6:7

Recuerde que hace tres semanas, cuando comencé esta serie de estudios bíblicos, pedí disculpas y les dije que mi intención no es ofender a alguien, pero que considero mi deber expresar lo que pienso, basado en mis estudios de la Biblia, de manera que sigamos adelante.

En el primer siglo, tanto los griegos como los romanos tenían un sistema de oraciones a sus dioses en los que se mezclaban la “forma” y la magia. Ellos creían que cada uno de los muchos dioses que tenían controlaba algún aspecto de la naturaleza, pero no tenían control sobre su propio temperamento. Bajo estas creencias, las oraciones eran una especie de “bálsamo” para calmar la ira y el furor de los dioses y pedir su favor.

Los adoradores paganos acostumbraban a repetir sus oraciones una y otra vez, para llamar la atención de los dioses y para recordarles, en caso de que hubieran olvidado lo que le habían pedido. Repetían también sus oraciones a fin de que si sus dioses no les habían escuchado la primera vez, tal vez les escucharan en otras oportunidades y por eso insistían. Ellos repetían sus oraciones sin cesar para tratar de convencer a sus dioses de que lo que estaban pidiendo merecía una respuesta positiva a su favor.

Este tipo de oraciones no tiene nada que ver con la perseverancia en la oración a la que Jesús luego se refiere. Los gentiles consideraban que había un cierto poder mágico en la oración en sí. De manera que no era un simple hecho de repeticiones, sino que había una cierta manera y ciertas palabras que debían repetirse de cierta forma para obtener el favor de los dioses. Ellos consideraban que mientras más veces y más fervientemente repitieran sus oraciones, más oportunidades tenían que fuesen respondidas.

Hoy día hay grupos que practican la misma idea. ¿Recuerda cuando era niño los muñequitos en los cuales se destapaba la acción de un genio dormido con las palabras “abra-kadabra? Eso es lo mismo que hacen los miembros de la llamada Nueva Era con la repetición de ciertas frases, o lo que hacen los musulmanes con la repetición de lo que llaman la “shahāda”.

La palabra usada en griego en este pasaje de la Biblia es battalogeo que significa usar muchas palabras o hablar en exceso. También significa pronunciar sonidos sin sentido, hablar de manera incoherente. Es el equivalente al concepto que implica la palabra “balbucear”. Son los sonidos incoherentes y sin sentido que emite un niño cuando comienza a hablar. Dios no se agrada con las oraciones repetitivas, Él desea que nosotros derramemos nuestra alma y que clamemos a Él reconociendo nuestra total dependencia.

Esta semana nos hemos extendido más que de costumbre, pero pienso que era necesario y no quiero terminar sin que veamos una historia del Antiguo Testamento que está en 1 Reyes capítulo 18. El año pasado tuve el privilegio de visitar el Monte Carmelo, el mismo lugar en el cual el profeta Elías protagonizó esta historia. Mientras que uno de los miembros de nuestro grupo leía 1 Reyes 18, mi mente volaba al pasado y me situaba con la congregación de los hijos de Israel viendo a los 450 profetas de Baal y los 400 profetas de la diosa Asera y al profeta Elías edificando sus altares. Las palabras de Elías retumbaban en mis oídos mientras se leía el versículo 21 y mi corazón se llenaba de tristeza pensando en la gran cantidad de gente que como el pueblo de Israel hoy también guarda silencio ante tan crucial pregunta y prefiere seguir jugando a “complacer”. Como decía alguien una vez “a dios y a la virgen, por si acaso”. Sí, puse dios con minúscula porque ese que se puede compartir no es nuestro Dios que es CELOSO y EXCLUSIVO.

Elías no pudo resistir la tentación y en 1 Reyes 18:27 se recoge como el profeta se burlaba de los profetas de los dioses paganos. Los versículos 28 y 29 recogen algo que yo he visto en nuestros días. Un domingo en la mañana pude ver en la Plaza Mayor de Ciudad México, frente a la iglesia de la Virgen de Guadalupe a una gran cantidad de personas que se arrastraban por la Plaza, que se flagelaban y sacaban sangre de sus cuerpos. Recordé como en la ciudad de la Habana en Cuba, los creyentes se dirigían al llamado Santuario del Rincón caminando descalzos muchos kilómetros. Estas acciones y TODAS las promesas que vemos que hoy día que la gente hace y trata de pagar, solo persiguen el fin de llamar la atención de sus dioses. No se llame a engaño, las vírgenes y los santos son “dioses” que pretenden ocupar el lugar del Dios verdadero.

Siga hasta el final del capítulo 18 para que vea el desenlace de la historia. ¿Para qué Dios pondría este tipo de historia en la Biblia? Estoy seguro que Dios nos quiso decir por medio de este episodio que sucedió en el Monte Carmelo que las largas oraciones, las penitencias, las repeticiones, las promesas, el pago de promesas, la velas encendidas, la repetición de oraciones, y la elocuencia al orar, no hacen falta para pedir la ayuda de nuestro Dios.

Dios aprecia la sinceridad de nuestros corazones y las conversaciones íntimas que podamos tener con Él. Nuestro Padre sabe lo que necesitamos, antes de que nosotros incluso nos demos cuenta de nuestra necesidad y no está “probando” nuestra fe contando cuántas palabras usamos, lo elocuente que somos o lo bien informados que estamos.
Recuerde que hay dos recompensas, para nuestras oraciones la que dan los hombres y la que da Dios.
¡LA RECOMPENSA DE DIOS A NUESTRAS ORACIONES ESTÁ RESERVADA PARA AQUELLOS QUE BUSCAN SU CORAZÓN, NO PARA LOS QUE BUSCAN LLAMAR SU ATENCIÓN!

Señor, gracias por tu Palabra, enséñanos a orar…

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Oscar